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PRODUCIR CONOCIMIENTO CUESTA...Y HAY QUE EMPEZAR A PAGAR. Arturo Morgado García

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El pasado 30 de noviembre el ABC publicaba una noticia referida al mercadeo con los artículos científicos que hay en la República Popular China:

Como no podía ser de otra manera, estas prácticas nos parecen absolutamente execrables, pero es lo que la Academia se ha ganado a pulso. Hoy día hay una auténtica obsesión por los JCR y los índices de impacto, y al final hemos caído en la trampa de mercantilizar la divulgación del conocimiento. A ver si nos enteramos: los índices de impacto los elaboran empresas privadas, vinculadas al mundo anglosajón, y estas empresas actúan de la misma manera que las agencias de calificación: priman todo lo publicado en inglés, que tiene más papeletas para recibir la triple A, cobran por incluir alguna publicación en sus índices (lo justificarán como el precio a pagar por el estudio de viabilidad realizado), y contribuyen poderosamente a salvaguardar el mandarinato cultural de unos países anglosajones que ya han perdido la batalla económica y dentro de unas décadas van a perder la tecnológica, por lo que necesitan a toda costa mantener su primacía en el terreno de la producción de conocimiento, sea incluyendo a sus universidades en los primeros puestos del ranking, sea convirtiendo a sus publicaciones periódicas en las más apreciadas por los científicos de todo el mundo para publicar en ellas, aún a sabiendas de que para eso hay que pagar. Y las autoridades educativas de países como el nuestro les hacen el juego exigiendo a los investigadores coleccionar JCR para que su trabajo sea recompensado en forma de subvenciones, becas, proyectos o acreditaciones. Y conste que el que firma esto también participa del juego, aunque sea solamente sea por el hecho de que si no puedes cambiar el sistema, tendrás que adaptarte a él.

Y la verdad es que tal como está concebido, el sistema se presta a los mil y un trapicheos: podemos comprar el ISBN a una editorial de prestigio para dar mayor solvencia a una publicación, podemos pagar a una revista para que nos coloque algún artículo, podemos incluir, previo pago, a una destacada autoridad intelectual (llamémosle  asesoramiento técnico debidamente recompensado) incluyéndola entre los firmantes para dar más lustre a alguno de nuestros trabajos, podemos firmar convenios de yo te cito tú me citas con otros colegas (ya se han descubierto tramas al respecto), y mil y una tácticas igualmente repulsivas. La producción de conocimiento se ha convertido en un inmenso mercado, y en un mercado, no lo olvidemos, todo es susceptible de ser comprado y de ser vendido, y ya sabemos para qué sirve la autorregulación que tanto les gusta a los neoliberales. Lo que no acabaremos nunca de entender es por qué tantos desvelos, cuando los productores de conocimiento, casi nunca, nos beneficiamos económicamente de ello, y cuando obtenemos alguna subvención o algún proyecto es, simplemente, para trabajar más. Aunque ya se sabe que nos gusta autoflagelarnos.


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