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STEVEN SHAPIN, EL FILOSOFO Y EL POLLO (1998). Arturo Morgado García

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En un artículo ya algo antiguo, Steven Shapin, uno de los grandes especialistas actuales de historia de la ciencia (autor, entre otros, de La revolución científica. Una interpretación alternativa, 2000, ed. inglesa 1996)  nos muestra cómo el trabajo intelectual está estrechamente a un ideal ascético que se remonta a la época de Platón, y que este ideal comportaba toda una serie de técnicas fisiognómicas, posturales, gestuales, situacionales y dietéticas que presuntamente preparaban al organismo para la producción y la recepción de conocimiento, proponiéndonos una idea que parece una broma, a saber, la relación entre el vientre y el conocimiento.

Desde la Antigüedad hasta la temprana época moderna, los textos médicos recomendaban continuamente adoptar unos hábitos alimenticios moderados, condenando cualquier exceso al respecto. Debía eliminarse el consumo de carne, y la glotonería y la embriaguez se consideraban lo peor de todo. Pero la abstinencia podía se peligrosa y debía practicarse también con moderación.La obra del veneciano Luigi Cornaro, La vita sobria, de mediados del siglo XVI, se convertiría en el texto más seguido, recomendando comer tan sólo lo que era estrictamente necesario para vivir, pan, caldo (quizás con un huevo), fruta, toda clase de aves de corral (pero no carne) y algo de pescado. La teoría de los humores tuvo también una gran importancia en la explicación de la naturaleza de los filósofos, y, desde Marsilio Ficino, pasando por Robert Burton, se insistió en la idea de que la constitución del filósofo era distinta a la del hombre normal, estando caracterizada primordialmente por la melancolía.

En el siglo XVII Robert Boyle también seguía este ideal ascético, ejerciendo un estricto control de su cuerpo y desterrando cualquier clase de pompa en el vestir, el alojamiento o el equipaje. Su contemporáneo Henry More, filósofo de la universidad de Cambridge, dedicó mucha más importancia a su propio cuerpo que cualquiera de sus contemporáneos. En su correspondencia con Lady Anne Conway, señalaba la importancia de una dieta correcta para llevar a cabo sus inquisiciones filosóficas. Isaac Newton, por su parte, se caracterizaba por no comer prácticamente pan, siendo asimismo completamente abstemio. Su sobrina señalaba que cuando vivía en Londres y le llevaba leche y huevos calientes para la cena, se los comía fríos en el desayuno. Henry Cavendish, a finales del siglo XVIII, también era protagonista de relatos similares.

La veracidad de estos relatos nos importa poco, sino su significado: todas estas historias nos muestran normas de conducta para el amante del conocimiento y el buscador de la verdad. Ya han perdido su sentido, por cuanto el sabio ha sido sustituido en nuestra cultura por el experto: si el primero sabía de modo differently, el experto, simplemente sabe more. Sería Nietzsche en La Gaya ciencia, publicada en la década de 1880, el primero en dinamitar este concepto milenario, señalando el carácter patológico de cualquier sistema ético que presente una definición negativa de la felicidad.


Extractado de Steven Shapin“The Philosopher and the Chicken”, en Steven Shapin y Christopher Lawrence (eds.), Science Incarnate. Historical Embodiment of Natural Knowledge, Univesity of Chicago Press, 1998.

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