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LANGOSTAS EXCOMULGADAS. Arturo Morgado García

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Durante el Antiguo Régimen uno de los peores azotes que podía recaer sobre el sufrido campesinado era una plaga de langostas, catástrofe que fue muy recurrente en la España del momento. Durante mucho tiempo no hubo una forma eficaz de enfrentarse a ellas, y tan sólo se podía acudir a los consabidos remedios espirituales, tales exorcismos o excomuniones, lo que de paso venía a reforzar el papel de la Iglesia como única institución capaz de, con la ayuda divina naturalmente, hacer frente a la naturaleza desbocada.


Sobre este tema trata el libro de Juan Cosme Sanz Larroca Las respuestas religiosas ante las plagas del campo en el XVII español, un trabajo que viene a sumarse a las ya numerosas aportaciones que hay sobre la incidencia de los desastres naturales, como inundaciones, sequías, tempestades o terremotos, en la España moderna, pero que a nosotros nos interesa desde la perspectiva animalística. El libro está dividido en dos partes bien diferenciadas, la primera dedicada a las plagas y sus causas, donde incide, como era de esperar, en la creencia de la época de que se trataba de un castigo divino, y la segunda centrada en los remedios, algunos utilizados por la Iglesia, y otros condenados por la misma, como el recurso a saludadores, magos y ensalmadores, por cuanto no hay que perder de vista que aunque los procedimientos empleados por éstos podían ser muy similares a los de los eclesiásticos, eran éstos los únicos autorizados a mediar entre Dios y la naturaleza.

Llaman especialmente la atención las páginas dedicadas a excomuniones y procesos judiciales, lo que no hace más que reflejar una idea, muy extendida en la Edad Media, de que los animales tenían responsabilidad moral de sus actos, y que, por consiguiente, podían ser castigados cuando los mismos eran dañinos. Es muy llamativo el proceso celebrado en la abadía de Santa María de Párraces, en la provincia de Segovia, en 1650, en la cual los miembros del tribunal representaban respectivamente a la Virgen María como juez de la causa, los santos Gregorio Magno, Gregorio Nacianceno y Gregorio Ostiense como fiscales (eran los protectores contra las plagas del campo por antonomasia), un simple vecino como abogado defensor, y San Antonio de Padua como notario. Escuchadas todas las partes, la sentencia del juez consistió en condenar a la langosta con excomunión mayor si en el plazo de tres días no abandonaba la comarca, aunque no sabemos si esta amenaza tuvo alguna efectividad.

Dicho sea de paso, en esta obra también se recoge una censura contra delfines promulgada a inicios del siglo XVII conminándoles a abandonar las costas asturianas, lo que al parecer funcionó, por cuanto Gil González Dávila, autor de Teatro eclesiástico de la Santa Iglesia de Oviedo (1635), y que recoge el hecho, menciona que desde entonces nunca volvieron a ser vistos por aquellos litorales.

Datos completos de la obra: Juan Cosme Sanz Larroca, Las respuestas religiosas ante las plagas del campo en el XVII español. El hombre frente a la naturaleza, Säarbrucken, Editorial Académica Española, 2012, 489 págs. Ilustración: langostas y saltamontes, en Ulises Aldrovandi, De animalibus insectis libri septem, Bolonia, 1602, p. 412.

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