Pocos años más tarde, en un apéndice de su obra Exoticorum libri decem, de 1605, Clusius calificaría el trabajo de Aldrovandi sobre las manucodiatas como el más completo y riguroso hasta la fecha. Sólo un punto se volvió de nuevo problemático: la naturaleza ápoda del ave. En su libro Clusius reconoce que durante un tiempo él también había creído, como Aldrovandi, y contra el parecer de Aristóteles, que las manucodiatas carecían de patas. Sin embargo, la noticia de que varios ejemplares completos habían llegado a Amsterdam provenientes de las Indias Orientales le hizo cambiar de opinión. A pesar de que no pudo observar estos especímenes de primera mano, pues muy pronto fueron vendidos y pasaron a engrosar la colección naturalista de Rodolfo II, Clusius tuvo acceso al testimonio de individuos que sí los habían visto -entre ellos los navegantes holandeses que los habían transportado a Europa, quienes le aseguraron que las aves tenían patas. A lo largo de su texto Clusius insiste en que le habría gustado hacerse con un ejemplar completo, con el fin de contrastar la información facilitada por sus contactos y obtener, además, una imagen que no sólo sirviera de complemento a su descripción sino que mostrara, en un golpe de vista, que la manucodiata era un ave como las demás. Siempre atento a la hora de incorporar a su obra los materiales más actualizados y novedosos, finalmente tuvo que conformarse con incluir dos xilografías de dos especímenes sin patas. En cualquier caso, el peso de los testimonios que citaba parecía suficiente para intentar abrir la vía a un eventual proceso, de desmitificación a propósito de este ave legendaria.Como ha señalado Ogilvie, el caso de Clusius y la manucodiata ilustra uno de los rasgos característicos del conocimiento natural de finales del siglo XVI y comienzos del XVII: la tensión entre los testimonios verbales y el objeto concreto -o su imagen. Una tensión alimentada, entre otras cuestiones, por el problema de la accesibilidad -seguían siendo muy pocos los que podían observar de primera mano un ejemplar de ave del paraíso muerta, y ningún europeo las había visto vivas aún- y, sobre todo, por el problema de la credibilidad. En el caso de Clusius, por ejemplo, no había duda de que el testimonio aportado por unos navegantes holandeses era más fiable que el referido por Pigafetta en su relato.
Más de dos décadas después, y con Clusius como interlocutor principal, Juan Eusebio Nieremberg retomará estas mismas cuestiones en sus reflexiones acerca de la manucodiata. Unas reflexiones recogidas de forma poco sistemática en Prolusión a la doctrina y historia natural (1629) Curiosa y oculta filosofía (1649) e Historia naturae (1635), en las que el jesuita madrileño, como en muchos otros pasajes de su obra, busca articular conocimiento natural y doctrina religiosa como parte de su proyecto teológico-naturalista de interpretación de la naturaleza. Defensor de la naturaleza ápoda del ave del paraíso-una característica que le servirá, al modo de los tratados de emblemática, para ilustrar la presencia de actitudes virtuosas en el comportamiento de los animales- Nieremberg se pregunta por los límites de la experiencia propia y ajena a propósito de este caso tan elusivo como fascinante. En particular, cuestiona la fiabilidad de los testimonios presentados por Clusius, cuyo texto conoce bien y cita en extenso. Así, en el capítulo XLII del libro primero de Curiosa filosofía, titulado Del aue sin pies contra Carolo Clusio», escribe: No admito lo que dize Carolo Clusio, desacreditando temerariamente la fama recebida deste pajaro, la magestad de la naturaleza, y la admiracion de su poder, y el testimonio cierto de los Españoles testigos de vista, en cuyas conquistas se cria, anteponiendoles la relacion incierta de algunos Olandeses, que oyeron dezir, mas no vieron, ni estuuieron en las islas donde estas aues andan, como el mismo Clusio confiessa, con todo esso por su testimonio dize, que esta aue tiene pies, que es como las demas, huesped de la tierra, que no siempre anda suspensa en el aire, que los naturales de las islas de donde se traen estos pajaros les cortan, quando les cogen sutilmente, los pies por encarecerlos a los mercaderes de Europa, que es engaño el auer creido la historia que anda deste milagro del aire. Lejos de considerar la admirable historia del ave una habladuría sin fundamento, Nieremberg la da por verdadera apelando a la autoridad de naturalistas de prestigio como Gesner y Aldrovandi -«escrupulosos censores de la naturaleza»-, así como al testimonio de testigos mejor cualificados que los citados por Clusius: «los nuestros, pues en sus conquistas se halla este milagro». Menciona, además, el testimonio de una «persona fidedigna» que le aseguró haber visto caer un ave del paraíso, muerta, sin pies. Y hasta reconoce que «examinando yo las que llegan secas a España, no hallè rastro por donde se los pudieron auer cortado». Consciente, sin embargo, del peso de la evidencia material -en alusión a los ejemplares con patas mencionados por Clusius- así como de la variable y negociada fiabilidad de los testimonios, Nieremberg admite la posibilidad de que haya diversas especies de ave del paraíso, unas ápodas y otras, «parecidas a estas, pero mas humanas, y tratables, que se dignan de abatirse a la tierra, y para esto con sus pies a proposito», que denomina «manucodiatas espurias». Una estrategia argumentativa -habitual en su obra- que le permite defender su postura sin negar validez a la opinión, a veces contraria, de otros autores; en este caso Clusius, cuyo trabajo constituye una de sus principales y más fiables fuentes de información.
El uso de esta fórmula es particularmente claro en Historia naturae, donde el capítulo dedicado a la manucodiata se articula en torno a dos posturas encontradas, pero complementarias: una que defiende la naturaleza ápoda del ave y otra que la niega.Como en los textos de Prolusión y Curiosa y oculta filosofía, el jesuita madrileño no oculta su preferencia por la primera opción. Tras unas breves palabras introductorias acerca de las diferentes expresiones empleadas para referirse al ave -«manucodiatas», «ave del paraíso», «ave de Dios», «passaros de sol»- Nieremberg declara abiertamente, en la línea de Gesner y Aldrovandi, y en contra de Pigafetta, a quien también menciona, que «este ave carece de patas y se mantiene en el aire en vuelo constante».Por su interés y novedad, y a fin de no repetir las palabras de Aldrovandi, Nieremberg opta por transcribir la descripción de la manucodiata realizada por Francisco Hernández, cuyo texto manuscrito dice haber consultado en la biblioteca de El Escorial. Ahora bien, Nieremberg tampoco renuncia a la información recogida por Clusius en Exoticorum libri decem, y transcribe literalmente muchos de los párrafos que el naturalista flamenco dedica a estas aves, incluyendo las precisas descripciones de ejemplares disecados así como los pasajes en los que se detallan algunos de sus hábitos, como el de volar en bandadas, abastecerse de agua con gran cautela, o estar dirigidas por un ave rey de tamaño menor que las demás. Como reconoce el propio Nieremberg, la negativa de Clusius a aceptar la naturaleza ápoda de la manucodiata constituía todo un «castigo» a los naturalistas que sí la defendían, pero no por ello debía pasarse por alto la información contenida en sus textos. Menos reservado, aunque no más innovador, se muestra nuestro autor a la hora de ofrecer una lectura emblemática del ave del paraíso. Interesado por las correspondencias entre el comportamiento animal y la vida virtuosa, Nieremberg amplía, por la vía de la religión, la línea interpretativa abierta por Contile y Camerarius caracterizando a esta criatura sin patas en constante vuelo como un emblema de la pobreza cristiana.
Extractado de José Ramón Marcaida López, Juan Eusebio Nieremberg y la ciencia del Barroco, Universidad Autónoma de Madrid, 2011, Tesis doctoral, pp. 252-258. Iustraciiones: aves del paraíso en Clusius, Exoticorum libri decem, y Nieremberg, Historia naturae.