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JOSE RAMON MARCAIDA: EL AVE DEL PARAISO (II). Arturo Morgado García

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Pasado un tiempo tras la publicación de las descripciones de Pigafetta y Transilvanus, la creencia en este perpetuum mobile sin patas fue convirtiéndose en un hecho aceptado, aunque con diversos matices que no harían sino aumentar la paradoja en torno a sus rasgos y costumbres. Así, Girolamo Cardano, en su obra De Subtilitate, del año 1550, sostendrá que la manucodiata carece de patas pero puede servirse de sus plumas para colgarse de las ramas de los árboles y descansar. Señala, además, que el macho posee una cavidad en su espalda para que la hembra pueda incubar los huevos en pleno vuelo, y que el único alimento de estas aves es el rocío. Esta información fue copiada y comentada por muchos autores posteriores, entre ellos Pierre Belon, quien en su obra L’histoirede la nature des oyseaux propone identificar el ave ápoda descrita por Cardano con el ave fénix. Curiosamente, tres años antes, Francisco López de Gómara, en su Historia General de las Indias, de 1552, había incluido una descripción del ave del paraíso en la que, como Pigafetta, hacía referencia explícita a sus patas, «largas un palmo». Pero el dato, tan significativo, o bien pasó inadvertido o, como señala José Julio García Arranz (Ornitología emblemática, 1996), fue silenciado por los autores posteriores. El hecho de que Conrad Gesner -en el tercer volumen de su historia de los animales, dedicado a las aves y publicado en el año 1555- avalara la hipótesis de la ausencia de patas citando el testimonio de testigos pertenecientes a su círculo de corresponsales contribuyó sobremanera a asentar la fama legendaria de la manucodiata. En su obra Gesner incluyó también una imagen del ave que pronto se convertiría en un referente iconográfico, reproducido, como veremos más adelante, en multitud de tratados naturalistas o de otras temáticas.

La literatura emblemática en particular pronto se hizo de eco de las historias en torno a este ave, cuyos hábitos y singular fisionomía inspirarían las más variadas interpretaciones de orden moral y religioso. Publicada en 1564, Emblemata, de Johannes Sambucus, es considerada la primera obra que incorporó el caso del ave del paraíso a un libro de emblemas. Bajo el lema «Vita irrequieta» («Vida sin descanso»), en alusión al vuelo constante del ave, la referencia a la manucodiata fue interpretada como una exaltación a la vida activa y diligente. Diez años más tarde, Luca Contile se serviría del mismo motivo para comparar la ligereza del ave con las aspiraciones elevadas del hombre virtuoso. Asimismo, Juan de Borja, en su obra Empresas morales, de 1581, el primer libro de emblemas publicado en castellano, empleó este ave «sin ningun pie» para aludir a aquellos individuos que optan por una vida retirada y tranquila en lugar de asumir proyectos que no están a la altura de su potencial y valía. Por último, uno de los usos emblemáticos del ave más conocidos y citados fue el de Joachim Camerarius, que incluyó una empresa dedicada a la manucodiata en el tercero de sus cuatro libros de emblemas de temática naturalista, publicado en 1596. Bajo el lema «Negligit ima» («Descuida lo más bajo»), ya empleado unos años antes por Giulio Cesare Capaccio en un emblema basado en el mismo motivo, el ave representaría, de nuevo, el desinterés de las personas virtuosas por los asuntos mundanos y su preferencia por los temas elevados.

Mucho de este simbolismo emblemático quedó recogido en el último gran tratado naturalista de la centuria dedicado a las aves, la obra Ornithologiae, de Ulisse Aldrovandi, publicada en 1599. Fiel a su estilo y afanes enciclopédicos, el naturalista boloñés se basó en las más diversas fuentes para reunir la información más actualizada sobre este pájaro –según su criterio también- desprovisto de patas. Amplió, además, el repertorio iconográfico al aportar cuatro nuevas imágenes, además de la ya publicada por Gesner, para cada una de las cinco especies de ave del paraíso discutidas en su texto.

Extractado de José Ramón Marcaida López, Juan Eusebio Nieremberg y la ciencia del Barroco, Tesis doctoral, Universidad Autónoma de Madrid, 2011, pp. 249-252. Ilustración: aves del paraíso, en Conrad Gesner, Historiae anialium lib. III qui est de avium natura (1555), y Ulises Aldrovandi, Ornithologiae (1599).


JOSE RAMON MARCAIDA: EL AVE DEL PARAISO (III). Arturo Morgado García

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Pocos años más tarde, en un apéndice de su obra Exoticorum libri decem, de 1605, Clusius calificaría el trabajo de Aldrovandi sobre las manucodiatas como el más completo y riguroso hasta la fecha. Sólo un punto se volvió de nuevo problemático: la naturaleza ápoda del ave. En su libro Clusius reconoce que durante un tiempo él también había creído, como Aldrovandi, y contra el parecer de Aristóteles, que las manucodiatas carecían de patas. Sin embargo, la noticia de que varios ejemplares completos habían llegado a Amsterdam provenientes de las Indias Orientales le hizo cambiar de opinión. A pesar de que no pudo observar estos especímenes de primera mano, pues muy pronto fueron vendidos y pasaron a engrosar la colección naturalista de Rodolfo II, Clusius tuvo acceso al testimonio de individuos que sí los habían visto -entre ellos los navegantes holandeses que los habían transportado a Europa, quienes le aseguraron que las aves tenían patas. A lo largo de su texto Clusius insiste en que le habría gustado hacerse con un ejemplar completo, con el fin de contrastar la información facilitada por sus contactos y obtener, además, una imagen que no sólo sirviera de complemento a su descripción sino que mostrara, en un golpe de vista, que la manucodiata era un ave como las demás. Siempre atento a la hora de incorporar a su obra los materiales más actualizados y novedosos, finalmente tuvo que conformarse con incluir dos xilografías de dos especímenes sin patas. En cualquier caso, el peso de los testimonios que citaba parecía suficiente para intentar abrir la vía a un eventual proceso, de desmitificación a propósito de este ave legendaria.Como ha señalado Ogilvie, el caso de Clusius y la manucodiata ilustra uno de los rasgos característicos del conocimiento natural de finales del siglo XVI y comienzos del XVII: la tensión entre los testimonios verbales y el objeto concreto -o su imagen. Una tensión alimentada, entre otras cuestiones, por el problema de la accesibilidad -seguían siendo muy pocos los que podían observar de primera mano un ejemplar de ave del paraíso muerta, y ningún europeo las había visto vivas aún- y, sobre todo, por el problema de la credibilidad. En el caso de Clusius, por ejemplo, no había duda de que el testimonio aportado por unos navegantes holandeses era más fiable que el referido por Pigafetta en su relato.

Más de dos décadas después, y con Clusius como interlocutor principal, Juan Eusebio Nieremberg retomará estas mismas cuestiones en sus reflexiones acerca de la manucodiata. Unas reflexiones recogidas de forma poco sistemática en Prolusión a la doctrina y historia natural (1629) Curiosa y oculta filosofía (1649) e Historia naturae (1635), en las que el jesuita madrileño, como en muchos otros pasajes de su obra, busca articular conocimiento natural y doctrina religiosa como parte de su proyecto teológico-naturalista de interpretación de la naturaleza. Defensor de la naturaleza ápoda del ave del paraíso-una característica que le servirá, al modo de los tratados de emblemática, para ilustrar la presencia de actitudes virtuosas en el comportamiento de los animales- Nieremberg se pregunta por los límites de la experiencia propia y ajena a propósito de este caso tan elusivo como fascinante. En particular, cuestiona la fiabilidad de los testimonios presentados por Clusius, cuyo texto conoce bien y cita en extenso. Así, en el capítulo XLII del libro primero de Curiosa filosofía, titulado Del aue sin pies contra Carolo Clusio», escribe: No admito lo que dize Carolo Clusio, desacreditando temerariamente la fama recebida deste pajaro, la magestad de la naturaleza, y la admiracion de su poder, y el testimonio cierto de los Españoles testigos de vista, en cuyas conquistas se cria, anteponiendoles la relacion incierta de algunos Olandeses, que oyeron dezir, mas no vieron, ni estuuieron en las islas donde estas aues andan, como el mismo Clusio confiessa, con todo esso por su testimonio dize, que esta aue tiene pies, que es como las demas, huesped de la tierra, que no siempre anda suspensa en el aire, que los naturales de las islas de donde se traen estos pajaros les cortan, quando les cogen sutilmente, los pies por encarecerlos a los mercaderes de Europa, que es engaño el auer creido la historia que anda deste milagro del aire. Lejos de considerar la admirable historia del ave una habladuría sin fundamento, Nieremberg la da por verdadera apelando a la autoridad de naturalistas de prestigio como Gesner y Aldrovandi -«escrupulosos censores de la naturaleza»-, así como al testimonio de testigos mejor cualificados que los citados por Clusius: «los nuestros, pues en sus conquistas se halla este milagro». Menciona, además, el testimonio de una «persona fidedigna» que le aseguró haber visto caer un ave del paraíso, muerta, sin pies. Y hasta reconoce que «examinando yo las que llegan secas a España, no hallè rastro por donde se los pudieron auer cortado». Consciente, sin embargo, del peso de la evidencia material -en alusión a los ejemplares con patas mencionados por Clusius- así como de la variable y negociada fiabilidad de los testimonios, Nieremberg admite la posibilidad de que haya diversas especies de ave del paraíso, unas ápodas y otras, «parecidas a estas, pero mas humanas, y tratables, que se dignan de abatirse a la tierra, y para esto con sus pies a proposito», que denomina «manucodiatas espurias». Una estrategia argumentativa -habitual en su obra- que le permite defender su postura sin negar validez a la opinión, a veces contraria, de otros autores; en este caso Clusius, cuyo trabajo constituye una de sus principales y más fiables fuentes de información.

El uso de esta fórmula es particularmente claro en Historia naturae, donde el capítulo dedicado a la manucodiata se articula en torno a dos posturas encontradas, pero complementarias: una que defiende la naturaleza ápoda del ave y otra que la niega.Como en los textos de Prolusión y Curiosa y oculta filosofía, el jesuita madrileño no oculta su preferencia por la primera opción. Tras unas breves palabras introductorias acerca de las diferentes expresiones empleadas para referirse al ave -«manucodiatas», «ave del paraíso», «ave de Dios», «passaros de sol»- Nieremberg declara abiertamente, en la línea de Gesner y Aldrovandi, y en contra de Pigafetta, a quien también menciona, que «este ave carece de patas y se mantiene en el aire en vuelo constante».Por su interés y novedad, y a fin de no repetir las palabras de Aldrovandi, Nieremberg opta por transcribir la descripción de la manucodiata realizada por Francisco Hernández, cuyo texto manuscrito dice haber consultado en la biblioteca de El Escorial.  Ahora bien, Nieremberg tampoco renuncia a la información recogida por Clusius en Exoticorum libri decem, y transcribe literalmente muchos de los párrafos que el naturalista flamenco dedica a estas aves, incluyendo las precisas descripciones de ejemplares disecados así como los pasajes en los que se detallan algunos de sus hábitos, como el de volar en bandadas, abastecerse de agua con gran cautela, o estar dirigidas por un ave rey de tamaño menor que las demás. Como reconoce el propio Nieremberg, la negativa de Clusius a aceptar la naturaleza ápoda de la manucodiata constituía todo un «castigo» a los naturalistas que sí la defendían, pero no por ello debía pasarse por alto la información contenida en sus textos. Menos reservado, aunque no más innovador, se muestra nuestro autor a la hora de ofrecer una lectura emblemática del ave del paraíso. Interesado por las correspondencias entre el comportamiento animal y la vida virtuosa, Nieremberg amplía, por la vía de la religión, la línea interpretativa abierta por Contile y Camerarius caracterizando a esta criatura sin patas en constante vuelo como un emblema de la pobreza cristiana.

Extractado de José Ramón Marcaida López, Juan Eusebio Nieremberg y la ciencia del Barroco, Universidad Autónoma de Madrid, 2011, Tesis doctoral, pp. 252-258. Iustraciiones: aves del paraíso en Clusius, Exoticorum libri decem, y Nieremberg, Historia naturae.

JOSE RAMON MARCAIDA: EL AVE DEL PARAISO (y IV). Arturo Morgado García

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Con su aportación Nieremberg pasa a formar parte de una cada vez más amplia nómina de autores cautivados por las posibilidades simbólicas de esta singular criatura; entre ellos, muchos tratadistas, como él, religiosos, y no pocos jesuitas, como ha mostrado García Arranz en su ya citado estudio sobre el uso emblemático del ave. Destacarían, entre las obras contemporáneas o posteriores a los trabajos de Nieremberg, el libro de emblemas de temática mariana Vie de la Mere de Dieu representée par emblesmes, obra del célebre grabador Jacques Callot, o, entre los tratados de sello jesuita, los libros Emblemata sacra de Fide, Spe, Charitate (1636), de Guilielmus Hesius, Imago primi saeculi Societatis Iesu a prouincia Flandro-Belgica (1640) y De l’art des devises (1666), de Pierre Le Moyne.

Pero, sin duda, el ejemplo más interesante lo encontramos en el ya mencionado tratado de emblemas Orpheus Eucharisticus (1657), del agustino Augustin Chesneau. Aquí el emblema dedicado a la manucodiata, basado en la información aportada por Gesner en su historia de los animales, plantea una singular correspondencia entre, por un lado, el cuerpo de la manucodiata macho y los huevos que alberga en la cavidad de su espalda y, por otro, Jesucristo y los frutos de la unión eucarística. Destaca especialmente la pictura que acompaña al texto; se trata de una excepcional imagen de dos aves acopladas en pleno vuelo, en alusión a la peculiar forma de incubar de estos pájaros descrita por los naturalistas de la época. Un ejemplo más, a cargo del grabador Albert Flamen, de original fusión entre conocimiento natural e iconografía emblemática. Flamen, de hecho, emplearía el motivo de la manucodiata en otras ilustraciones de tratados emblemáticos similares al de Chesneau. En concreto, es particularmente interesante, además de novedosa, una imagen perteneciente a la serie de Alegorías sin lema reproducidas en el volumen del Illustrated Bartsch dedicado a este artista. En ella se representa el peculiar ritual que siguen las aves del paraíso a la hora de abastecerse de agua: una de ellas es enviada primero como catadora, mientras el resto de la bandada espera. Se trata de una información aportada por Clusius en su Exoticorum libri decem, aunque Flamen bien podría haberse servido, como en otros ejemplos, de la Historia naturae de Nieremberg, donde este pasaje es copiado de forma literal.
 
Como sucediera con otros ejemplos extraídos de la fauna y la flora exótica, las aves del paraíso entraron a formar parte del muestrario de aves incluidas en composiciones como las dedicadas a la entrada de los animales en el Arca de Noé, escenas del jardín del Edén, o pinturas alegóricas sobre los cuatro elementos. Una incorporación algo tardía, deberíamos añadir, ya que los primeros cuadros en los que se representa este ave fueron realizados a comienzos del siglo XVII, es decir, varias décadas después de la aparición de otras imágenes ya mencionadas. Entre los primeros artistas que incluyeron el ave del paraíso en sus pinturas destaca Jan Brueghel el Viejo, siempre atento a las posibilidades iconográficas de las novedades procedentes del mundo del coleccionismo y del conocimiento natural. En varias de sus obras la manucodiata -fácilmente localizable en la parte superior de la composición, donde, representada en pleno vuelo, hace gala de su naturaleza etérea- aparece retratada, sin demasiadas variaciones, como un ave de cuerpo fino y cola larga de colores blancos y amarillos. Una representación muy parecida a la que ofrecen obras en las que participan artistas contemporáneos como Hendrik van Balen, Denis van Alsloot o Roelandt Savery, que a su vez sería copiada en pinturas de Jan Brueghel el Joven, su hijo, y de su nieto, Jan van Kessel el Viejo. En otras obras, sin embargo, Brueghel opta por retratar el ave del paraíso con patas, un dato significativo, tratándose de las primeras décadas del siglo XVII. Ya lo hemos señalado al referirnos a los esfuerzos de Clusius por hacerse con un ejemplar, o una imagen, de manucodiata completa antes de la publicación de su Exoticorum libri decem: la paulatina llegada a Europa, a finales del siglo XVI, de aves del paraíso con patas no las hizo mucho más accesibles ni visibles. Es por ello destacable que en fechas tan tempranas Brueghel pintara una, basándose en lo que parece un ejemplar completo, observado posiblemente  durante su estancia en la corte de Rodolfo II. La colección rudolfina, recordemos, incluía varios ejemplares preservados de manucodiatas con patas. Se han conservado, de hecho, algunas imágenes de estos ejemplares realizadas en acuarela, ilustraciones que formarían parte de los álbumes de motivos naturalistas pertenecientes, también, a la colección de Rodolfo II, y cuya circulación y repercusión -después de todo, serían unas de las primeras representaciones de aves del paraíso completas- desconocemos. Posteriormente, otros autores especializados en la pintura de animales como Frans Snyders y Paul de Vos, o Jan Brueghel el Joven, siguiendo modelos de su padre, también retrataron ejemplares con patas. Son ejemplos muy escasos, casi podríamos decir aislados, dentro del conjunto de las representaciones de aves del paraíso en la pintura del siglo XII -un conjunto no demasiado amplio, por otra parte. Pero merecen nuestra atención, por constituir el culmen, el final de una historia que había comenzado más de cien años atrás, con los relatos de los primeros viajeros que visitaron las Molucas y la llegada a Europa de las primeras pieles disecadas.

Estas representaciones del ave del paraíso con patas señalarían, pues, el final de una doble transformación: la de un cuerpo mutilado y disecado reconvertido en un animal completo y vivo, y la de una singularidad natural en vuelo permanente retratada ahora como un pájaro más, posado sobre una rama, rodeado de otras aves. Una transformación -este es el dato interesante- mucho más rápida que la que tuvo lugar en otros ámbitos. Y mucho menos conflictiva, al mismo tiempo. Pensemos, por ejemplo, en el tiempo transcurrido entre estas primeras imágenes de manucodiatas en cuadros y el que posiblemente fue el primer grabado impreso de un ave del paraíso con patas: el publicado por Ole Worm, póstumamente, en su Museum Wormianum, de 1655.

Extractado de José Ramón Marcaida López: Juan Eusebio Nieremberg y la ciencia del Barroco, Universidad Autónoma de Madrid, 2011, Tesis doctoral, pp. 259-279. Ilustraciones: aves del paraíso en Orpheus Eucharisticus (1657) de Augustin Chesneau, Jan Brueghel el Viejo y Peter Paul Rubens, El paraíso terrenal y la caída de Adán y Eva (c. 1615), detalle; Museo wormiano (1655), de Ole Worm.

LANGOSTAS EXCOMULGADAS. Arturo Morgado García

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Durante el Antiguo Régimen uno de los peores azotes que podía recaer sobre el sufrido campesinado era una plaga de langostas, catástrofe que fue muy recurrente en la España del momento. Durante mucho tiempo no hubo una forma eficaz de enfrentarse a ellas, y tan sólo se podía acudir a los consabidos remedios espirituales, tales exorcismos o excomuniones, lo que de paso venía a reforzar el papel de la Iglesia como única institución capaz de, con la ayuda divina naturalmente, hacer frente a la naturaleza desbocada.


Sobre este tema trata el libro de Juan Cosme Sanz Larroca Las respuestas religiosas ante las plagas del campo en el XVII español, un trabajo que viene a sumarse a las ya numerosas aportaciones que hay sobre la incidencia de los desastres naturales, como inundaciones, sequías, tempestades o terremotos, en la España moderna, pero que a nosotros nos interesa desde la perspectiva animalística. El libro está dividido en dos partes bien diferenciadas, la primera dedicada a las plagas y sus causas, donde incide, como era de esperar, en la creencia de la época de que se trataba de un castigo divino, y la segunda centrada en los remedios, algunos utilizados por la Iglesia, y otros condenados por la misma, como el recurso a saludadores, magos y ensalmadores, por cuanto no hay que perder de vista que aunque los procedimientos empleados por éstos podían ser muy similares a los de los eclesiásticos, eran éstos los únicos autorizados a mediar entre Dios y la naturaleza.

Llaman especialmente la atención las páginas dedicadas a excomuniones y procesos judiciales, lo que no hace más que reflejar una idea, muy extendida en la Edad Media, de que los animales tenían responsabilidad moral de sus actos, y que, por consiguiente, podían ser castigados cuando los mismos eran dañinos. Es muy llamativo el proceso celebrado en la abadía de Santa María de Párraces, en la provincia de Segovia, en 1650, en la cual los miembros del tribunal representaban respectivamente a la Virgen María como juez de la causa, los santos Gregorio Magno, Gregorio Nacianceno y Gregorio Ostiense como fiscales (eran los protectores contra las plagas del campo por antonomasia), un simple vecino como abogado defensor, y San Antonio de Padua como notario. Escuchadas todas las partes, la sentencia del juez consistió en condenar a la langosta con excomunión mayor si en el plazo de tres días no abandonaba la comarca, aunque no sabemos si esta amenaza tuvo alguna efectividad.

Dicho sea de paso, en esta obra también se recoge una censura contra delfines promulgada a inicios del siglo XVII conminándoles a abandonar las costas asturianas, lo que al parecer funcionó, por cuanto Gil González Dávila, autor de Teatro eclesiástico de la Santa Iglesia de Oviedo (1635), y que recoge el hecho, menciona que desde entonces nunca volvieron a ser vistos por aquellos litorales.

Datos completos de la obra: Juan Cosme Sanz Larroca, Las respuestas religiosas ante las plagas del campo en el XVII español. El hombre frente a la naturaleza, Säarbrucken, Editorial Académica Española, 2012, 489 págs. Ilustración: langostas y saltamontes, en Ulises Aldrovandi, De animalibus insectis libri septem, Bolonia, 1602, p. 412.

LA WUNDERKAMMER DEL GRESHAM COLLEGE. Arturo Morgado García

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El fenómeno de los gabinetes de curiosidades, o wunderkammer, estuvo muy extendido en la Europa moderna, y los podemos encontrar en hogares aristocráticos o burgueses, palacios reales, o instituciones educativas. Uno de tantos estuvo radicado en el londinense Gresham College, que desde 1663 acogiera a la Royal Society, siendo realizado su catálogo por el médico Nehemiah Grew (1641-1712), que lo publicara en 1681 bajo el nombre de Musaeum Regalis Societatis or a Catalogue and Description of the Natural and Artificial Rarities Belonging to the Royal Society and preserved at Gresham Colledge, conociendo una reseña al año siguiente en las Acta Eruditorum. En esta obra recopila todas las rarezas de la colección, que abarcaba los tres reinos de la naturaleza, aunque en lo que nos importa a nosotros, el mundo animal, lo divide a su vez en cuatro apartados dedicados respectivamente a Rarezas humanas, Cuadrúpedos, Serpientes, Aves, Peces, Conchas e Insectos. Las Acta eruditorum recogieron los especímenes más llamativos, figurando entre ellos una momia egipcia íntegra, un oso hormiguero, el cráneo de un hipopótamo, un armadillo, un ciervo volante, un cocodrilo, un rinoceronte, un pinguino, un narval, un pez rémora, una estrella marina, y una colección de conchas. Todo este abigarramiento asistemático nos muestra cómo a finales del siglo XVII la recopilación de talante baconiano, y el afán por coleccionar mirabilia, seguían plenamente operativos, llamando la atención la procedencia americana de muchos de estos especímenes.

Ilustración: Nehemiah Grew, Musaeum Regalis Societatis, en Google Books.

¿POR QUÉ A LOS MAMÍFEROS SE LES LLAMA ASÍ? Arturo Morgado García

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Extractamos aquí un trabajo de la historiadora norteamericana Londa Schiebinger, en la actualidad profesora de Historia de la ciencia en la universidad de Stanford, y autora, entre otros, de Colonial Botanny: Science, Commerce and Politics (2005), o Nature´s Body. Gender in the Making of Modern Science (1993). Es algo antiguo, pero nos parece muy interesante, por cuanto nos muestra que algo aparentemente tan inocente como una simple clasificación, encierra una fuerte carga ideológica.

En 1758, en la décima edición de su Systema naturae, Linneo introdujo el término Mammalia en la taxonomía zoológica, convirtiendo a las mamas femeninas en el icono de este grupo de criaturas. Hasta el momento, nadie ha cuesti0nado los orígenes sociales ni las consecuencias de este término, ni las políticas de género que condicionaron al autor sueco. Linneo veneraba los pechos maternos al mismo tiempo que doctores y políticos habían comenzado a alabar las virtudes de la leche maternal. Linneo, no lo olvidemos, era un médico, y padre de siete hijos. Por aquel entonces las clases medias y altas estaban comenzando a dejar de lado a las nodrizas, y una ley prusiana de 1794 fue tan lejos como para obligar a las mujeres adineradas a criar a sus propios bebés. Linneo estaba envuelto en la lucha contra la lactancia mercenaria, una lucha que suponía apartar a las mujeres de la esfera pública y relegarlas al papel doméstico.

Linneo dividía los animales en seis clases, Mammalia, Aves, Amphibia, Pisces, Insecta y Vermes, y los Mammalia eran el único grupo donde se determinaba la división zoológica en los órganos reproductores y el único que resaltaba una característica asociada con las mujeres. Los restantes grupos de animales, simplemente, se remontaban a Aristóteles, Aves significa pájaro, Amphibia enfatiza el hábitat, Insecta se refiere a un cuerpo segmentado, Vermes deriva del color. Al optar por el término Mammalia, Linneo abandonó la venerable terminología aristotélica de los Quadrupedia. Durante más de dos mil años, los mamíferos habían sido conocidos como cuadrúpedos. Ya había habido intentos anteriores de cambiar esta nomenclatura: John Ray señalaba a fines del siglo XVII que las ballenas y los manatíes tenían muchos rasgos similares (sangre roja, corazón con dos ventrílocuos) pero no tenían cuatro patas. Pero los naturalistas no adoptaron inmediatamente estas reservas, y de hecho Linneo en la primera edición de su obra (1735) utilizaba el término tradicional, aunque sí suscitó la ira de muchos por incluir a los hombres en el seno de este grupo, basándose en su cuerpo peludo, cuatro extremidades, y la naturaleza vivípara y lactífera de las mujeres. Debido a las similitudes de su dentadura, incluía a los humanos en los Anthropomorpha (término adoptado de Ray) junto a los monos, término que fue sustituido por el de Primates en la edición de 1758.

Muchos encontraron repugnante la inclusión de los humanos entre los cuadrúpedos. Buffon, su gran rival, señalaba que los humanos no eran tales, ya que tenían dos manos y dos pies, que los murciélagos tenían dos pies pero no manos, que los monos tenían cuatro manos y no pies, y que los manatíes solamente tenían dos manos. Daubenton, principal asistente de Buffon, señaló el sistema de Linneo como falso e inapropiado. Muchos naturalistas señalaron que esta noción era herética, ya que según la Biblia el hombre había sido creado a imagen de Dios. Los naturalistas anteriores a Linneo se habían enfrentado duramente a los problemas clasificatorios, John Ray había utilizado el término vivíparos para unificar las ballenas como los cuadrúpedos terrestres, sugiriendo que el término Pilosa era más apropiado que el de quadrupedia. Pero Linneo acabó eligiendo el término mammalia, señalando en su defensa que incluso quienes no pensaran que los hombres caminaran sobre las cuatro extremidades, debían admitir que se alimentaban de la leche materna. En 1758 señalaba que solamente los mammalia tenían mamas. El término tuvo una amplia aceptación, aunque por supuesto hubo detractores como Buffon, que criticaba globalmente el sistema linneano porque pensaba que el deber del naturalista era describir con precisión cada animal (reproducción, alimentación, costumbres y habitat) y no dividirlos en grupos artificiales empleando una oscura terminología grecolatina. Estaba particularmente ofendido por la preeminencia que Linneo daba a las mamas. Pero hasta el siglo XIX no fue un término universalmente admitido.

Mucho antes de Linneo, los pechos femeninos habían sido un poderoso icono de la cultura occidental, representando tanto lo sublime como lo bestial de la naturaleza humana, desde los pechos grotescos de las brujas hasta la figura revolucionaria de Mariana. Desde Diana de Efeso, hasta la imagen de la Naturaleza, los pechos simbolizan generación, regeneración y renovación. Linneo creó el término Mammalia en respuesta a la pregunta del lugar de los humanos en la naturaleza, ya que había que encontrar un término apropiado que uniera a los hombres con los animales, eligiendo los pechos como el icono del grupo superior de animales, y al elegir una característica femenina, rompía con la tradición que consideraba a la mujer como un varón imperfecto. Al honrar las mamas como un símbolo de la clase superior de animales, Linneo daba un nuevo valor a la mujer, especialmente su papel único en la revolución. Es importante señalar que en el mismo tomo que introducía el término mammalia, lo hacía con el vocablo Homo sapiens: de esta manera, una característica femenina (las mamas) une a los humanos con los animales, mientras una masculina (la razón) los separa.

En la tradición cristiana, la leche ha sido considerada como una sustancia provechosa tanto para el cuerpo como para el espíritu, y la leche de la Virgen era signo de gracia y de misterio eterno. Como Marina Warner ha señalado (Alone all her sex: the Myth and the Cult of the Virgin Mary, 1976), la Virgen no padeció ninguno de los dolores ni placeres asociados con la crianza de los hijos (menstruación, parto), salvo la lactancia. La Madonna amamantando al niño es la imagen de la madre Iglesia, pero al mismo tiempo la leche materna infundía conocimiento (San Agustín se imaginaba a sí mismo bebiendo de los pechos de la Sabiduría), y era valorada por sus virtudes medicinales y espirituales. Y Rousseau, que acuñó el vocabulario de la nueva domesticidad, celebraba el nuevo poder de las mujeres para alimentar a los futuros hijos del estado (un poder, naturalmente, confinado a los límites del hogar).

La fascinación europea por los pechos femeninos proveyó de un clima receptivo a la nueva terminología de Linneo, pero también se seguían consecuencias políticas de ello. Se trataba de relegar a la mujer al cuidado de los hijos creando una nueva valoración de la maternidad, y Linneo estuvo directamente implicado en la campaña para abolir la lactancia mercenaria, exponiendo una disertación sobre el rema en 1752 en la que señalaba las funestas consecuencias de esta práctica, que violaba las leyes de la naturaleza. El término linneano de los mamalia ayudó a legitimar la división sexual del trabajo en la sociedad europea , viendo a las mujeres de todas las especies como madres amorosas, una visión que se proyectó en el conocimiento europeo de la naturaleza. La historia de este término nos muestra cómo la ciencia nunca es neutral. Encontró una solución para unir a las ballenas con sus congéneres terrestres pero también para ubicar la naturaleza humana y la femenina
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Extractado de Londa Schiebinger, "Why Mammals are Called Mammals: Gender Politics in the Eighteenth Century Natural History", The American Historical Review, 98-2, 1993. Ilustración: semivulpa,  extraída de Jan Jonston, Historia naturalis de quadrupedibus (1650), inter 128-129.

EL SABER DE LOS JESUITAS. Arturo Morgado García

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Aunque es algo que durante mucho tiempo se ha tendido o preferido olvidar, los jesuitas tuvieron una importancia fundamental en la producción de conocimiento durante la Modernidad. Baste recordar que se trataba de una orden cuyos miembros tenían una elevada formación intelectual, y que al mismo tiempo gozaban de una difusión mundial, por lo que sus escritores podían contar con una red de corresponsales ubicados bien en China, bien en América, bien en tierras centroeuropeas, que les proporcionaban toda la información necesaria. Gracias a su pertenencia a esta auténtica multinacional del conocimiento, un autor como Athanasius Kircher pudo escribir un libro como China monumentis sin haber salido de Roma. La obra cuya introducción glosamos, debida a la pluma de Domingo Ledezma y Luis Millones Figueroa, nos proporciona numerosa información sobre el papel de la Compañía en las historias naturales americanas, incluyendo una serie de aportaciones sobre Kircher, Nieremberg, Gumilla, Clavijero, Juan Ignacio de Molina o Juan de Velasco.

El saber de los jesuitas debe entenderse como una combinación de tres coordenadas, la herencia del conocimiento aristotélico y de la tradición hermenéutica cristiana, la orientación humanística de su régimen educativo, y sus prácticas institucionales o cultura corporativa, a lo que debe añadirse que la sólida formación que recibía cada hermano jesuita se beneficiaba de adherirse de adhesión a una posición dinámica. La versión final de la Ratio studiorum de 1599 autorizaba a los profesores de filosofía a adaptar o desviarse del modelo inicial dominado por el neoaristotelismo, lo que dejó en claro que la Compañía adoptaba una posición flexible en las áreas de conocimiento que le interesaban. Primero a través de un eclecticismo filosófico y luego dejando espacios a posturas como el neoplatonismo y el sincretismo hermético, fueron aceptadas otras formas de indagación de la realidad. La cultura corporativa de la orden le permitió contar con recursos confiables para la investigación de la realidad más alejada de los centros tradicionales, por lo que los jesuitas no solamente desarrollaron su propio proyecto científico, sino que sus aportaciones fueron significativas también para quienes no compartían sus posturas  intelectuales. 

Los frutos del trabajo de la Compañía se vieron reflejados en tratados cosmográficos y de astronomía, diccionarios de lenguas no europeas, historias naturales, gabinetes de curiosidades y rarezas, compendios de geografía y botánica, y la actividad intelectual se vio beneficiada por el constante intercambio de noticias, cartas e informes sobre la cultura, naturaleza y cosmografía de las regiones donde se asentaban las misiones, gracias a la creación de una vasta red de información dentro de la orden. Las primeras noticias sobre la naturaleza de lugares desconocidos surgieron en las cartas que los misioneros jesuitas escribieron para informar de sus actividades. En los primeros cincuenta años de su existencia los jesuitas recopilaron numerosa información, y en 1598 el general Claudio Acquaviva dio instrucciones a todos los provinciales jesuitas pata que ordenaran la producción de textos historiográficos sobre sus misiones, y ello significó un gran impulso.

En la historiografía jesuita la descripción de la naturaleza desempeña una función encomiástica, los enigmas, prodigios y curiosidades proveyeron el contexto adecuado para la apología de los hechos edificantes y ejemplares de la compañía, lo extraño y lo fabuloso se rodeaba de un aura de veracidad gracias a su propósito apologético. Losa jesuitas buscaban resaltar las virtudes y destacar los sacrificios y milagros de sus misioneros, así como reclutar a nuevos miembros. Martirios, sacrificios y fenómenos prodigiosos eran la prueba de una revelación divina. La Historia de Acosta de 1590 se convirtió en la referencia obligatoria para los escritores sobre el Nuevo Mundo, y en su opinión la naturaleza del Nuevo Mundo ofrecía un material digno de haber sido abordado por Plinio o Aristóteles. Su historia logró modelar una visión sistemática y metódica del conocimiento del mundo natural y de los habitantes del Nuevo Mundo posible de ser integrada en las coordenadas del pensamiento europeo.

La difusión de la nueva información aumentó más el interés por lo exótico y lo desconocido, y para los jesuitas el contacto con el mundo natural de las tierras lejanas ofrecía oportunidades para reflexionar y participar en muchos asuntos, como el valor medicinal de las plantas o las cualidades de los minerales, la observación de los cometas o de nuevas estrellas, el trazado de las distancias y las fronteras de nuevos territorios, la ubicación del Paraíso terrenal o la diversidad de la flora y la fauna americanas. El intercambio de noticias e informaciones tuvo un efecto notable en las obras que los jesuitas escribieron en sus centros académicos europeos. El interés por todas estas novedades motivó un cuestionamiento del pensamiento escolástico eurocéntrico. Algunos jesuitas plantearon que el mundo natural no era más que un repertorio de significados simbólicos, y que su estudio e interpretación llevaría a que se descifrasen los enigmas y secretos ocultos en el libro de la naturaleza.

Datos de la obra: MILLONES FIGUEROA, Luis, y LEDEZMA, Domingo (eds.), El saber de los jesuitas, historias naturales y el Nuevo Mundo. Vervuet-Frankfurt/Iberoamericana-Madrid, 2005. Ilustración: Horóscopo universal de la Compañía, incluido en Athanasius Kircher, Ars Magna Lucis et Umbrae (1646).

LA CIENCIA BARROCA. Arturo Morgado García

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A lo largo del siglo XVII nos encontramos a una serie de autores, que también presentan su interés desde el punto de vista animalístico, como Ulises Aldrovandi, Juan Eusebio Nieremberg, Athanasius Kircher o Kaspar Schott, definidos por un modo de conocimiento muy particular, en el que se aúnan el afán erudito, el deseo de recopilar la naturaleza, la preferencia por lo particular y lo único frente a lo general, el predominio de lo alegórico y lo simbólico, y la utilización del latín como lengua de expresión. A todos ellos les podríamos aplicar el término de ciencia barroca, que auna dos conceptos, a primera vista, contradictorios, aunque en un trabajo de Juan Pimentel y José Ramón Marcaida que a continuación extractamos, se resuelve esta aparente contradicción.

"La historia de la ciencia moderna...también encierra un par de secretos en sus momentos constituyentes. Fue diseñada a mediados del siglo XX para recoger (y legitimar) el inexorable ascenso de unas formas de producir conocimiento de la naturaleza que habían colocado a Occidente a la cabeza de la humanidad a la hora de dar cuenta de los fenómenos de la materia y de la vida. Instalada en la idea del progreso...consagrada a la objetividad, la ciencia era una actividad gobernada por la razón y el intelecto, y no por la fe, las pasiones y las emociones. Era una historia de las ideas y no de los gustos...sus procedimientos buscaban la sencillez y la elegancia del lenguaje matemático...la historia de la ciencia, sin embargo, lleva ya un par de décadas descomponiendo el gran relato sobre los orígenes heroicos de la ciencia moderna...algunos de estos nuevos planteamientos apuntan a la posibilidad que aquí nos trae: la de pensar la ciencia moderna a través de una óptica barroca...

Ya que proponemos desviar las miradas y al mismo tiempo conformar nuevas visiones, empecemos por observar ciertos aspectos de la actividad científica del Seiscientos...acerquémonos a lo irracional, a lo subjetivo, al pathos metafísico...para ello la ciencia moderna ha logrado recuperar un espacio olvidado...el ámbito de lo afectivo, el mundo de los sentimientos y las emociones...los ardides de un Galileo cortesano, por ejemplo, ansioso por romper todo tipo de barreras disciplinares y sociales con el objeto de diseñar una identidad que le garantizase credibilidad y legitimación...apelar, por tanto, a lo temperamental, asociado tradicionalmente a los arrebatos creadores y performativos de los artistas, se vuelve necesario ante la multiplicidad de ejemplos en los que el ejercicio de la ciencia en la cultura del Barroco no parece tan racional ni tan metódico.

Incorporar lo afectivo a la historia de la ciencia moderna...introduce matices sugerentes...se abre un espacio en el que concurren las pasiones y los impulsos, la ostentación y el exceso, la teatralidad y el espectáculo. Detectamos...los componentes de riesgo e inestabilidad que...caracterizarían las relaciones de mecenazgo, permeadas por la cultura del don y lastradas por los conflictos de intereses....constatamos también la relevancia del público, a quien se debía impresionar y convencer...pensamos por ejemplo en el culto a la maravilla y la veneración por el asombro que profesaron las sociedades del Seiscientos...la curiosidad se torna en admiración. En los rincones más apartados de los palacios o en el bullicio de los mercados y los puertos la presencia de objetos raros, exóticos, se extendió a todos los ámbitos....filósofos, naturalistas, médicos, todos participaron de este gusto por lo extraordinario...

Las Mémoires de la Academia francesa y las Philosophical Transactions de la Royal Society recogen numerosos ejemplos...de estos sucesos que transgredían, de algún modo, el orden natural establecido por Dios a partir de la Creación. Se trataba de seres y fenómenos pertenecientes al ámbito de lo preternatural, una categoría que Santo Tomás propuso...y que la historia de la ciencia reciente ha recuperado a raíz del interés suscitado por el estudio de los wonders y los monstruos. Fenómenos, pues, que escapaban al orden natural, pero cuyas causas no eran ajenas a las leyes dispuestas para este mundo...una de las manifestaciones más claras de esta devoción por lo raro y sorprendente fue sin duda el interés por el coleccionismo misceláneo que a lo largo del sigo siguieron demostrando diversos personajes, desde el emperador Rodolfo II a Elias Ashmole, pasando por...Kircher...la proliferación de gabinetes de maravillas o wunderkammer...puso en circulación todo tipo de especímenes...muchos de los cuales desafiaban abiertamente la labor sistematizadora de taxónomos y naturalistas...

La actividad científica del siglo XVII manifestó gran interés por los aspectos escenográficos del conocimiento. Hay algo de ostentación, mucho de espectáculo lúdico diseñado para entretener e impresionar a una audiencia privilegiada. Linternas mágicas o fósforo, naumaquias o dragones: recursos para una ciencia que era en gran medida teatro. Se impuso un gusto por lo persuasivo, también por la invención y el engaño, que queda reflejado en la idea de naturaleza que se manejaba,a medio camino entre la ficción y la realidad...los primeros números de las Philosophical Transactions...están repletos de temas y casos aparentemente intrascendentes, triviales, mundanos, hechos que al ser observados lenta y cuidadosamente ponían de relieve no sólo la estructura material de la realidad, sino también de la propia extrañeza de la realidad, el carácter prodigioso de lo cotidiano. Así se desprende de la Micrografía de Hooke, el microscopista que decidió retratar el tejido de un tafetán, la punta de una aguja, el ojo de una mosca. Rhopografía, micrografía, las cosas mundanas devienen extraordinarias, dignas de ser fijadas y registradas. 

Extractado de Juan Pimentel y José Ramón Marcaida, "La ciencia moderna en la cultura del Barroco", Revista de Occidente, 328, 2008, pp. 136-151. Ilustración extraída de Ulises Aldrovandi, Monstrorum historia, Bolonia, 1642, p. 324.


PETER MASON, BEFORE DISENCHANTMENT (2009). Arturo Morgado García

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Desde el trabajo clásico de Asworth, "Natural History and the Emblematic World", se ha señalado que el descubrimiento de América se encuentra, entre otros factores, en el origen de un desencantamiento progresivo de la naturaleza.  El gran valor de la obra que comentamos en este momento radica en señalar cómo no se puede establecer una frontera clara entre fantasía y realidad en la descripción de la fauna y la flora americanas, representadas, por emplear sus propias palabras, de acuerdo "a baroque reading images of the natural world", utilizando el término baroque para definir el carácter exótico y extraño de la imaginería de la fauna del Nuevo Mundo. Por otro lado, frente a un Asworth que utilizaba preferentemente material impreso, Mason opta por las fuentes de carácter iconográfico, como dibujos, pinturas y esculturas.

El libro toma como punto de partida la descripción de la naturaleza del archipiélago canario en torno al año 1500, y se prolonga hasta las costas pacíficas sudamericanas de mediados del siglo XVII. Examina primeramente la transmisión de imágenes extrañas, como el dragon tree (conocido por estos lares como drago), los pájaros que crecen en los árboles (nuestro blog amigo El cuaderno de la historiadora le ha dedicado una entrada recientemente), y las criaturas híbridas.

En el capítulo cuarto analiza la obra de Carolus Clusius Exoticorum libri decem (1605), cuya información naturalista se deriva delos testimonios orales, escritos y visuales recogidos por españoles y holandeses en el Atlántico sur. El capítulo 5 es un estudio de Mexicanarum Plantarum Imagines (1613, impreso en 1624), un vasto trabajo realizado bajo los auspicios de la Academia dei Lincei en Roma, poniendo de relieve asimismo la influencia de los linceanos y de otras fuentes, como los trabajos póstumos de Aldrovandi, en las descripciones zoológicas de los pintores del norte, especialmente Rubens y Johannes Faber en el siglo XVII.

El capítulo 6 se dedica al "camel-sheep" (es decir, la llama) peruano, descrito como un híbrido por Pigafetta, ilustrado por Conrad Gesner en la segunda edición de sus Icones Animalium Quadrupedium (1560), y perpetuado a través de imágenes durante el siglo XVII. En el capítulo 7 el autor expone su debate con Ashworth, que menciona la Historia naturalis Brasiliae (1648) como el primer libro dedicado a una región concreta del Nuevo Mundo, y que marcaría un nuevo rumbo de la Historia natural. Por el contrario, Mason señala con bastantes evidencias que el encantamiento del mundo natural permaneció durante mucho tiempo en los observadores altomodernos.

A pesar de sus numerosas aportaciones, la obra de Mason falla, a nuestro entender, en una recapitulación final de sus puntos de vista, que se nos antoja demasiado escueta, aunque su libro destaca por su riquísimo material iconográfico y por poner de relieve las motivaciones sociales, políticas y psicológicas que se encuentran en la percepción de los mundos exóticos durante la Edad Moderna.

Datos de la obra: Peter Mason, Before Disenchantment. Images of exotic animals and plants in the Early Modern World, Londres, Reaction Books, 2009. Ilustración: Frans Post, Vista de Olinda (1662), obsérvense los animales representados en la parte inferior.

CHET VAN DUZER: SEA MONSTERS ON MEDIEVAL AND RENAISSANCE MAPS (2013). Arturo Morgado García

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Agradecemos a Sandra Sáenz-López, del CSIC, el habernos indicado la existencia de esta obra, que nos ofrece una magnífica panorámica de la iconografía de monstruos marinos en las representaciones cartográficas altomodernas, que no han sido tratadas en muchas ocasiones con la profundidad que se merece. El libro,  que como no podía ser menos, está  muy bien  ilustrado, nos muestra todo un elenco de ballenas, serpientes marinas, pulpos gigantes o sirenas, cuya presencia es muy recurrente a lo largo del siglo XVI, siendo buena muestra de ello el mapa de Waldseemüller (1507), la celebérrima Carta Marina (1539) de Olao Magno, el globo terráqueo de Mercator (1541) o el mapa de Islandia que encontramos en la edición de 1598 del Atlas de Ortelius. El autor es especialista en representaciones cartográficas, y a su pluma le debemos títulos tan sugerentes como Floating Islands: A Global Bibliography (2004), "Hic sunt Dracones: The Geography and Cartography of Monsters" (The Ashgate Research Companion to Monsters and the Monstrous, 2012) o "A Northern Refuge of the Monstrous Races: Asia on Waldeemuller´s 1516 Carta Marina" (Imago Mundi, 2010).



 Datos de la obra: Chet Van Duzer, Sea Monsters on Medieval and Renaissance Maps, The British Library, 2013. Ilustraciones ezxtraídas de la Carta marina y del Atlas de Ortelius.

REBECCA BRIENEN: VISIONS OF SAVAGE PARADISE (2006). Arturo Morgado García

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Entre 1630 y 1654 los holandeses, o más concretamente la WIC, ocuparon Pernambuco, núcleo de la colonia portuguesa de Brasil, a fin de beneficiarse de la producción azucarera de la zona. El nuevo gobernador, el conde Juan Mauricio de Nassau-Siegen, que ocupara dicho cargo entre 1636 y 1644, era un hombre de talante culto y tolerante, y promovió una activa campaña cultural (por lo visto, debía sentirse como un Alejandro Magno redivivo) que tuvo, entre otras consecuencias, la descripción de la naturaleza de dichas tierras y su difusión en Europa gracias a la publicación de la Historia Naturalis Brasiliae (1648) debida a Willem Piso y Georg Marcgraf, buen ejemplo de vinculación entre expansión colonial e historia natural, y que gracias a su rico aparato visual difundiría la imagen canónica de los animales sudamericanos, siendo muy utilizada por los naturalistas posteriores. Otros pintores, por su parte, contribuyeron a transmitir en el Viejo Mundo la representación visual de los animales, las plantas y los pobladores de la nueva colonia neerlandesa, figurando entre ellos Albert Eckhout (1610-1665), cuya estancia brasileña coincidiría aproximadamente con la de Nassau, y al que está dedicado la obra de la investigadora Rebecca Brienen, profesora en la universidad de Miami.

La obra pretende ser una recopilación de las representaciones visuales de Albert Eckhout, pero relacionando su iconografía con la existente en la Europa del momento, siendo muy brillante su aproximación al tratamiento visual de los habitantes del Nuevo Mundo, una iconografía creada por los europeos del norte y que aunaría las representaciones de los caníbales brasileños (Hans Staden, Jean de Léry, André Thevet) con la de los idílicos pobladores de Virginia, constituyendo la obra de Theodor de Bry uno de los principales medios de difusión de toda esta imaginería.

Desde un punto de vista estrictamente animalístico, que es lo que nos interesa, la autora acude constantemente a la comparación entre los óleos de Eckhout y las acuarelas de Marcgraf, contrastando el carácter dinámico del primero con el mucho más estático y lineal del segundo, lo que atribuye a su vinculación respectiva a dos escuelas pictóricas diferentes, las naturalezas muertas holandesas del primero, dinámicas y naturalistas, frente al descriptivo dibujo flamenco del siglo XV del segundo. Es evidente que Eckhout trabajó directamente con los animales y que no se basó en meras descripciones, si bien parece que no los representó en plena naturaleza, sino en su estudio, ya que se trata de ilustraciones bien terminadas y no de apuntes tomados directamente al natural.

Datos completos de la obra: Rebecca Parker Briennen, Visions of savage paradise. Albert Eckhout, Court Painter in Dutch Colonial Brazil, Amsterdam University Press, 2006. Ilustraciones: imágenes del tamandúa (oso hormiguero) debidas respectivamente a Marcgraf y Eckhout.

EL COMERCIO DE PIEDRAS BEZOAR. Arturo Morgado García

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Las piedras bezoares, encontradas en el estómago de determinados animales, y con pretendidas propiedades medicinales,  fueron objetos de comercio para las grandes casas mercantiles como los Fugger y los Welser, y posteriormente por parte de las compañías holandesas e inglesas. Las grandes firmas comerciales y los embajadores incluían a menudo en su correspondencia noticias de piedras preciosas como las bezoares. En la temprana época moderna era un signo de prestigio para nobles y grandes comerciantes poseer no ya una, sino toda una colección de piedras bezoar, y algunas de estas colecciones fueron vendidas a la muerte de sus propietarios. Las más apreciadas eran las que se encontraban en los monos salvajes y en los puercoespines del archipiélago indonesio, y algunas fueron presentadas como regalos muy especiales, como la que le obsequiara en 1608 el gran duque de Toscana Fernando I de Medici a Eleonora de Medici, la duquesa de Mantua. Bezoares de todos los tipos se encontraban en las cámaras de maravillas, como la de Rodolfo II.

La demanda de piedras bezoar en los siglos XVI y XVII aumentó enormemente, no sólo por esta manía coleccionista, sino también por ser muy utilizadas como remedios medicinales, aunque muchas de las historias que circulaban al respecto eran absolutamente fraudulentas. Aunque las bezoares no son piedras desde el punto de vista mineralógico, el gemologista flamenco Anselmo Boetius las incluyó como tales en sus Gemmarum et Lapidum Historia (1609), debido a que con frecuencia eran utilizadas en la joyería y en la ornamentación, siendo llevadas como amuletos o talismanes.

De gran interés para la medicina eran las piedras encontradas en el estómago de los rumiantes asiáticos, que eran conocidas como lapis bezoar orientalis, cuyas propiedades como medicina y como antídoto fueron atribuidas a las cabras salvajes que vivían en las montañas de Irán, Afganistán, Pakistán y el norte de la India, siendo descritas por García da Orta (1563), Christoff Hyeble (1598) y Pedro Teixeira (1610), aunque en estos casos se trataba claramente de animales domésticos, así como las cabras examinadas por el francés Tavernier en la India en el siglo XVII. Naturalmente, no solamente se comercializaban las bezoares de estos rumiantes, sino también las encontradas en puercoespines, monos o cerdos,

Extractado de Peter Borschberg, "The Euro-Asian trade in Bezoar Stones (approx. 1500 to 1700)", Michael North (ed.), Artistics and cultural exchanges between Europe and Asia 1400-1900, Ashgate Publishing, 2010. Ilustración: piedra bezoar perteneciente al emperador Rodolfo II.

EL ARCA DE NOE. Arturo Morgado García

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La semana pasada se celebró en el Instituto de Historia del CSIC un curso de verano titulado "El arca de Noé", en el que distintos especialistas se aproximaron a diversos aspectos de la historia natural, entre ellos el autor de estas líneas, que manifiesta desde aquí su agradecimiento. Ya en nuestra estancia en Madrid estuvimos comentando la situación por la que atravesaba el Consejo, y las declaraciones de su director publicadas el día de hoy en la prensa nacional, dan mucho en qué pensar. Ya no estamos hablando ni de derechas, ni de izquierdas, ni de arriba,  ni de abajo, que parece que en este país la crítica siempre se hace al otro bando, y se defiende al propio con la socorrida muletilla del "y tú más". Se trata simplemente de poner de relieve la política científica que está llevando a cabo nuestro gobierno actual, para el que reformar y recortar son términos sinónimos.

En primer lugar, todos los que estamos vinculados a universidades o centros de investigación vivimos con la sensación de que no va a haber relevo generacional, de que después de nuestra jubilación lo único que quedará será apagar la luz, cerrar con llave y tirarla al mar. Y esto rompe por completo la cadena de la transmisión del conocimiento: los que estamos hemos tenido unos maestros, a los que mucho les debemos, y tendremos o deberíamos tener unos sucesores que mejoren los resultados de nuestro trabajo. Y la raquítica política de becas y de contrataciones impide tener sucesores, y cuando los tenemos, el único consejo que podemos darles es que se hagan con el mejor curriculum posible para abrirse camino en el extranjero, para que otros países se puedan beneficiar del trabajo de los investigadores españoles sin haber invertido ni un euro en su formación.

En segundo lugar, si se quiere hacer ciencia hace falta dinero. Y la empresa privada de este país no lo va a proporcionar. Primero, porque no hay tradición de mecenazgo cultural ni científico, aquí las grandes firmas prefieren subvencionar equipos deportivos antes que productores de conocimiento. Y segundo, porque normalmente a los empresarios lo único que les interesa es el beneficio inmediato, y no se plantean lo que podrían mejorar dentro de cinco años si invirtieran en investigación.

Tercero, hay una obsesión por la ciencia aplicada antes que por la producción pura y simple de conocimiento, lo que es una consecuencia del talante economicista que se pretende dar a la política científica, olvidando que la ciencia, primero, pretende profundizar en la comprensión del mundo que nos rodea, en el presente, y en el pasado, y, en segundo lugar, extraer aplicaciones prácticas, cuando ello es posible, de los resultados de dicha comprensión. Al fin y al cabo, ni Newton ni Einstein acudieron inmediatamente a la oficina de patentes cuando formularon sus grandes teorías.

Y cuarto, la producción de conocimiento no está bien valorada socialmente. Se piensa que somos unos parásitos improductivos y que cobramos demasiado, cuando lo único que realmente consiguen quienes obtienen proyectos de investigación es dinero para trabajar más, pero no para lucrarse personalmente, a diferencia de otros países, como los Estados Unidos, donde un porcentaje, pequeño, pero porcentaje, de los fondos obtenidos, queda a libre disposición del investigador principal, que para algo lo ha ganado (como si lo quiere gastar en arreglar el cuarto de baño de su casa).

Podríamos hablar más y más, pero  ahí quedan estas reflexiones que no pretenden convencer absolutamente a nadie. Lo malo es que cuando llegue de verdad el Diluvio, no habrá Arca donde refugiarse.

STEVEN SHAPIN, EL FILOSOFO Y EL POLLO (1998). Arturo Morgado García

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En un artículo ya algo antiguo, Steven Shapin, uno de los grandes especialistas actuales de historia de la ciencia (autor, entre otros, de La revolución científica. Una interpretación alternativa, 2000, ed. inglesa 1996)  nos muestra cómo el trabajo intelectual está estrechamente a un ideal ascético que se remonta a la época de Platón, y que este ideal comportaba toda una serie de técnicas fisiognómicas, posturales, gestuales, situacionales y dietéticas que presuntamente preparaban al organismo para la producción y la recepción de conocimiento, proponiéndonos una idea que parece una broma, a saber, la relación entre el vientre y el conocimiento.

Desde la Antigüedad hasta la temprana época moderna, los textos médicos recomendaban continuamente adoptar unos hábitos alimenticios moderados, condenando cualquier exceso al respecto. Debía eliminarse el consumo de carne, y la glotonería y la embriaguez se consideraban lo peor de todo. Pero la abstinencia podía se peligrosa y debía practicarse también con moderación.La obra del veneciano Luigi Cornaro, La vita sobria, de mediados del siglo XVI, se convertiría en el texto más seguido, recomendando comer tan sólo lo que era estrictamente necesario para vivir, pan, caldo (quizás con un huevo), fruta, toda clase de aves de corral (pero no carne) y algo de pescado. La teoría de los humores tuvo también una gran importancia en la explicación de la naturaleza de los filósofos, y, desde Marsilio Ficino, pasando por Robert Burton, se insistió en la idea de que la constitución del filósofo era distinta a la del hombre normal, estando caracterizada primordialmente por la melancolía.

En el siglo XVII Robert Boyle también seguía este ideal ascético, ejerciendo un estricto control de su cuerpo y desterrando cualquier clase de pompa en el vestir, el alojamiento o el equipaje. Su contemporáneo Henry More, filósofo de la universidad de Cambridge, dedicó mucha más importancia a su propio cuerpo que cualquiera de sus contemporáneos. En su correspondencia con Lady Anne Conway, señalaba la importancia de una dieta correcta para llevar a cabo sus inquisiciones filosóficas. Isaac Newton, por su parte, se caracterizaba por no comer prácticamente pan, siendo asimismo completamente abstemio. Su sobrina señalaba que cuando vivía en Londres y le llevaba leche y huevos calientes para la cena, se los comía fríos en el desayuno. Henry Cavendish, a finales del siglo XVIII, también era protagonista de relatos similares.

La veracidad de estos relatos nos importa poco, sino su significado: todas estas historias nos muestran normas de conducta para el amante del conocimiento y el buscador de la verdad. Ya han perdido su sentido, por cuanto el sabio ha sido sustituido en nuestra cultura por el experto: si el primero sabía de modo differently, el experto, simplemente sabe more. Sería Nietzsche en La Gaya ciencia, publicada en la década de 1880, el primero en dinamitar este concepto milenario, señalando el carácter patológico de cualquier sistema ético que presente una definición negativa de la felicidad.


Extractado de Steven Shapin“The Philosopher and the Chicken”, en Steven Shapin y Christopher Lawrence (eds.), Science Incarnate. Historical Embodiment of Natural Knowledge, Univesity of Chicago Press, 1998.

DE BURROS Y DE BECAS DE COLABORACION. Arturo Morgado García

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Acabamos de comprobar que en la convocatoria de becas de colaboración de este año, de forma inopinada, se han endurecido los requisitos para su concesión, elevándose la nota media al menos en un punto, que en el caso concreto de las Humanidades y las Ciencias Sociales ha sido de un punto y medio.

Hay varias reflexiones al respecto. En primer lugar, la eterna discriminación de las Humanidades y las Ciencias Sociales con respecto a otras áreas de conocimiento. Es cierto que no contribuyen (o, al menos, no aparentemente) a lo que se llama la economía productiva. Tampoco lo hace que sepamos la ingeniería financiera, que es la que mueve el mundo en la actualidad, aunque la utilidad de esta última ningún preboste la cuestione. Es cierto que el Museo del Prado no sirve para nada (total, podríamos vender cuadros para pagar la deuda), y que tampoco lo hace la Biblioteca Nacional. Pero sin esas cosas que no sirven para nada, como el arte, la literatura, la historia o la música, que son las que nos hacen tomar conciencia de quienes somos y de dónde venimos, nuestra diferencia con los primates sería mínima.

Una segunda cuestión al respecto. La beca de colaboración ha supuesto tradicionalmente el primer paso de la carrera académica para muchos de los que en la actualidad formamos parte de las instituciones universitarias. La exigencia de una nota mínima ha conllevado la planificación del esfuerzo académico, planificación que no es fácil y que requiere unas elevadas dosis de sacrificio por parte del  aspirante, al que de pronto le cambian las reglas del juego en mitad del partido, con lo que todo su esfuerzo no ha valido absolutamente para nada, amén de que supone un agravio comparativo con respecto a beneficiarios de años anteriores a los que se les pedía una nota más baja.

En tercer lugar, mucho nos tememos, aunque esperamos equivocarnos, que esta medida será aceptada sin rechistar por los responsables del gobierno de las instituciones universitarias, que tradicionalmente juegan al papel de virreyes cuando el que les corresponde es el de tribunos de la plebe. En el caso de universidades pequeñas, porque objetivamente no tienen fuerza, y en el caso de las universidades grandes, porque la complejidad de su gobierno y la necesidad de codearse con las altas esferas les aparta por completo del contacto directo con la realidad.

Y una cuarta y última reflexión. Estas líneas no servirán para nada, tan sólo para el desahogo de quien las escribe y para alimentar el descontento de quien las lea. No llegarán a ningún alto cargo educativo, y mucho menos al ministro, al que tampoco le llegarán jamás las quejas del ciudadano normal y corriente. Por si alguien no lo sabe, para formular una queja en el Ministerio de Educación, hay que tener el certificado digital, lo que ya de entrada constituye un elemento disuasorio (no todo el mundo lo tiene, el que lo tiene a veces solamente lo tiene en un ordenador, a veces el java que le piden no lo tiene instalado, etc), con lo cual el volumen global de quejas se encontrará limitado estadísticamente, y nuestros responsables gubernamentales vivirán cómodamente instalados en ese mundo virtual que tanto les gusta.

Se objetará: no hay dinero. Puede que no lo haya, pero es que hemos equivocado por completo las prioridades. Hemos preferido gastar en terminales aéreas mastodónticas como la T-4, en llenar toda la geografía de autovías, o en construir kilómetros y kilómetros de Alta Velocidad. Pero, como siempre, se olvida la inversión en conocimiento, Y una sociedad que no invierta en la producción de conocimiento es una sociedad abocada a la ignorancia, el aborregamiento, la dominación por parte de terceros, y el seguidismo ciego al líder reflejado en votaciones a la búlgara. Pero si esto es lo que se pretende, y si lo que se quiere es caminar hacia una sociedad de burros con dos patas, nos parece una medida absolutamente coherente, por lo que habrá que felicitar a sus responsables por su clarividencia intelectual.



JOSCELYN GODWIN: ATHANASIUS KIRCHER (1979). Arturo Morgado García

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Ultimo hombre que lo supo casi todo, último de los polígrafos...la figura de Athanasius Kircher, durante tanto tiempo injustamente olvidada, ha sido rescatada en los últimos años por el mundo académico, muy en consonancia con las nuevas tendencias en la historia de la ciencia, despegada del paradigma whig durante tanto tiempo dominante. Muy admirado por escritores como Umberto Eco, Kircher representa perfectamente las grandezas y las debilidades de esa ciencia jesuita a la que en otras ocasiones nos hemos referido. Joscelyn Godwin, musicólogo de profesión, y autor de la obra que comentamos, se ha interesado mucho por el mundo del ocultismo en la modernidad, debiéndose a su pluma aportaciones sobre Robert Fludd, el mito polar en el simbolismo nazi, o los sueños paganos en el Renacimiento, habiendo además traducido al inglés laHypnerotomachia Polyphili, una de las obras fundamentales en la tradición hermética del Renacimiento. Es precisamente en clave hermética como interpreta la figura de Kircher, que expuso ampliamente sus puntos de vista al respecto en el Oedypus Aegiptiacus, aunque Godwin trata otras obras del autor como China monumentis, Mundus subterraneus o Turris Babelis. Aunque algo antiguo, este libro, magníficamente ilustrado, supone una buena primera aproximación al mundo de nuestro jesuita, si bien ha de ser completado con la lectura de la recopilación de trabajos dirigida por Paula Findlen, a la que con toda seguridad dedicaremos otra entrada posterior.

Datos completos de la obra: Joscelyn Godwin, Atnasius Kircher. A Renaissance Man and the Quest for Lost Knowledge, Londres, Thames and Hudson, 1979. Como el objetivo prioritario de este blog son los animales, la ilustración representa el plano de la disposición de los animales en el Arca de Noé (1675).

EL REINO ANIMAL COMO GOBIERNO UTOPICO EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL. Arturo Morgado García

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El león, personificación del mal y el diablo, a la vez que emblema de la tribu de Judá y alegoría de Cristo muerto y vivificador, adquirió en la Baja Edad Media una casi indiscutible posición, disputada, de forma muy eventual, por el águila, como rey, ocasionalmente como señor, de los animales o delas bestias, tanto en textos foráneos como castellanos. Tal condición tenía fundamento en sus altas cualidades físicas y morales, su pelambre, a modo de corona, y sus potentes garras, así como el miedo despertado entre el resto de los animales, su bravura y fortaleza, así como su piedad y clemencia. En la iconografía el león aparece frecuentemente como coronado, uso difundido en Castilla a partir del reinado de Sancho IV, y en el ámbito heráldico en posición rampante. Esta entronización del león vino acompañada de la constitución de una corte en torno a su figura, modelo difundido en Francia en el Roman de Renart, en Aragón en El llibre de les bésties de Ramón Llull, y en Castilla a través de algunas fábulas recogidas en obras de procedencia oriental, como el Calila e Dimna y el Sendebar, así como en colecciones de exempla. Esta corte se dotaría de un conjunto de actos que denotarían la condición regia del león, como el banquete real, el besamanos, la organización de los funerales cortesanos o la convocatoria de Cortes.

Por debajo de la corte se encontraban aquellos animales enemigos del león, funciones desempeñadas normalmente por lobos, zorros y perros, siendo a su vez los rasgos negativos atribuidos a estos animales base para el desarrollo de un discurso de protesta de carácter alegórico o satírico, del que tenemos buena muestra en la Castilla medieval en las Coplas de Mingo Revulgo, en la Batalla campal de los perros y lobos de Alonso de Palencia, o en el Espejo del mundo de Alonso de Jaén. En un tercer escalón se encontrarían los animales indefensos, los simples súbditos, generalmente herbívoros, destacando la oveja.

El señorío del león era sobre todo para los cuadrúpedos, ya que las aves y los reptiles tenían su señor particular representado en el águila y el basilisco. Menos claro era el dominio del mar, aunque con el tiempo el delfín irá asumiendo esta función, quizás por ser el emblema del príncipe heredero al trono francés. En Castilla, particularmente, ya desde el siglo XIII el águila adquiere la condición de señora de las aves, tendencia que continuaría durante el resto de la época medieval.

El reino animal, entendido como trasunto natural del gobierno humano, asistió a una fuerte expansión en la época bajomedieval. Estas imágenes fueron objeto de una especial consideración durante el reinado de Sancho IV, como el Lucidario o los Castigos, o durante los Reyes Católicos, como en el Espejo del mundo o el Razonamiento de las reales armas, donde se observa la inclusión de águilas y leones en las armerías como símbolo de renovación política, y la aparición de profecías que se valen de animales para codificarlos mensajes políticos. La colmena aparece como la imagen perfecta del ideal monárquico: un rey único, elegido por el resto de las abejas, por ser el ejemplar más sobresaliente de la colmena, protegido por sus súbditos y caracterizado por su clemencia. A partir del siglo XIV observaremos el uso literario de la figura del león como personificación del rey de Castilla, como en el Poema de Alfonso XI, el Cancionero de Baena o el Espejo del mundo de Alonso de Jaén. La identificación con el águila con la realeza, por su parte, adquirirá su máximo esplendor durante el reinado de los Reyes Católicos.


Extractado de David Nogales Rincón, “El reino animal como gobierno utópico en la Castilla bajomedieval (siglos XIII-XV)”, M. Alvira Cabrer y J. Díaz Ibáñez (eds.), Medievo utópico. Sueños, ideales y utopías en el imaginario medieval, Madrid, Sílex, 2011, pp. 67-86. Ilustración: alegoría de  la misericordia, en Speculum animae (siglo XV) en catalán, Biblioteca Nacional de Francia, Manuscrites, Espagnols, 544, fol. 16.

¿POR QUE LOS LIBROS ESPAÑOLES NO TIENEN IMAGENES? Arturo Morgado García

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Un factor esencial para la difusión de la Historia natural fue la presencia de ilustraciones en los libros, y,de hecho, las grandes recopilaciones enciclopédicas de Gesner, Aldrovandi o Jonston, perderían mucho sin su magnífico aparato gráfico. En claro contraste, los libros publicados en España en muchas ocasiones carecen de ilustraciones, y, cuando las tienen, son de una calidad bastante pobre. Podríamos aludir a muchas explicaciones, como el atraso técnico de la industria editorial española, reflejado en el predominio de la xilografía o grabado en madera (de hecho, la calcografía o grabado en cobre no se asentó definitivamente en nuestro país hasta la fundación de la Calcografía Nacional en 1789), o al minifundismo empresarial imperante en la producción impresa, cuyos talleres eran incapaces de sufragar los costos económicos requeridos por este tipo de obras. Pero también hay otra posible explicación, más situada desde el plano de la demanda, a saber, el hecho de que el público español no era tan ansioso de ilustraciones, y en esta explicación ahonda Fermín del Pino al comparar las ediciones españolas y extranjeras de la Historia natural y moral de Indias de José de Acosta.

Hay algo en el propio estilo personal de gobierno de Felipe II enormemente representativo: su preferencia por los escritos minuciosos, por los archivos bien guardados y su evitación de las imágenes gráficas y ediciones abiertas al gran público. En la monotonía intimista preferida por el Rey para sus informes – y tal vez en su etiqueta sobria de corte – se adivina un trasunto de los textos españoles, publicados sin mapas ni dibujos. Este secretismo gráfico oficial, que pudiera considerarse justificado para los mapas y documentos cartográficos – aunque ya se ha visto que se trata de una privacidad gráfica connatural, no necesaria ni inducida –, se revela totalmente inexplicable para los demás informes contenidos en las crónicas de Indias, sin ilustraciones de tipo descriptivo o narrativo: su contenido no parecía requerir el secreto; pero era un hecho innegable...frente a la multiplicidad y perfección técnica de los grabados alemanes (especialmente a fines del XVI, con la talla dulce del famoso flamenco Theodore De Bry, muy superior a las xilografías tradicionales), los escritos americanistas españoles carecían de gráficos: “España descubrió América y la conoció mejor que otro país europeo, y pese a las muchas crónicas que se escribieron hubo un tácito silencio visual”. Efectivamente, las primeras crónicas de Indias (Colón, Cortés, Mártir, Vespuccio, y otros) no llevan ilustraciones en las ediciones españolas, sino en las europeas; especialmente en las alemanas, el país madre de la imprenta.

Solamente llevaron grabados excepcionalmente unas pocas crónicas de Indias, como las de Fernández de Oviedo (Sumario de 1526, e Historia de 1535 y 1547, segunda parte), Cieza de León (1554, en la edición de Amberes), López de Gómara (1554, 2a ed. de Zaragoza) o Antonio de Herrera (1601, solamente en la portada de sus cuatro tomos). Son ilustraciones técnicamente torpes (xilografías) cuando no son, como en el caso de Gómara, reproducciones vagas e irreconocibles de ciudades o paisajes tópicos (desembarcos, batallas, murallas, etc.), empleadas anteriormente por la misma casa editora de Zaragoza en la traducción de fuentes romanas, de Tito Livio concretamente, en 1520, aún así no originales, sino copiadas de la edición alemana del historiador romano (Maguncia 1505). El propio estilo pictórico de este caso excepcional
es medievalizante por la manera como reproduce la realidad y los vestidos, lo que se contradice con el profundo modernismo renacentista del texto escrito. La excepcionalidad de los grabados en la segunda edición gomariana de 1554 en Zaragoza se destaca editorialmente en el mismo subtítulo de la obra, donde promete “muchas figuras que en otras impresiones no lleva”...

Por lo que hace a los países centroeuropeos, de los cuales la serie de Bry podría figurar como prototipo de su característica “representación” americana, me pregunto, además, por la posible relación de esta perfección del dibujo con su pobre infraestructura “comunicativa” con el Nuevo Mundo; es decir, me pregunto si la ilustración gráfica más frecuente en sus traducciones de crónicas españolas de Indias no se corresponderá precisamente con esta necesidad de explicación física (de los objetos o de los referentes de lugar y situación geográfica) por parte de un público menos familiarizado con los cosas de las Indias, que necesita – en compensación – ser “ilustrado” con representaciones.

Extractado de Fermín del Pino Díaz, "Texto y dibujo. La Historia indiana del jesuita Acosta y sus versiones alemanas con dibujos", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, 42, 2005. Ilustración extraída de los Grandes Viajes de Theodor de Bry, tomo IX, edición alemana 1601, edición latina 1602, texto original traducido al castellano.


CIENCIA MODERNA Y CULTURA VISUAL. Arturo Morgado García

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En el preludio de la ciencia moderna la generación del conocimiento científico estaba intrínsecamente unida a la producción de imágenes de la naturaleza, tanto en el ámbito de la zoología, la botánica y la medicina como en el de la astronomía, la cosmografía y la cartografía. Es aquí donde los artistas y artesanos ejercieron su influencia sobre la manera de dar a conocer el mundo natural. El género theatrum, que tan buenos frutos dio a la geografía, a la medicina, a la química y a la tecnología, representa un buen ejemplo del dominio cognoscitivo del mundo tras el control de la naturaleza. Este y otros géneros narrativo-visuales como los tratados, los tesoros o los atlas ocuparon un lugar privilegiado en la Europa moderna en tanto que museos sin muros. Su capacidad para recrear el mundo conocido a través de imágenes hacía de ellos instrumentos eficaces en el intento de apresar el mundo natural. Durante los siglos XVI y XVII —y a raíz tanto de los grandes viajes de los descubrimientos como del renacimiento de algunas corrientes de la filosofía antigua— se ejerció una fuerte presión sobre la naturaleza bajo las rúbricas de la observación, la descripción y la acumulación como formas de aproximación, estudio, catalogación, colección y publicación que la ciencia moderna hizo suyas en consonancia con ciertos estilos artísticos. El resultado de estos fundamentos epistemológicos, que se ha dado en llamar epistemología artesanal, desembocó en imágenes particulares realizadas en muchas ocasiones ad vivum.

Lo que hoy llamamos cultura visual gozó en la temprana cultura moderna europea de un prestigio sin precedentes. Las nuevas representaciones de la vegetación, de la fauna, del cuerpo humano o del espacio interrumpieron desde la vida cotidiana hasta las hegemónicas cortes como medios de explicación donde la imagen se presentaba como evidencia empírica. Las imágenes del saber recordaban —a la manera de fieles imitaciones de la naturaleza— aquello que previamente había sido visualizado. Hacían visible lo invisible.
No es fruto de la casualidad el hecho de que los curiosos emprendedores de la época estuvieran acompañados de artistas, de aquellos artesanos que construían con sus trazados la memoria del mundo natural. La sistematización de creencias es posterior a la observación,a la experimentación, al trabajo de aquellos que también trabajaban con sus manos. La relación de cooperación que mantuvieron la representación visual de la naturaleza y la ciencia dominaron el mundo moderno, y como consecuencia de esta fructífera unión se estableció el vínculo a través del cual el arte y la ciencia, la epistemología artesanal
y la filosofía natural estrecharon sus lazos. Las imágenes tenían la virtud de satisfacer la legibilidad del mundo. Éste se hacía más comprensible mediante representaciones visuales que mediante palabras. Lo visual no se impuso al arte de la escritura, sino que complementó y cooperó con ella. Y esto, la mayoría de las ocasiones, fue un trabajo de los artistas y de los artesanos, de los alquimistas, de los cartógrafos, de los anatomistas. La ansiedad empírica de todos ellos por capturar la realidad visual modificó, como el comercio o lo nuevos descubrimientos geográficos, muchas de las actividades de la práctica humana relacionadas con la representación visual: la navegación, la cosmografía, la historia natural, la botánica, la zoología, la anatomía.

Muchos y muy dispares son los campos que abarca el mundo de la representación visual, y muchos son también los autores que han manifestado un especial interés por las condiciones bajo las que la cultura visual y la ciencia han aunado sus esfuerzos, casi siempre desde el punto de vista del arte y especialmente a partir del último cuarto del siglo XX. En 1998 J.V. Field y Frank A. James editaron un número monográfico para el British Journal for History of Science bajo el título Science and the Visual. Años antes, del 12 al 14 de Julio de 1995, se había celebrado un congreso en la Royal Society de Londres —con la colaboración de la British Society, la Association of Art Historians y el Committee on the Public Understanding of Science (COPUS)— titulado The visual Culture of Art and Society from the Renaissance to the Present. Más próximo a la problemática de los libros que aquí se reseñan, en 2006 se publicó un monográfico en Isis editado por M. Norton Wise y dedicado de nuevo a la ciencia y la cultura visual.

A partir de los últimos años del siglo veinte y con especial acento en los Estados Unidos, algunos autores como Peter Galison y Caroline A. Jones (Picture Science Producing Art, 1998) marcaron las pautas bajo las que podían encontrarse a medio camino la historia de la ciencia y la historia del arte. Ambos se preguntaron por los presupuestos epistemológicos bajo los que, tanto los objetos de la ciencia como los objetos del arte, cobraban visibilidad, y hasta qué punto esa cultura de la imagen no superaba los límites de la actividad artística y científica. En cualquier caso, se trata de actividades que en su proceso de creación dan vida a la cultura, estableciendo nuevas representaciones mentales y nuevos objetos materiales. En esta línea Lorraine Daston editó unos años después su Things that Talk: Object Lessons from Art and Science  (2004) para corroborar así los resultados tan fructíferos que se obtienen desde el análisis de las conexiones, más que de las diferencias, que existen entre distintas ramas del saber. Es en la intersección transdisciplinar de las diferencias —es decir, en las similitudes— donde acontecen muchos de los productos de la ciencia. 

Paula Findlen (Possessing Nature, 1994) , desde la recuperación de los actores marginales como promotores de la ciencia moderna y la consideración de los museos como lugares donde se estaba formando una nueva ciencia, ha dado buena cuenta de la fiebre coleccionista que vivió sobre todo el Renacimiento italiano gracias a la afición humanista por la imitación. Según Findlen, la identificación del coleccionista moderno con la reproducción como forma de expresión, además de los usos metafóricos del intercambio, produjo una gran proliferación de imágenes. Años después de sus más conocidas publicaciones Paula Findlen, en colaboración con Pamela H. Smith, editó Merchants and Marvels (2002), donde las editoras, ya en la introducción, ponen de manifiesto el nuevo giro que dio la representación artística y científica del mundo natural y del entorno material en un contexto dominado por el comercio global, las empresas imperialistas y las relaciones de mecenazgo. Desde la cartografía náutica a la historia natural de las Indias pasando por el estudio de las plantas medicinales, los contribuyentes a este volumen ponen el acento en “los primeros europeos modernos que dominaron la naturaleza a través de la tecnología a una escala sin precedentes, haciendo de la conquista de la naturaleza un imperativo político desde el siglo dieciséis hasta el dieciocho. Sus actividades se vieron reflejadas en el desarrollo de varias artes y ciencias dedicadas a la imitación de la naturaleza, la emergencia de nuevas concepciones de la naturaleza que respondieron a cambios políticos y materiales, y a un nuevo discurso sobre la naturaleza que llegaría a ser una fuerza cultural central en la sociedad occidental. Por eso debemos entender mejor las interconexiones entre diversos aspectos del proyecto de entendimiento, descripción y conquista de la naturaleza en orden a apreciar el significado de estos nuevos desarrollos”.

Stuart Clark ha intentado conjugar, en su Vanities of the Eye (2007), la fuerza de las imágenes con la historia cultural de los sentidos y de las emociones en situaciones de delirio, como puede ser la demonología, la magia, la locura, la licantropía o la melancolía. En honor al libro del académico oxoniense George Hakewill (1578-1649), The Vanitie of the eye, publicado en 1608, Clark se ha preguntado por la naturaleza de la visibilidad en el período que va entre la Reforma y la Revolución Científica ¿Cómo la vista conformaba conocimiento objetivo en su relación con el mundo exterior en una época donde el carácter fiable de la visión se convirtió en el centro de las grandes preocupaciones contemporáneas? ¿Qué papel jugaron las filosofías cartesiana y hobbesiana, entre otras, en el amplio debate epistemológico sobre las conexiones entre lo real y lo virtual? El autor deambula a lo largo de todo el libro entre las tipologías conceptuales contemporáneas con las que se identifican las vanidades del ojo y el desarrollo cronológico de la moda del artificio visual (la brujería y las apariciones), la exploración de la demonología, la reforma protestante, la magia natural y el escepticismo filosófico —o relatividad de la percepción visual. Más concretamente, Sturart Clark analiza tres delirios o falsas ilusiones del mundo moderno: naturalia, artificialia y diabólica. Fueron los intelectuales contemporáneos quienes plantearon la hipótesis de la fiabilidad de los ojos y la maleabilidad de la vista. Fueron ellos quienes fomentaron la sospecha de las falsas apariencias y la desconfianza hacia la suprema objetividad de la vista como narrador imparcial del mundo. La vista como constructo y el ojo como interprete ven lo que quieren ver. No sólo se produjo una reforma religiosa, sino también una reforma orgánica, corporal: la reforma de los ojos. La brujería, por ejemplo, “obligó a los intelectuales modernos a confrontar resultados que estaban en el corazón de la epistemología contemporánea”.

¿Cuáles fueron los motivos por los que se dedicó una enorme cantidad de esfuerzo a buscar y adquirir información descriptiva precisa sobre las cosas naturales? ¿Por qué estas preocupaciones se situaron en el centro de la nueva ‘filosofía natural’? Algunos autores como Mario Biagioli (Galileo Courtier, 1993) han intentado explicar los valores de la ciencia moderna mediante la conexión entre el estatus social, la credibilidad y el espacio de legitimación del conocimiento. Un escenario instituido por el mecenazgo y donde la nueva filosofía natural intentaba autoestablecerse en la cultura del absolutismo político. Otros como Steven Shapin (A Social History of Truth, 1994) han pensado en la identificación de agentes fidedignos como fuente de constitución del conocimiento, en un mundo educado por y para la confianza y la verdad como grandes estandartes del orden moral. Sin desmentir las tesis de estos autores Harold Cook (Matters of Exchange, 2007)  ha defendido que los valores de la ciencia parecían ser aquellos que gobernaban el mundo del comercio y el mercantilismo: el viaje, el intercambio, la conmensurabilidad —las dificultades que se derivan de encontrar un patrón de medida—, la credibilidad, las mejoras materiales y la preferencia por un lenguaje claro y preciso. Tanto en un campo como en otro existía un cierto compromiso por el conocimiento objetivo y una mirada atenta de las colectividades hacia la forma en que ese conocimiento se presentaba. Cuando este tipo de valores se convirtieron en el objeto de la filosofía natural un cambio se produjo en la forma de hacer ciencia. Los valores inherentes al mundo del comercio sentaron las bases del establecimiento de la nueva ciencia. El movimiento de personas y de objetos, el cambio y conocimiento del mundo tras su descubrimiento, la acumulación de datos y su catalogación desembocaron en esta serie de valores que afectaron tanto a comerciantes como a anatomistas.  La objetividad tuvo el poder de abrir los apetitos, incluso de alterar las percepciones, los conceptos y las estructuras morales.

¿Existió la objetividad como tipo de conocimiento antes del siglo XVIII? Mientras autores como Lorraine Daston y Peter Galison (Objectivity, 2007) han estudiado la objetividad en contraste con la subjetividad, aunque sin negar una previa prehistoria de la objetividad, Cook se ha referido al conocimiento objetivo en el período moderno como un tipo de conocimiento que se generaba mediante la familiaridad con los objetos de la naturaleza, sin siquiera hacer referencia a la intuición o al conocimiento innato. Sólo a través de la experiencia corporal con el mundo se producía un intercambio de información. Muchos modernos, según Cook, consideraron el estudio de los objetos naturales como el más alto grado de conocimiento. Los valores inherentes a esta actividad inundaron el discurso de la filosofía natural, una filosofía que no surgió del honor aristocrático sino desde los objetivos valores inculcados por el comercio.

Extractado de Antonio Sánchez, "Ciencia moderna, cultura visual y epistemología artesanal", Asclepio, XLI, 1, 2009, pp. 259-274. Ilustración: Alberto Durero, Morsa (1521).

LOS SISTEMAS DE CLASIFICACION SON RELATIVOS. Arturo Morgado García

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Hace unos cuantos días glosábamos un trabajo de Londa Schiebinger en el que comentaba la tardía adopción del término "mamíferos" por parte de los naturalistas. Ello nos remite a la idea de que los sistemas de clasificación no son algo que encontremos en la naturaleza en estado puro, antes al contrario, son construcciones culturales que, como tales, cambian con el tiempo. Tal como atinadamente señalara Michel Pastoureau en su precioso libro El oso. Historia de un rey destronado (2007, pp. 23-24), "las nociones de género, familia, especie y subespecie son en gran medida culturales...las clasificaciones y los discursos sobre los animales que proponen las sociedades del pasado son siempre auténticos documentos históricos, con frecuencia de un gran interés, deben situarse en su contexto e interpretarse a la luz de los conocimientos de su tiempo, no a la luz de los conocimientos actuales. Y la historia natural es una forma particular de historia cultural". Ya Keith Thomas en Man and Natural World (1984,pp. 53ss.) había puesto de relieve la variedad de sistemas clasificatorios zoológicos existentes a lo largo del tiempo, primando en la Modernidad el que primaba como criterio el habitat de las distintas especies, dividiéndose así los animales en acuáticos, terrestres y volátiles, siendo éstos los más nobles ya que, al vivir en el cielo, estaban más cercanos a la divinidad. Por el contrario, los que se arrastraban por el suelo, los reptilia, eran los más inmundos, y, de hecho, es muy frecuente que sobre ellos pesen tabúes alimenticios.

Esto lo ha expresado de una manera especialmente hilarante el escritor argentino Jorge Luis Borges, al que se refiere Foucault en Las palabras y las cosas (ed. francesa 1966). En su obra El idioma analítico de John Wilkins, Borges mostraba cómo "Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas".

Y esta relaividad  la podríamos aplicar a casi todo, comenzando por la división entre ciencias y letras acuñada en el siglo XVIII y que algunos por aquel entonces no terminaban de comprender, señalando la publicación periódica Variedades de Ciencias, Literaturas y Artes (1803) “En una época en que todas las naciones cultas de la Europa se dedican con el mayor ardor al adelantamiento de los conocimientos útiles, y que en España la aplicación de los hombres estudiosos se ha vuelto generalmente hacia las ciencias naturales, y ramos importantes de la literatura, un periódico como el que presentamos al publico debe ser extremamente útil....para llenar estos fines hemos creído que no bastaba emplearlas exclusivamente en un ramo determinado de Ciencias o Literatura. Se sabe generalmente que todos los conocimientos humanos son ramas de un mismo árbol, nacidas de un mismo origen, y unidas entre sí por un tronco común, que se fortifican y enriquecen los unos con los otros, y que si las ciencias dan gravedad y solidez a las letras y a las artes las letras a su vez amenizan la austeridad de las ciencias, y las hacen mas comunicables”. La conclusión a la que podríamos llegar es evidente: la realidad es única, es el ser humano el que la parcela, y el que designa a especialistas para cada parcela de conocimiento, especialistas que parecen aumentar su nivel de dignidad intelectual con el empleo de un lenguaje críptico y oscuro, de tal modo que su saber parezca un arcano asequible tan sólo a los iniciados. 

Ilustración: retrato de John Wilkins (1614-1672), obispo y naturalista inglés, que analizó la posibilidad de construir un lenguaje mundial artificial, lo que él llamaba lengua filosófica. De éste y de otros empeños ha dado cumplida cuenta Umberto Eco en su libro La búsqueda de la lengua perfecta (ed.esp. 1994).
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