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LA CABEZA DEL CAMELLO. Arturo Morgado García

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El grabado titulado Asia (1588-1589) debido a la mano de Adriaen Collaert (1560-1618), nos ofrece una representación alegórica del continente incluyendo un camello, una escena con guerreros turcos, varias especies exóticas, y algunos tulipanes. La atención de Collaert por los detalles es ejemplar, lo que nos remite a los trabajos de Durero o de la corte rodolfina, donde arte y ciencia colaboraron en la descripción de la naturaleza. Collaert trabajaba en Amberes, el centro del mundo a finales del siglo XVI, y en su obra podemos encontrar animales exóticos, series reflejando los poderes astrológicos de las plantas, alegorías de las artes liberales, y diseños para su amigo Ortelius. Su serie Icones, donde incluía distintos animales y plantas, se apropiaba de las imágenes de Gesner, y fueron consultados por Clusius. Pero a pesar de estas credenciales, hay algunos detalles perturbadores, como el hecho de que la cabeza del camello es en realidad la de un caballo. Naturalmente, Collaert nunca había visto un camello al natural.

 A partir del siglo XVI, con los descubrimientos geográficos, el número de especies animales conocidas experimentó un gran crecimiento, y uno de los problemas planteados fue el de su representación gráfica, ya que no todas las criaturas exóticas podían ser representadas acudiendo a paralelismos con las formas de vida europeas. No obstante, aunque la naturaleza ofrecía una infinita variedad de especies, esta variabilidad estaba guiada por una serie de reglas. Las variaciones geográficas de algunas de ellas se relacionaban con la teoría de los climas, ya que la fisiología de los animales estaba influida por los cuatro humores, y los cambios en la temperatura y la humedad podían alterar éstos, lo que provocaba que las especies fuesen diferentes en los distintos componentes, y ello explicaba las variaciones de los elefantes indios o africanos, o de los camellos bactrianos y africanos. Pero la teoría de los climas no explicaba el surgimiento de los monstruos, que algunos atribuían a explicaciones aristotélicas como la falta o la sobreabundancia de especies, o a la mezcla de las mismas, que, aunque negada por el autor griego, fue aceptada por Paré, Topsell o Jonston. Topsell, por ejemplo, mostraba cómo de un mono y una comadreja nacía el sagoin, y de un león y una hiena el gulon, en tanto que la jirafa se derivaba del camello y la pantera.

Uno de los problemas de los naturalistas fue la disponibilidad de imágenes fiables. En circunstancias ideales, tendrían a su disposición la especie o supervisarían la labor del dibujante. En circunstancias menos ideales, que eran absolutamente las predominantes, debían conformarse con fiarse en la fama del artista, testigos fidedignos o comparaciones filológicas (las palabras todavía reflejaban la realidad de las cosas). No todas las imágenes exóticas eran creíbles, y algunas eran muy poco recomendables para los naturalistas, pero si éstas se producían con la ayuda de composiciones metonímicas, al menos eran plausibles. Y los trabajos de historia natural no solamente contenían los hechos incontrovertidos, sino que en muchas ocasiones lo plausible era bastante. Las enciclopedias del siglo XVI incluían lo que podía ser posible, que sería verificado o rechazado por descubrimientos futuros. Pierre Belon, por ejemplo, recogía especies muy controvertidas, presentando al hipopótamo como una mezcla de un caballo y una oruga.

Los animales compuestos no desaparecieron de la historia natural ni de las representaciones artísticas, y permanecieron como un poderoso método para construir animales plausibles. Así lo vemos en la obra de Jonston, la primera historia natural cuyas imágenes eran grabados en cobre y no en madera como anteriormente, contando para ello con los servicios del gran Matthäus Merian, uno de tantos casos en los que arte y ciencia estuvieron estrechamente relacionados.  Y dado el gran número de variedades de cada especie conocidas por aquel entonces, no era raro que Jonston incluyeran numerosas representaciones visuales del mismo animal, siendo éste el caso del camello, con nada menos que diez imágenes, una de ellas copia del grabado de Collaert, y en la que el camello sigue teniendo la cabeza de un caballo.

Extractado de Daniel Margocsy, "The Camel´s head. Representing unseen animals in sixteenth century Europe", Netherlands Yearbook of Art History, 61, 2011. Ilustraciones: grabado Asia de Collaert y un camello incluido en la Historia naturalis de quadrupedibus de Jonston.

LA HISTORIA CULTURAL DE LA CIENCIA. Arturo Morgado García

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Frente a la visión tradicional  y heroica, que presentaba la historia de la ciencia como un progreso continuo en busca de la Verdad, los estudios recientes han puesto de manifiesto los fuertes condicionantes sociales, culturales, económicos y religiosos que están presentes en el trabajo científico, que nunca es obra de espíritus puros ni de seres angelicales. Incluso el mismo concepto de objetividad comenzó a quebrar con la noción de paradigma forjada por Thomas Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas), saltando en pedazos a raíz de la publicación de Objectivity de Lorraine Daston y Peter Galison (2007). Ofrecemos a continuación una serie de reflexiones al respecto, reflexiones, que, por supuesto, no son propias.

 Incluso en medios académicos son numerosos quienes todavía presuponen que ciencia y cultura ocupan hemisferios opuestos del conocimiento: uno habitado por la racionalidad, la objetividad, el método y el conocimiento de la naturaleza; el otro por aspectos vinculados a lo subjetivo, lo afectivo y lo creativo, a las artes y las letras....Fijémonos en aquella historia de la ciencia moderna elaborada entre 1920 y 1970, la llamada gran tradición que hunde sus raíces en figuras como Herbert Butterfield, que conecta precisamente con la historia de las ideas de la Johns Hopkins (Lovejoy, Marjorie Hope Nicholson) y que se despliega con propiedad con el gran fresco de la Revolución Científica trazado por Westfall, Bernard Cohen, A.R. Hall o Koyré. Era un formato historiográfico característico de una grannarrativa, centrado en ciertos héroes del pensamiento y en sus textos, una historia hecha de descubrimientos, teorías, ideas y palabras. Su inconfundible aliento neoilustrado convertía los hechos del pasado en un relato ascendente y progresivo de carácter emancipador. Reproducía el irremediable ascenso y la difusión de las luces...

Frente a dicho formato surgieron nuevas propuestas de entender y practicar la disciplina desde mediados de la década de 1980, algunas de las cuales han terminado por ser calificadas como historia cultural de la ciencia, un hecho que sin duda obedece al doble influjo de la historia cultural y los estudios culturales –dos campos muy diferentes– y que sin embargo tiende a esconder o a maquillar un dato fundamental: que el énfasis sobre la dimensión cultural en los estudios históricos de la ciencia se debió en un primer momento y fundamentalmente al impacto de los SSK (estudios sociológicos del conocimiento científico), al doble giro antropológico, pero también sociológico que experimentó la historia de la ciencia como disciplina...

Quizás sean los dos términos más repetidos en los últimos años: prácticas y representaciones. La historia cultural de la ciencia los emplea por razones fáciles de explicar. La noción de práctica viene a recordar algo tan elemental como que los científicos no sólo hablan, no sólo dicen que hacen cosas, sino que también las hacen. Las “prácticas experimentales” o las “prácticas médicas”, las “prácticas de la historia natural” o las “prácticas de observación astronómicas”, cualquier escenario se ha transformado en un campo idóneo para estudiar el comportamiento de los científicos y las formas de producir conocimiento. El libro de Shapin y Schaffer, El Leviatán y la bomba de vacío (1985), sigue ocupando un lugar destacado en este capítulo. El
extrañamiento de la mirada antropológica sobre lo que hacían Boyle y el resto de los honorables caballeros en el laboratorio, así como el desplazamiento del interés desde las palabras y los textos hacia las reglas sociales que rigen las relaciones en las comunidades y el manejo de los instrumentos, convirtieron la vida experimental en un espacio abonado para indagar cuánto de artificial hay en la elaboración del conocimiento natural....

 La ciencia moderna, en cierto sentido, abandonaba aquel aire estilizado, abstracto, evanescente, para transformarse en una actividad sometida a una serie de contingencias sociales y materiales. Y también dejaba de estar fijada a la palabra escrita y la teoría. Dejaba de ser exclusivamente una historia textual o libresca para convertirse también en la historia de cómo se realizó tal o cual experimento y cómo se replicó en otro espacio o en otro momento, bajo otras circunstancias. Las comunidades científicas, sus reuniones y actividades,podían ser tratadas con la mirada etnográfica de quien trataba de descifrar la conducta significativa –pongamos por caso– de una tribu en la Polinesia. Frente a la manera wigh (presentista) de abordar la tradición científica occidental, esa manera convencional de rescatar y proyectarse sobre los antecedentes de nuestras formas actuales de conocimiento, la historia cultural de la ciencia ha tratado de acogerse a un lema antropológico que Shapin y Schaffer ejercieron como poco...El caso de los viajes también es un buen ejemplo. Siempre se ha sabido que buena parte de la geografía, la cartografía, la historia natural e incluso la astronomía moderna se habían nutrido de las observaciones y noticias recopiladas por los viajeros y los exploradores. Sin embargo, la antigua historia de la ciencia, centrada en los resultados y no en cómo se habían generado, tendía a silenciarlos o al menos no los situaba en el centro del relato. Hoy día, la proliferación de estudios sobre viajes y prácticas viajeras en el seno de la nueva historia cultural de la ciencia no sólo es proverbial, sino también sintomática (Elsner y Rubies, Voyages and Visions: Towards a Cultural History of Travel, 1999). Unos agentes y una actividad antes considerados menores resultan ahora de gran interés. En realidad, toda la actividad científica tiende a ser vista hoy como una actividad que se comunica y se desplaza: la circulación del conocimiento ha devenido en uno de los grandes tópicos de la historia de la ciencia actual (Secord, "Knowledge in Transit", Isis, 2004)...

Otro tanto podría decirse de las prácticas sociales de los científicos o de la propia actividad científica como práctica social, cuyo nacimiento en la temprana Edad Moderna ha sido dibujado en el contexto de las relaciones de corte y las de mecenazgo, como es el caso del libro de Mario Biagioli, Galileo Courtier. The practice of science in the culture of Absolutism (1994). Así que el acento se ha ido desplazando desde el qué al cómo, siendo éste uno de los rasgos más distintivos de una nueva historia de la ciencia que, como vemos, tiene tanto de cultural como de social. Hoy día los historiadores ya no se preocupan tanto de los contenidos de la ciencia como de las formas con que los obtuvieron quienes los crearon, constatando por otra parte la estrecha relación–por no decir la fuerte dependencia– que hay entre lo uno y lo otro.

Ligado en cierta manera a esta preocupación por las formas de producción de conocimiento, aunque también motivado por el giro lingüístico y la influencia de la semiótica y del llamado literary criticism, tenemos el segundo término, representaciones, un término verdaderamente polisémico y polifónico. La historia de la ciencia también se ha visto anegada por este concepto tan cargado desde la epistemología y la filosofía del lenguaje. Su sola mención pone sobre la mesa un hecho notable, la cercanía entre la actividad científica, la pintura, la poesía, la narrativa de ficción, el teatro y en general cualquier actividad humana impregnada por la poética y la retórica. Se han multiplicado los estudios que subrayan cómo el lenguaje y el discurso científico, lejos de mimetizar los fenómenos naturales estudiados, lejos de copiarlos asépticamente, los fabrican o si se prefiere los reconstruyen con el ánimo de persuadir o convencer a una comunidad (de expertos o legos, según el caso). Es decir, el lenguaje científico hace cosas (interviene sobre la realidad) y está dotado de los mismos aspectos comunicativos que cualquier otro lenguaje...esto explica que se hayan estudiado las técnicas literarias de comunicación científica, la retórica de la objetividad, la prosa o la estructura narrativa de los escritos científicos. Palabras como argumentación o metáfora son hoy día comunes en los estudios culturales de la ciencia...

El énfasis en las formas de producción y comunicación de conocimiento, en sus medios de representación, así como la fuerte conciencia de que la ciencia no sólo se dice –se enuncia– sino que fundamentalmente se hace, ha motivado  una apreciable deriva hacia las dimensiones visuales y materiales de la ciencia. En realidad, la deriva podría ampliarse hacia sus aspectos físicos, tangibles o visibles. Forma parte de la reacción comentada arriba contra la ciencia entendida como una abstracción, un producto inmaterial
procedente del intelecto...Tenemos la propia importancia que los partidarios de la filosofía natural moderna concedieron a los hechos sensibles sobre la autoridad de la palabra escrita. El contacto directo con los fenómenos naturales frente al saber textual –el triunfo del libro de la naturaleza frente al Libro– condujo
a exaltar la cultura visual. Se inventaron y perfeccionaron nuevos instrumentos y métodos de observación. No casualmente, una de las primeras academias científicas se llamó los Lincei, una elección que nos recuerda el papel de la agudeza visual en los tiempos fundacionales de la nueva ciencia. Se generalizó la idea de que las imágenes representaban las cosas de manera más fidedigna que el lenguaje y el discurso. Recordemos la cruzada de los modernos contra la retórica escolástica y el “ruido del mundo”. A falta de la presencia real de un objeto o un fenómeno, se llegó al acuerdo de que las imágenes los sustituían mejor que las palabras... la alianza entre iconografía y verdad se convirtió en un artículo de fe compartido por los partidarios de la ciencia moderna.

La relación entre ciencia y arte es mucho más acusada de lo que nuestra economía binaria está dispuesta a admitir. Si pensamos en lo que supuso la revolución de la pintura en el Renacimiento, la alianza entre el dibujo y los tratados de medicina, botánica e historia natural, no tardamos en apreciar la importancia de lo artesanal y lo artificial en la confección del conocimiento, ese dios otrora incorpóreo que sólo desde
tiempos recientes estamos aprendiendo a dotar de forma, color, peso y medida, en una palabra, a materializarlo...¿Y qué decir de la estampa y el grabado? El mecanismo de reproducción de la imagen ideado a finales del siglo XV fue tan decisivo en su día para la implantación y la expansión de la ciencia moderna, como luego ha sido ocultado por la historiografía tradicional de la Revolución científica, centrada
en la imprenta de tipos móviles, en la reproducción de la palabra escrita y en su producto más característico,
el libro...


Respecto al trabajo de los historiadores culturales de la ciencia, viene definido por su visión integradora del campo de visión y actuación de un historiador. Un historiador cultural de la ciencia, por ejemplo, no se contenta con saber cuándo fue traducido el tratado de Óptica de Newton o cuando llegó a tal biblioteca o a cual ciudad. Tampoco induce de sendos hechos la arribada del newtonismo. Un historiador cultural de la ciencia se pregunta cómo, cuándo, de qué forma y con qué resultados se replicaron sus experimentos; se interroga sobre el significado cultural del newtonismo; rastrea si al ser trasladado fuera de Inglaterra

mantuvo las implicaciones antitrinitarias y latitudinarias que había tenido en el contexto de los debates religiosos y políticos en la Inglaterra de la Restauración o si por el contrario adoptó otras nuevas; permanece atento a las manifestaciones artísticas o poéticas que originó; se pregunta si su adopción llevó aparejada la de otras formas de newtonismo filosófico o social (Locke, el lenguaje de la economía política, etc.). Su batería de preguntas es amplia... También son variadas las fuentes con las que trabaja: documentos, materiales, imágenes, espacios urbanos, etc. Lorraine Daston habla del tratamiento ecuménico de las fuentes como el rasgo distintivo de la historia cultural de la ciencia ("Knowledge and Scicence", Las ciencias sociales y la modernización, 2002)....La antigua visión textual, ideal y universal del conocimiento científico ha devenido en un conjunto de miradas más fragmentarias sobre las prácticas, los significados, la cultura visual y material de la actividad científica.

Extractado de Juan Pimentel, "¿Qué es la historia cultural de la ciencia?", Arbor, 743, 2010, pp. 417-424.



LOS PROBLEMAS DEL CSIC. Arturo Morgado García

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A veces es complicado dedicarse solamente a la reflexión intelectual, habida cuenta del panorama que nos rodea por todas partes. Aquí nos toca referirnos a la deriva del CSIC, institución a la cual, punto que es necesario aclarar previamente, no estamos vinculados, pero cuyos problemas nos preocupan como a cualquiera que tenga la más mínima sensibilidad (nuestros gobernantes parecen carecer de ella) por el desarrollo intelectual de este país. Situemos las cifras en su justa medida: por lo que recordamos, se hablaba de cien millones de euros. Para que nos hagamos una idea de lo que supone esta cantidad, según http://www.eleconomista.es/blogs/naranjazos/?p=2457, cada kilómetro de AVE cuesta entre 12 y 30 millones construirlo y unos 100.000 euros anuales mantenerlo. Salvar al CSIC supondría, pues, construir  cinco kilómetros menos de AVE. Pero de la Alta Velocidad hay muchos que obtienen jugosas comisiones, por lo que se explica que sea un tema absolutamente prioritario.

http://esmateria.com/2013/07/25/el-autentico-precio-del-corralito-cientifico-en-el-csic/

P.D.: Esperemos que al genial Forges no le moleste la inclusión de una imagen suya.

COLECCIONES NATURALISTAS EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS (I). Arturo Morgado García

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Hubo precisamente un momento en la historia de la ciencia en el que la “historia” dejó de ser una mera acumulación de hechos y de informaciones, dependiente de la capacidad de la memoria pero ajena al orden de la razón, para convertirse en una acumulación ordenada, seleccionada, purgada y sometida a duros interrogatorios. Fue el momento en el que la historia natural pasó de ser un conjunto de saberes necesario pero previo a la ciencia (tal como durante siglos había afirmado la tradición aristotélica) para entrar con pleno derecho en el campo de la ciencia, es más, para constituirse como pieza clave de la investigación científica de la naturaleza. La “historia”, en su sentido clásico, correspondía a la experiencia, y la experiencia a la memoria; la razón llegaría después a interpretar los datos de la experiencia. La obra de Francis Bacon no supuso –como tantas veces se dice– una defensa del conocimiento empírico en la ciencia en contra de una tradición que negaba el valor de la experiencia, pues si a alguien se le podía atribuir el calificativo de
empirista era a Aristóteles, que incluso llegó a negar que algo que no era sensible pudiese llegar a ser inteligible. Lo que supuso la obra de Bacon fue la defensa de una historia natural en la que –a diferencia de los aristotélicos– la observación, la memoria y la razón caminaban paralelas en la construcción
del conocimiento científico.

Cada vez va estando más claro, como ponen de manifiesto los estudios de Antonio Barreda o de Jorge Cañizares para el caso español que aquí nos ocupa, que la propuesta baconiana para una nueva historia natural no fue el fruto de una mente inspirada, ni del sueño cartesiano junto a una estufa, ni de una tabula rasa incontaminada por los avatares culturales, históricos y filosóficos de la época, sino que fue el intento de sistematización filosófica de un complejo mundo de nuevas prácticas, intereses e ideas que se habían
ido fraguando en la Europa renacentista.  Las transformaciones que se produjeron en el ámbito del coleccionismo a lo largo de todo el siglo XVI coincidieron con aquella transformación de la concepción
de la historia natural que aparece formulada en la obra baconiana. Una transformación no exenta de ambigüedades, de difíciles fronteras entre antiguos y modernos, de las tortuosas vías que hubo que seguir para unir conocimiento y práctica, verdad y utilidad lucifera y fructifera.

De la misma forma que Bacon negó el valor de una experiencia histórica pasiva, como simple acumulación histórica de eventos en la memoria, las colecciones del siglo XVI entraron en el mundo de la ciencia cuando los objetos en ellas presentes cobraron un nuevo significado, un nuevo orden y unos nuevos objetivos. La presencia de animales exóticos, plantas, piedras preciosas, cocodrilos o caparazones de tortugas en los camarines de monasterios, residencias de la nobleza o lugares sagrados durante el siglo XV no significa que se tratase de colecciones científicas....Eran más bien piezas de “tesoros” que se acumulaban junto con joyas sagradas y profanas: posesiones exclusivas, símbolos del lujo y la riqueza. Su principal significado derivaba de su relación con el propietario, que las exhibía como muestra de su status. La frecuente presencia de objetos maravillosos en aquellas colecciones –ligadas aún a la idea medieval de las “cámaras del tesoro”– no era señal de una reflexión sobre el mundo natural, sobre sus particularidades o la pluralidad de las formas de la naturaleza. En ocasiones tales anomalías recogidas en la naturaleza eran consideradas formas milagrosas, de lo cual derivaba un carácter simbólico que las acercaba a lo sagrado y lo ritual. En otros casos tales objetos preternaturales se convertían en sinónimo de exclusividad y privilegio. Un ejemplo de este tipo de colección fue la del Monasterio de Guadalupe, donde se conservaba una enorme piel de cocodrilo, un gigantesco espaldar de tortuga, dos grandísimas barbas de ballena y un larguísimo colmillo de elefante.

Muchas de las colecciones de la primera mitad del siglo XVI conservaron aun las características de los “tesoros medievales”, si bien concentrando cada vez más el valor de “riqueza” en torno a los elementos exóticos y raros, en sintonía con las corrientes manieristas de la época. Buen ejemplo de este tipo de colección fue la que perteneció a los Condes de Benavente. Ya a finales del s. XV el Jardín de la Montaña, parte fundamental de la residencia familiar, albergaba animales exóticos como emblema de poder, tal como solía hacerse entre la nobleza de toda Europa, y un gran número de naturalia exóticos, cuernos de unicornio, medallas, calabazas de plata, etc. Unos años después, Antonio Alonso de Pimentel, VI Conde de Benavente, personaje interesado por las artes y el mecenazgo, amplió las colecciones manteniendo el mismo espíritu emblemático y representativo. El valor que en ellas adquiría la naturaleza, plasmado en la centralidad de los jardines, quedó bien reflejado en las obras de Antonio de Torquemada, secretario del conde, donde describía estos lugares como “espacios de la maravilla” repletos de elementos fantásticos y míticos. Lo dice todo la expresión del propio Torquemada en la dedicatoria a sus patronos de sus Coloquios satíricos: “Curiosidad para poderosos”.  Similares características se encuentran en las colecciones que los Duques de Calabria reunieron en Valencia durante su virreinato en la primera mitad del s. XVI. Sevilla, puerto principal de llegada de las novedades raras y exóticas del Nuevo Mundo, fue uno de los centros que más reflejó este coleccionismo de curiosidades a las que en la mayoría de los casos se unían medallas antiguas, armas y pinturas. Madrid ocupó también un puesto relevante en cuanto a la proliferación de colecciones en las que lo mitológico, lo religioso y lo mágico rodean a los objetos naturales. 

Mas una mención especial merecen las colecciones que Carlos V fue acumulando a lo largo de toda su vida y que por el género, cantidad e intereses de su propietario señalan un punto fronterizo en la evolución del coleccionismo hispano. El gran número de objetos de todo tipo –naturales y artificiales– procedentes de América y de las Indias Orientales fueron recibidos y admirados como curiosidades. ero quizá la mayor novedad de este espíritu coleccionista es la presencia, entre las propiedades de Carlos V, de muchos elementos que dejan translucir sus intereses científicos, en especial los instrumentos astronómicos y cartográficos, los libros de astronomía y cosmografía (indisociables de los intereses prácticos de la corte en un momento tal de expansión marítima y colonial) y tratados manuscritos sobre la naturaleza americana. Pero también objetos y aparatos ligados a la tradición ocultista y alquímica. Por no hablar de la pasión por los relojes y el estudio de sus mecanismos demostrada por el Emperador. Pero, en el caso de Yuste no se puede hablar todavía de una “cámara de las maravillas”, pues si bien los objetos ya no se iban acumulando como si de un almacén se tratara y estaban presentes los materiales que serán típicos de este tipo de
colecciones europeas (biblioteca, reunión de pinturas, mezcla de objetos naturales y artificiales, materiales raros y exóticos, etc.), se deja sentir “su falta de organización expositiva como microcosmos orgánico de los saberes”.

Extractado de Susana Gómez, "Lúcifera y Fructífera: ciencia y utilidad en las colecciones naturalistas en la España de los Austrias", Más allá de la Leyenda Negra: España y la Revolución Científica, Universidad de Valencia, 2007, pp. 171-175. Ilustraciones: cocodrilo y cuerno de marfil ubicados en una nave situada al lado del patio de los naranjos de la catedral de Sevilla, fruto de un regalo enviado en 1260 por el sultán de Egipto a Alfonso X de Castilla. Cocodrilo en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de El Viso del Marqués, regalado por Alvaro de Bazán en el siglo XVI.

COLECCIONES NATURALISTAS EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS (y II). Arturo Morgado García

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Fue en el ámbito sevillano donde surgió un nuevo tipo de coleccionismo que en el ámbito español es el
primero que merece el calificativo de científico. Las colecciones del cosmógrafo Jerónimo Chaves, de Simón de Tovar, de Rodrigo Zamorano, o incluso la de Gonzalo Argote de Molina, eran centros de información y de encuentro de naturalistas como Nicolás Monardes o Francisco Hernández. Fueron también fuente de información y punto de referencia para naturalistas extranjeros, como fue el caso de Clusius, cuya correspondencia con estos coleccionistas sevillanos nos da la medida del valor y las características que sus colecciones alcanzaron. Un personaje clave en la historia del coleccionismo español de la época fue precisamente uno de los mayores amigos personales de Clusius, Benito Arias Montano: estrecho colaborador de los científicos y aficionados españoles, promotor de la difusión de las obras de los sevillanos en Europa y coleccionista él mismo en la urbe sevillana, pero también personaje estrechamente ligado a la corte de Felipe II.


La primera reacción ante las novedades americanas –quizá la única posible– fue el uso continuo de las analogías en las descripciones de los seres nunca vistos (sin olvidar tampoco las ilustraciones). A falta

todavía de nuevas palabras para nuevas cosas, sólo quedaba el recurso de describir las novedades americanas en términos de analogías con lo ya conocido, convirtiendo así los naturalia americanos en variantes accidentales y sorprendentes de una naturaleza familiar descrita en el mundo libresco de
los clásicos, de Aristóteles, de Plinio, de Dioscórides, de Teofrasto. Es en este sentido en el que se puede hablar de una apropiación conceptual del Nuevo Mundo, en el sentido de una integración de lo nuevo, de lo diferente, en el mundo de lo ya conocido...El segundo sentido en el que se debe hablar de una “apropiación” de la naturaleza americana es de carácter esencialmente utilitario y pragmático, una apropiación económica, comercial y política que fue inseparable del trabajo de los naturalistas....Buena muestra de ese doble sentido de la apropiación de la naturaleza americana son los viajes de reconocimiento realizados, así como los materiales resultantes, por Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) o Francisco Hernández (1515-1587).

Claro exponente de esta convergencia de intereses utilitaristas y formación humanista fue el médico sevillano Nicolás Monardes (1508c.-1588). Junto a la publicación de sus investigaciones, Monardes también reunió todos los maravillosos y útiles objetos naturales que llegaban de América en una colección que se presentaba como un auténtico museo abierto a curiosos, naturalistas y gentes de paso por Sevilla. Lo había empezado en 1554, y en él se acumulaban animales disecados, piedras, minerales, semillas, piedras bezoares, etc.  Junto al museo se encontraba un jardín botánico donde Monardes cultivaba semillas y plantas americanas de uso medicinal para experimentar con ellas y estudiarlas (algunos de las experiencias y resultados obtenidos en su jardín quedaron plasmados en su Historia). Otro famoso coleccionista sevillano fue Rodrigo Zamorano (†1620), piloto mayor de la Casa de Contratación desde 1575 (encargado de enseñar a los pilotos que iban hacia las Indias Occidentales), y cosmógrafo de Felipe II desde 1579. Con las semillas y plantas que conseguía instaló en su casa un jardín botánico en el que cultivaba las nuevas plantas procedentes de América y compartía su información con el resto de médicos y botánicos de la ciudad. Además del jardín, poseía en su residencia un museo de curiosidades y maravillas relacionadas en su mayor parte con las Indias, que iba actualizando según llegaban las novedades al puerto del Guadalquivir. Una descripción de su gran amigo y colaborador Juan de Castañeda en una carta a Clusius nos da una idea de lo que en él se debía contener: "tiene las paredes de los portales de su casa todos llenos destas conchas, pezes y animales muy de ver".

Más inclinado a la curiosidad y menos al estudio de la naturaleza debió estar otro de los más famosos museos sevillanos de la época: el de Gonzalo Argote de Molina. El museo de Argote si fue utilizado como fuente de estudio e información por otros naturalistas de la ciudad y amigos de su propietario, como N. Monardes, que en su Historia medicinal escribía lo siguiente: “este animal [un armadillo] saqué de otro natural, que está en el Museo de Argote de Molina, un caballero desta ciudad, en el qual ay mucha cantidad de libros de varia lectión, y muchos géneros de animales y aves, y otras cosas curiosas, traydas así de la India Oriental, como Occidental, y otras partes del mundo, y gran copia de monedas y piedras antiguas, y diferencias de armas, que con gran curiosidad y con generoso ánimo ha allegado”. También Jerónimo Chaves (1523-1574), el primer titular de la cátedra de Cosmografía de la Casa de Contratación, formó por las mismas fechas su colección de cosas naturales y artificiales. La colección de Chaves contenía libros, instrumentos científicos (especialmente relacionados con la náutica y la cosmografía), vidrios, mapas, relojes y muchas cosas raras y curiosas –como una caja llena de conchas, ídolos extranjeros de barro negro, huevos de avestruz, etc.– destacando entre ellas las de procedencia americana (cocos, conchas de tortuga, cajas de mochoacan, alcachofas de la India en conserva). A su muerte, Chaves donó su colección al Monasterio de las Cuevas en Sevilla, insistiendo en que se conservase el orden en que estaban las cosas y se permitiese el acceso a quien las quisiese visitar.



El nombre de Simón de Tovar (†1597), portugués afincado en Sevilla, nos lleva a otra variedad del coleccionismo: el jardín botánico. Su profesionalidad y las características de su jardín superaban la mera curiosidad, el gusto por lo exótico o la utilidad puntual. Clara muestra de ello eran los contactos epistolares que mantenía con los naturalistas europeos y los intercambios con otros propietarios de jardines y museos naturales, como fue el caso del holandés Paludano. Entre sus contactos internacionales En las relaciones entre Tovar y Clusius, y en el trabajo por parte de éste de difusión, traducción y publicación de las obras de los botánicos españoles, desempeñó un papel clave Benito Arias Montano, al que Tovar le dejó sus colecciones de plantas, curiosidades y rarezas. Benito Arias Montano fue el principal vínculo entre los naturalistas sevillanos y el círculo holandés de Clusius y del impresor Plantin, que hizo posible la publicación europea de las principales obras españolas de historia natural de la época, promoviendo así la difusión de las novedades naturales americanas. Pero fue también un nexo entre la nueva ciencia descriptiva de los sevillanos y la corte de Felipe II en el Escorial, y entre ésta y las élites políticas y religiosas del norte de Europa. Fue también el nexo entre una historia natural marcadamente utilitarista y descriptiva y una historia natural cargada de simbolismos bíblicos y rasgos místicos. Su Naturae Historia (Amberes, 1601) y su colección sevillana de naturalia y artificialia son los mejores reflejos de esta síntesis de rasgos aparentemente contradictorios. La sola presencia de los objetos, su variedad y pluralidad por sí solas no harían de la colección de Montano algo muy diferente de las de algunos de sus contemporáneos sevillanos: piedras preciosas, minerales, animales, plantas, libros, monedas, objetos curiosos y rarezas procedentes de todo el mundo –incluidas las Indias occidentales– libros y manuscritos, instrumentos científicos –especialmente matemáticos y astronómicos– instrumentos musicales, pinturas y esculturas. Pero uno de los elemento más sorprendentes que encontramos en esta colección es su distribución. Estaba dividida en un “Estudio natural”, que contenía los minerales, las maderas, raíces, animales terrestres y marinos, conchas, plantas, pero también herramientas, instrumentos mecánicos y relojes. Y un “estudio artificial” que, curiosamente, contenía las piedras preciosas y ocupaba dos plantas de su residencia de Aracena.


Felipe II había empezado su afán coleccionista desde muy joven, en su periodo principesco. La acumulación de libros especialmente valiosos se reflejó en su biblioteca personal. Pero los continuos viajes por Europa le abrieron las puertas a la admiración y adquisición de nuevos objetos naturales y obras de arte. Sin olvidar que estamos en el contexto histórico en el que destacan las grandes colecciones europeas que el entonces príncipe tuvo ocasión de visitar: la de su primo Fernando del Tirol en el castillo de Ambras, auténtica cámara de maravillas llena de monstruos y curiosidades naturales y artificiales; o las colecciones teñidas de manierismo de los Medici. La diferencia entre el coleccionismo privado y ecléctico del rey y el proyecto de un museo del saber finalmente plasmado en la Biblioteca queda bien reflejado en la descripción que Fray José de Sigüenza hizo de El Escorial. Ciertamente en la casa y el patio del rey se encontraban mapas, dibujos de plantas y animales americanos y de jardines, frutos o flores, pero su valor era esencialmente ornamental. Hablando de El Escorial y de las colecciones de Felipe II no podemos dejar de mencionar tres elementos. En primer lugar la existencia de otras sedes de las colecciones del rey, como la del Alcázar madrileño, donde se almacenaban autómatas, relojes, instrumentos, curiosidades naturales, etc. En segundo lugar la botica o farmacia de El Escorial, que se convirtió en un auténtico laboratorio alquímico muy receptivo a las ideas paracelsianas. En tercer lugar, el valor científico y simbólico de los jardines de Aranjuez, en los que el rey quiso hacer una especie de microcosmos de la naturaleza, sin olvidar tampoco en este caso la investigación de carácter terapéutico con las plantas.

Las piedras de la colección de Juan de Herrera, arquitecto del Escorial,  pueden ser interpretadas como un reflejo de la tendencia a naturalizar la magia y alejarla de supersticiones y hechicerías, de forma que, como en las obras de Laguna o Acosta, pudiesen formar parte de la historia natural. Lo mismo se puede decir de los numerosos amuletos y talismanes , colocados bajo la perspectiva renacentista de la magia natural, destinados a alejar o atraer los influjos positivos y negativos, alejar el mal de ojo y atraer los poderes benéficos. Entre ellos se encontraban cosas tales como una “higa contra el mal de ojo” (una mano con el puño cerrado y el dedo pulgar entre los dedos índice y corazón), una uña de la gran bestia y numerosos “fósiles”, llamados “cosas petrificadas y de curiosidad” en el inventario de la colección (caracoles, almejas y hasta un hongo y una rana, que Herrera seguramente conservaba por creer que eran el fruto de fuerzas cósmicas y por tanto llenas de simbolismos y poderes.

El siglo XVII, lejos de ser el espacio que permitiría el desarrollo de una vía de demarcación de las colecciones naturales, fue un periodo de progresiva pérdida de interés en ellas. Las obras de arte, y
especialmente la pintura, serían en el s. XVII español las auténticas protagonistas de las colecciones, mientras que los naturalia fueron perdiendo progresivamente su representación. El papel protagonista que tuvo España en el desarrollo de la historia natural durante el Renacimiento quedó reflejada en algunas de las colecciones de las que se ha hablado. La pérdida de aquel protagonismo quedaría también reflejada en las colecciones del siglo XVII.

Extractado de Susana Gómez, "Lúcifera y Fructífera: ciencia y utilidad en las coleccionenaturalistas en la España de los Austrias", Más allá de la Leyenda Negra: España y la Revolución Científica, Universidad de Valencia, 2007, pp. 175-196. Ilustraciones: distintas vistas del cuadro de Sevilla de Sánchez Coello (1531-1588).

ANIMALES EXOTICOS EN EL CADIZ DEL SIGLO XVI. Arturo Morgado García

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En la conocida Civitates Orbis Terrarum aparece una imagen de la ciudad de Cádiz con tres criaturas que no hemos sido capaces de identificar, pero que nos muestran que, de vez en cuando, ya en el siglo XVI la urbe gaditana aparecía, aunque fuera esporádicamente, como un lugar de introducción de criaturas exóticas, originarias obviamente del continente americano.

LEVIATAN Y LA BOMBA DE VACIO. Arturo Morgado García

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Uno de los experimentos científicos más repetidos en los años centrales del siglo XVII fue la creación del vacío por medio de una bomba expresamente concebida para ello, aprovechando de paso la ocasión para comprobar si las criaturas podían sobrevivir en ese medio (un ejemplo de ello lo tenemos en  Some Experiments Touching Animals, Made in the Air-Pump by the Persons Formerly Mentioned, viz. Monsieur Hugens and M. Papin, publicado en las Philosophical Transactions de 1675). Inventada en torno a 1650 por el alemán Otto von Guericke, que realizaría su célebre experimento en Magdeburgo (ya se sabe, el de los caballos que no pudieron separar los dos hemisferios de una esfera metálica en la que se había hecho el vacío)  en 1654, y fue dado a conocer por Kaspar Schott en un apéndice de su obra Mechanica hydraulica pneumatica (Wurzburgo, 1657) . 

Grandes talentos de la época como Christian Huygens y Robert Boyle (que en 1660 publicaba sus primeros trabajos al respecto) contribuirían a su desarrollo posterior, aunque son especialmente conocidas las aportaciones de este último quizás porque la historia de la ciencia siempre ha sido escrita en renglones anglocéntricos. Sea como fuere, las investigaciones de Boyle tuvieron como consecuencia la creación de un nuevo lenguaje que pretendía responder a preguntas que siempre han sido de difícil contestación: ¿Por qué consideramos que las cosas son ciertas? ¿Cuales son los criterios que nos inducen a ello? Reflexionando sobre ello, hace muchos años que Steven Shapin y Simon Schaffer publicaron su famoso ensayo, Leviathan and the air pump (1985, reed. 2011), y Shapin, particularmente, siguió trabajando en los criterios de verificación a través de obras como A Social History of Truth (1994), The Scientific Life (2009) y Never Pure (2011)

La tesis central de Shapin y Schaffer es que el problema de la verdad epistémica es el problema del orden social, de construir una red de solidaridad en torno a unas reglas de práctica y discurso, y viceversa. Esto no implica que los grupos humanos vivan encapsulados en una suerte de solipsismo colectivo para el que la realidad sea irrelevante, sino que, cualquiera que sea la información ordenada de que disponga ese grupo sobre ella, sus posibilidades interpretativas para generar creencias o convicciones son siempre abiertas e indefinidas y, por lo tanto, se necesitan procedimientos de «cierre» basados en la limitación de sus usos heurísticos e interpretativos. El cierre se logra merced a acuerdos pragmáticos sobre las prácticas técnicas, la evidencia empírica legítima y, sobre todo, sobre los procedimientos para alcanzar el consenso. Boyle logra ese cierre —transforma creencias experienciales individuales en conocimiento público compartido—mediante tres tecnologías disciplinares: material, social y literaria.

1) Tecnología material. La disciplina material radica en producir bombas que produzcan regularmente hechos estables. La tarea de lograr un alto nivel de vacío es inicialmente muy difícil: Boyle hace construir modelos sucesivos y sus diferencias complican la interpretación de sus distintos resultados. Huygens construye una bomba a partir de descripciones publicadas y no logra reproducir los resultados de Boyle. No lo consigue hasta que viaja a Londres y trabaja con él y, sobre todo, con el responsable de experimentos de la Royal Society, Robert Hooke—en ese encuentro se transfiere o re-genera el conocimiento tácito necesario para que la bomba funcione, y sobre cómo evaluar cuándo funciona y cuando no, y qué produce: al final, las bombas se definen como mutuamente calibradas. Pero acto seguido construye un modelo «mejorado» con el que cuestiona la explicación teórica de Boyle, que no aclara anomalías que él registra; sin negarlas, Boylele opone el mismo argumento que él sufriera de Hobbes: su bomba no debe ser suficientemente estanca. Pero es la bomba de Huygens la que se difunde en París —hasta llegar a estandarizarse y producirse comercialmente más tarde—y allí se formaliza la que acabará llamándose Ley de BoyleMariotte(el «hecho» último). Los aparatos de vacío de von Gericke y de los florentinos, aislados de los movimientos prácticos de esta red, quedan al margen de estos desarrollos.

2) Tecnología social.  El siguiente paso es disciplinar a los testigos visuales. Boyle, hijo del conde de Cork, recurre a los virtuosi, los aristócratas patrocinadores de la Royal Society, que asisten a sus reuniones, conversan con fluidez y comprensión sobre filosofía natural, aunque no la practiquen, y cuya honorabilidad está fuera de toda duda. Estos testigos dan fe sincera y libremente de la elasticidad del aire. Esta es la tecnología social.

3) Tecnología literaria. El mecanismo literario es esencial para convertir en testigos, e incluso reclutar como futuros participantes y corresponsales, a quienes no están presentes en los experimentos. Boyle despliega para ello un aparato retórico, oportunamente moralizado, basado en la claridad, la minuciosidad y la modestia. Boyle escribe «tentativos» ensayos donde describe con detalle sus experimentos, incluidos los fallidos y los que producen anomalías —como muestra de honradez y manteniendo una escrupulosa corrección en los debates con sus críticos—, refiriéndose siempre al asunto en litigio, nunca a las características personales o ideológicas de su adversario y sin emplear expresiones burlonas o despectivas.

Hobbes no hace nada de esto: en diálogos dogmáticos que escribe en solitario se limita a aplicar a los experimentos de Boyle sus viejos argumentos «sintéticos a priori» («geométricos»), que cree incontestables para cualquier ser de razón porque se basan en definiciones convenidas (convencionales) cuya negación conduciría necesariamente a absurdos empíricos obvios. El éxito del enfoque analítico-matemático de Newton y el desarrollo de la ingeniería mecánica e hidráulica (canales, norias, molinos, husos y telares mecánicos, etc.) en Europa, que compilan las páginas de la Encyclopédie, empujan al Hobbes filósofo natural al olvido, mientras su Leviatán se convierte en un clásico del pensamiento social. La escisión de lo sintético y lo analítico, de la ciencia y la política, es tajante. Boyle triunfa.

Steven Shapin y Simon Schaffer, Leviathan and the air pump. Hobbes, Boyle and the experimental life, Princeton U.P. 1985, reed. 2011, trad. castellana Universidad Nacional de Quilmes (Argentina), 2005. Se extracta la reseña publicada por Juan Manuel Iranzo en la Revista Española de Sociología, 28, 2012. Ilustraciones: portada del Leviatán (1651), imagen del experimento de Magdeburgo reproducida en la Mechanica hydraulica pneumatica (1657) de Schott, retrato de Robert Boyle (1627-1691) realizado por Johann Kerseboom en torno a 1689.


LA FILOSOFIA PRETERNATURAL. Arturo Morgado García

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Durante la Alta Edad Moderna, floreció un modelo de conocimiento muy preocupado por analizar y recoger cuanto de maravilloso y extraordinario había (o podía haber) en la naturaleza, cuyo estudio era concebido como un inventario de todo lo posible, y en esta línea trabajaron autores como Ulises Aldrovandi, Juan Eusebio Nieremberg, Athanasius Kircher, Kaspar Schott, e incluso Jan Jonston (Thaumatographia), presuntamente uno de los primeros demoledores de la visión emblemática de la naturaleza. Su producción ha sido injustamente olvidada durante mucho tiempo, ya que su modelo de conocimiento, basado en el estudio de lo particular, fue barrido por una Revolución Científica (aunque este término hoy día es objeto de una profunda revisión) preocupada ante todo por la formulación de leyes de carácter universal, y si podían ser expresadas en términos matemáticos, tanto mejor. Tampoco es fácil acercarse a ellos: suelen escribir en latín, lengua normalmente desconocida por los historiadores y aún más por los historiadores de la ciencia, y los filólogos latinos, por su parte, prefieren centrarse en autores grecorromanos. Sea como fuere, representan una línea de acercamiento al estudio de la naturaleza que durante mucho tiempo fue plenamente operativa, denominada Filosofía Preternatural, a la que dedicó un magnífico trabajo Lorraine Daston, coautora junto a Katharine Park de Wonders and the order of nature, y una de las grandes especialistas actuales en la historia de los modos de conocimiento.

Aristóteles opinaba en su Metafísica que las ciencias debían dedicarse exclusivamente a las regularidades, que no solamente eran universales sino también demostrables por medio de una cadena de causas necesarias. Ello contrasta con la actitud de los practicantes de la filosofía preternatural, que de dedican al estudio de lo maravilloso y lo increíble, aunque claramente distinguido de lo milagroso y lo sobrenatural., Entre sus cultivadores, la premisa fundamental era que las anomalías podían ser explicadas por causas naturales, de ahí el empleo del término filosofía, que indicaba el repositorio de las explicaciones causales, opuesto al de historia, que reunía detalles desconectados. En los años iniciales del siglo XVII, la filosofía preternatural fue el intento más ambicioso de explicación científica.

Hay una clara analogía entre los tratados de filosofía preternatural y los contenidos de las wunderkammer y los gabinetes de curiosidades. Aparentemente, tienen un objetivo de recopilación universal, pero ni unos ni otros eran enciclopédicos en el sentido de representar el entero universo de las cosas, antes al contrario, eran muy selectivos porque ignoraban lo mundano y lo ordinario, es decir, lo natural, en el sentido usual del término. Los objetos preternaturales eran ante todo seleccionados desde el punto de vista ontológico, siguiéndose las categorías escolásticas que distinguían lo sobrenatural, lo preternatural y lo antinatural. Lo sobrenatural de refería exclusivamente a Dios y a sus milagros. Lo antinatural tenía una connotación moral negativa y se refería a todo aquello que violaba las normas de la naturaleza o humanas. Lo preternatural, por el contrario, era una categoría neutral desde el punto de vista moral, y se refería a las cosas que aparecían fuera del orden cotidiano de la naturaleza, si bien debidas a causas naturales, aunque concatenadas de una forma algo extraña. estas categorías las encontramos reflejadas en los filósofos profesionales, pero también en otros géneros literarios como homilías, hagiografías o sermones. En los siglos XVI y XVII se endurecieron las fronteras entre todas estas categorías, debido al surgimiento de una nueva filosofía preternatural, pero también al fuerte interés por la demonología. 

La filosofía preternatural era la ciencia de las maravillas, y los criterios para definir algo como maravilloso podían ser múltiples. En algunos casos, porque su modo de actuar se escapaba a la percepción humana, y así se hablaba de las propiedades ocultas, como el magnetismo, o las simpatías y antipatías entre las distintas especies, que actuaban también como un ejemplo de atracción y repulsión. Aunque estas propiedades ocultas actuaban con regularidad, eran en principio opacas a la observación y difíciles de explicación. Otros objetos caían dentro de la filosofía preternatural debido a su rareza, como las jirafas y las avestruces, que por supuesto no tenían nada intrínsecamente extraño, pero sí lo eran desde una perspectiva eurocéntrica.

Los objetos de la filosofía preternatural eran heteróclitos, y sus causas ocultas e irregulares, lo que contrastaba con la perspectiva aristotélica de estudiar las regularidades manifiestas y comunes. Estaba el problema de si se la podía considerar una forma de conocimiento, ya que, si bien los filósofos preternaturales intentaron explicar sus rarezas particulares, el trabajo de recopilarlas podía llegar al infinito. Cuando Descartes definió la filosofía natural como las cosas comunes de las que todos han oído, se debía a su rechazo del arduo y laborioso trabajo de la filosofía preternatural, ya que sería necesario recoger todas las piedras y plantas que vinieran delas Indias, haber visto al Ave Fénix y no pasar por alto ningún fenómeno extraordinario de la naturaleza.

La misión de los primeros filósofos preternaturales como Pomponazzi o Jerónimo Cardano había sido naturalizar las maravillas y extender las fronteras de la filosofía natural fuera de sus límites tradicionales. Francis Bacon fue aún más allá, y quiso utilizarla para reformar la filosofía natural, por medio del hallazgo de nuevas "common forms" que podían aunar las regularidades y las desviaciones. No sólo quería explicar tanto lo que se encontraba dentro como fuera del curso común de la naturaleza, sino utilizar las mismas causas para ello.

Extractado de Lorraine Daston, "Preternatural Philosophy", en  Lorraine Daston (ed.), Biographies of Scientific Objects, University of Chicago Press, 2000, pp. 15ss.


PAULA FINDLEN: ATHANASIUS KIRCHER. THE LAST MAN WHO KNEW EVERYTHING (2004). Arturo Morgado García

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Una de nuestras vacas sagradas, y creemos que es algo fácilmente deducible de la lectura de este blog, es Athanasius Kircher. En cierta ocasión comentamos públicamente que a Rodolfo II debían nombrarle santo patrón de los frikis, pero creemos que el jesuita merecería compartir tan digno puesto con el desafortunado emperador. Puede que Kircher no tenga nada que aportar al lector de nuestros días, a lo que se une el hecho de que al haber publicado en latín y al no haber sido traducido a las lenguas vulgares es un autor poco asequible, pero su formidable erudición y su curiosidad universal son razones más que suficientes para despertar nuestra admiración intelectual.

Kircher es el máximo representante de lo que podíamos denominar ciencia jesuita, que proporcionó otros ejemplos tan insignes como Nieremberg o Schott, todos ellos ubicados dentro dela Filosofía Preternatural. Su producción intelectual nos muestra cómo la Compañía actuó como una auténtica multinacional del conocimiento, beneficiándose de la existencia de unas redes que abarcaban todo el mundo, desde China hasta Paraguay, y desde Angola hasta Centroeuropa, y que convergían en la capital de la orden y de todo el mundo católico, Roma. Sus desvelos no eran, por supuesto, neutrales desde el punto de vista ideológico, ya que, ferviente admirador de la Casa de Austria, soñaba con lo que podríamos denominar "la empresa universal", a saber, la conversión de los emperadores chinos al catolicismo (no olvidemos el importante papel de los jesuitas en la corte de Pekín como astrónomos, relojeros, cartógrafos o matemáticos) y el triunfo de éste como religión universal con dicha dinastía como su gran protector, tal como señalara Evans (el gran especialista en el mundo intelectual que rodeaba a Rodolfo II) en La monarquía de los Habsburgo.

Hace ya varios años Paula Findlen, especialista en el estudio de las wunderkammer italianas de los siglos XVI y XVII, dirigió una recopilación de trabajos dedicados a Kircher, de los que se deduce, en palabras de la editora, cómo "we can being to see his version of the seventeenth century in clearer perspective: a global republic of letters enamored with a new vision of the past and the promise of a new science,a society shaped by the Jesuits and their missions,and a world that transformed Rome into one of the great capital cities of all time" . No es nuestro ánimo hacernos cargos de todos ellos, sino tan sólo de los que nos muestran el modelo de conocimiento que animaba el trabajo intelectual del jesuita. Así, Michael  Gorman llega a la conclusión de que la autopresentación de Kircher como un mediador de las opiniones y las observaciones de otros antes que un creador de nuevos dogmas y certezas era perfectamente coherente con la situación existente en Roma durante el generalato (1615-1645) de Muzio Vitelleschi, que se caracterizó por la persecución de los jesuitas que se desviaban de la ortodoxia aristotélica.

Noel Malcolm, por su parte, analiza el comportamiento de Kircher en la república de las letras (dicho sea de paso, el estudio de las redes de contacto de la misma forma parte de un proyecto de investigación dirigido por Paula Findlen en la universidad de Stanford), que es claramente atípico, por cuanto si ésta se caracteriza por la existencia de unas redes de contacto multidireccionales (A escribe a B, y B lo discute con C, que se lo cuenta a su vez a A), en Kircher la correrspondencia es claramente unidireccional, y solamente la utiliza para su propios fines. De hecho, de sus 763 corresponsales, 436 solamente le escribieron en una ocasión. Por otro lado, las fronteras ideológicas y religiosas están claramente marcadas, ya que una buena parte de sus corresponsales son jesuitas, concretamente 238, y nunca fue bien acogido en las universidades holandesas o del norte de Alemania, muy condicionadas por la acusación de proselitismo que pesaba sobre la actividad intelectual de los jesuitas. Por otro lado, si Kircher representa al ecumenismo universalista, la República de las Letras se caracteriza por el erastianismo pragmático.

Son muy atinadas las reflexiones de Carlos Ziller, que nos muestra cómo el trabajo de Kircher, al igual que el de los hombres de ciencia del momento, se caracterizaba por  una mezcla heterogénea de programas y métodos de investigación, Por otro lado, nos revela cómo para Kircher el orden natural era el conjunto de correspondencias entre todas las cosas establecido por el acto de la creación, y ello aseguraba la regularidad de los eventos, lo que no excluía la inclusión de virtudes singulares y cosas maravillosas. No podía aceptar la idea de que las matemáticas podían ser utilizadas para construir el conocimiento del mundo físico, ya que para él su estudio era una descripción de las apariencias sin ninguna posibilidad de generalización. El universo de Kircher es de posibilidades infinitas que son incomprensibles en la estructura fija de las leyes de la naturaleza del mundo galileano, y es por ello por lo que incluye sirenas, gigantes y dragones, todos ellos posibles aunque no fuesen probables. Ceñirse a las leyes matemáticas de la naturaleza, era limitar el acto de la creación.

El programa de Kircher era una enorme enciclopedia del mundo con largas descripciones incorporando análisis de los doubtfuls facts. La ciencia podía estudiar cualquier producto de la naturaleza o del hombre, y no había fenómenos ejemplares que representaran la síntesis de la naturaleza, como las leyes de Galileo. El mundo de Kircher era la identificación del lugar de cada hecho, examinando en el conjunto del mundo en relación con las simpatías que lo conectaban con fenómenos lejanos. El lugar de cada cosa en el conjunto de la creación solamente puede ser abordado por el estudio de las apariencias. Durante el siglo XVII, el uso de un lenguaje científico lleno de imágenes con metáforas y alegorías, fue frecuente incluso en Galileo o Descartes, que hablaban de la armonía del mundo, el teatro del mundo o las proporciones de la naturaleza, aunque para ellos se trataba de un recurso literario, mientras que para Kircher era la forma en que se organizaba la Creación.

Concluye afirmando cómo  "His studies were never limited to a single event take in isolation. Above all, his goal was always to ask questions in relation to that totality, to explore the principal relations among things, and to the place of each of the minth ensenble of the universe.This put him in diametric opposition to the most important transformations of the thought of his period, or more precisely, to those transformations that have been recognized as the most visible signs of scientific modernity. A significant part of modern scientific discourse developed precisely in opposition to the notion of the sympathies and correspondences and influenes among things…it is not surprising to see all of Kircher´swork forgotten for the past three hundred years".

INDICE.

Paula Findlen, Athanasius Kircher and his world.
Eugenio lo Sardo, Kircher´s Rome.
Martha Baldwin, Reverie in Time of Plague: Athanasius Kircher and the Plague Epidemic of 1656.
Harald Siebert, Kircher and His Critics: Censorial Practice and Pragmatoic Disregard in the Society of Jesus.
Angela Mayer-Deutsch: Quasi-Optical Palingenesis´: The Circulation of Portraits and the Image of Kircher.
Peter N. Miller: Copts and Scholars: Athanasius Kircher in Peiresc´s Republic of Letters.
Daniel Stolzenberg: Four Trees, Some Amulets and the Seventy Two Names of God: Kircher Reveals the Kabbalah.
Anthony Grafton: Kircher´s Chronology.
Ingrid D. Rowland, Athanasius Kircher, Giordano Bruno, and the Panspermia of the Infinite Universe.
Stephen Jay Gould, Father Athanasius ofn the Isthmus of a Middlle State: Understanding Kircher´s Paleontology.
Michael John Gorman, The Angel and the Compass: Athanasius Kircher´s Magnetic Geography.
Haun Saussy, Magnetic Language: Athanasius Kircher and Communication.
Nick Wilding, Publishing the Poligraphy: Manuscript, Instrument, and Print nin the Work of Athanasius Kircher.
Noel Malcolm, Private and Public Knowledge: Kircher, Esotericism and the Republic of Letters.
Carlos Ziller Camenietzki, Baroque Science betweeen the Old and the New World: Father Kircher and His Colleague Valenti Stansel (1621-1705).
Paula Findlen, A Jesuit´s Books in the New World: Athanasius Kircher and His American Readers.
J. Michelle Molina, True Lies: Athanasius Kircher´s China Illustrata and the Life Story of a Mexican Mystic.
Florence Hsia: Athanasius Kircher´s China Illustrata (1667): An Apologia Pro Vita Sua.
Antonella Romano: Epilogue: Understanding Kircher in context.


Datos completos de la obra: Paula Fidlen (ed.), The Last Man who knew everything, Nueva York, Routledge, 2004.



PARA QUE ESCRIBIR UN BLOG. Arturo Morgado García

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Tras una primera mitad de año bastante inactiva, la verdad es que a lo largo de este mes de julio hemos retomado con ganas este blog, lo que ha provocado que de vez en cuando nos replanteemos el porqué lo mantenemos. Hay que partir de la base de que lo peor que se puede hacer con un blog es convertirlo en una obligación, por lo que si durante varios meses permanece inactivo no hay que sentir ningún problema de conciencia. Bastantes obligaciones tiene ya nuestra vida cotidiana como para añadir una más, y encima de forma voluntaria.

La única finalidad que tiene un blog como éste es la de difundir conocimiento, lo que para los cultivadores de las disciplinas humanísticas supone casi un deber moral. En otras ramas del saber no se plantea esto: los médicos, los ingenieros, los arquitectos y los abogados ganan dinero, y a veces mucho, y ello ya convierte su actividad en disciplinas útiles y socialmente bien valoradas. Los químicos, por su parte, descubren cosas que pueden tener una aplicación industrial. Algunos economistas creativos justifican balances contables imposibles. Y filólogos o historiadores, lo único que nos queda es producir y transmitir conocimiento. Producir lo producimos, ya sea en forma de tesis, libros o artículos, normalmente de infumable lectura, pero, transmitirlo, ya es otra cosa. La plataforma habitual es la enseñanza, aunque muchos desesperen de ella. Y otra, menos habitual, es acudir a la divulgación.

¿Por qué es poco habitual? Primero, porque la producción de conocimiento de los cultivadores de las disciplinas humanísticas está íntimamente ligada a su promoción académica, y los trabajos de divulgación son muy poco considerados en este sentido, no sirven para obtener sexenios de investigación, ni tampoco la ANECA siente por ellos un especial cariño. En segundo lugar, si se escriben es para que se publiquen, y publicar un libro es caro (y corren malos tiempos, como todos sabemos) y lento, máxime ahora, cuando el sistema de los peer reviews se ha impuesto en las editoriales universitarias, lo que por otro lado no está mal, pero ralentiza el proceso de publicación. Y, en tercer lugar, escribir una buena obra de divulgación (o de síntesis, que no es exactamente lo mismo) es mucho más complicado que trabajar sobre una microinvestigación.

Para salvarnos la vida ha llegado lo que Anaclet Pons (cuyo blog Clionauta recomendamos) denomina el desorden digital. Increíblemente, la red ofrece la oportunidad de crear plataformas donde colgar contenidos de forma gratuita (algo que nunca entenderemos y que no podrá permanecer para siempre, pero nos queda el consuelo de que fue bonito mientras duró), inmediata y universal. Ningún libro ni ninguna revista podrá competir jamás con ellos en este sentido. Es cierto que los contenidos de la red son efímeros (tampoco son eternos otros soportes, como los CDs, los pendrive, los disquettes, o las cintas de vídeo, de momento lo más perdurable en el tiempo sigue siendo el papel, como Umberto Eco o Alberto Manguel ya se han encargado de demostrar), que caminar a través de ella supone hacerlo a través de una selva inextricable, y que los organismos evaluadores jamás van a dar su visto bueno a nada que haya sido colgado directamente en Internet sin haber pasado por el filtro previo de los peer reviews

Pero, a los que ya hemos llegado a un cierto status profesional, esto último nos da exactamente lo mismo, aunque entendemos perfectamente, y vemos totalmente legítimo, que muchos prioricen o limiten su labor de cara a la Academia. En nuestro caso, escribimos porque nos gusta escribir, intentamos transmitir porque nos gusta hacerlo, e intentamos divulgar porque disfrutamos con ello. Jamás nos darán el premio Nobel por lo que estamos haciendo (tampoco nos lo darán por otras cosas, aparentemente más serias, que hemos hecho), y nunca ganaremos dinero con lo que escribimos (tampoco lo hemos conseguido practicando las vías convencionales), pero siempre nos quedará la gran satisfacción (la vanidad intelectual siempre mata) de ver cómo, de vez en cuando, alguien consulta estas páginas desde Australia o desde Japón, aunque nunca entenderemos porqué. Así que, de momento, seguiremos manteniendo este blog, aunque ahora mismo lo que toca es la pausa vacacional, y, cuando volvamos, lo retomaremos (o no) al ritmo que nos plazca, dependiendo de si tenemos cosas nuevas que contar, y ganas y tiempo para hacerlo. A quien lo lea, le deseamos feliz verano.

LOS ANIMALES DE MURILLO VELARDE (1752). Arturo Morgado García

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Aunque poco estudiada, la Geographia Historica (1752) de Pedro Murillo Velarde, es uno de los últimos exponentes de la ciencia jesuita española, cuando ya faltaban muy pocos años para que fuesen expulsados del mundo hispánico. En sus diez tomos nos muestra cómo se veía el mundo en los años centrales del siglo XVIII, en algunos casos acudiendo a su experiencia directa (no olvidemos que estuvo muchos años en las Filipinas, siendo muy conocido su mapa del archipiélago fechado en 1732), y, en otros, utilizando una nutrida bibliografía. En sus referencias al mundo animal  todavía podemos encontrar  elementos míticos, por cuanto, al hablar de la Etiopía, y fundamentándose en la autoridad de Pomponio Mela, nos revela la existencia de “cruelísimas fieras, como licaones, variados con manchas de todos colores y esfinges. Hay aves maravillosas, las tragopanes con sus cuernos, y los pegasos con orejas de caballo...la catoblepa es fiera grande, de cabeza tan pesada, que apenas la puede mantener: en mirándola a los ojos da muerte, mostrándonos además cómo en las cercanías del mar Negro podemos hallar grifos, remitiéndose nuevamente a los autores clásicos. Sin olvidar de que se sigue haciendo de leyendas de nueva creación, como el carácter ápodo del ave del paraíso, sobre la cual tan bien nos ha ilustrado Marcaida López. Nada muy distinto de lo que hace un siglo antes hiciera su hermano de orden Alonso de Sandoval, en el que podemos encontrar descripciones de crocutas, mantícoras, catoblepas, amphisbenas o dragones, amén de toda una batería de peces y aves maravillosas. 

Sin embargo, no carece de interés desde el punto de vista zoológico la obra de este jesuita. Su monumental Geographia Historica apenas ha llamado la atención de los estudiosos, pero es una obra muy ilustrativa de cómo conviven en la España de la primera mitad del siglo XVIII lo antiguo y lo nuevo, las informaciones zoológicas heredadas del mundo clásico con las nuevas aportaciones de los enciclopedistas del Renacimiento como Gesner, Aldrovandi y Jonston, sin olvidar, naturalmente, al socorrido Olao Magno, ni a la literatura teratológica representada por Nieremberg o Kaspar Schott. El tratamiento que nos da del mundo animal es muy diferente, en función de la zona geográfica de la que habla, cumpliendo la vieja ley según la cual a mayor distancia, mayor profusión informativa animalística  y mayor presencia de lo fabuloso, lo cual, entre otros tantos casos, ya podemos apreciar en las informaciones vertidas en la Cosmographia Universalisde Sebastian Munster), aunque ello no impide que al hablar de los animales filipinos (bien conocidos por el autor dado su dilatada estancia en estas regiones) o americanos el tono sea, en muchas ocasiones, bastante sobrio. Pero, en muchas ocasiones, el mundo animal constituye un recurso más para la descripción de mundos exóticos, lejanos y distantes. En este sentido, su descripción del elefante blanco de Siam es absolutamente impagable: “Al lado del real dormitorio está un cuarto bien aderezado y en medio debajo de un pabellón de lienzo el famoso elefante blanco, que desde el espinazo al vientre está ceñido con una faja ancha, realzada con muchas y hermosas perlas, en manos, pies y cuello. Tiene chapas de oro, engastadas en piedras ricas y preciosas, las artesas y vasos con que le sirven el sustento son de oro, y hay mandarines destinados para servirle, y solo por gracia especial suele mostrarse, y cuando el rey recibe alguna embajada, pone a su diestra el elefante blanco. Concedió el rey de Siam, que pudiesen hacer los españoles una fortaleza junto a la corte, y fabricar allí navíos...me dijo un español que fue en la embajada que el celebre elefante blanco es pequeño y bno es absolutamente blanco, sino algo mas claro que los otros. Hace el rey tanta estima de el elefante blanco, que por él ha tenido sangrientas guerras con el rey de Pegu, y se intitula rey del elefante blanco, y cuando muere le hacen un entierro tan solemne como a los grandes del reino...El elefante blanco de Siam dicen ha costado la vida a 500 o 600.000 hombres por disputar su posesión y propiedad, cuatro mandarines le quitan las moscas con abanicos y llevan el quitasol".


El único estudio extenso de Murillo Velarde es el de DIAZ DE LA GUARDIA Y LOPEZ, Luis, “Datos para una biografía del jurista Pedro Murillo Velarde”, Espacio, tiempo y forma. Historia Moderna, IV, 14, 2001. Su Geographia Historica se puede encontrar en Google Books.

JORGE CAÑIZARES-ESGUERRA: CATOLICOS Y PURITANOS EN LA COLONIZACION DE NORTEAMERICA (2008). Arturo Morgado García

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En esta obra Jorge Cañizares realiza un planteamiento sumamente original, a saber, señalar que, contra lo que se ha dicho en tantas ocasiones, el perfil ideológico de las colonizaciones hispana en el sur y puritana en el norte del continente americano, no fueron tan diferentes, habida cuenta de que en ambos casos se partía de la base de que el Nuevo Mundo constituía un campo de batalla permanente contra el Demonio y sus huestes, señorío satánico reflejado en el canibalismo, el afeminamiento y el salvajismo de sus pobladores (los ingleses añadirían como sirvientes del demonio a los españoles), presentándose la colonización, por el contrario, como una especie de horticultura espiritual, ya que hacía mucho tiempo que el cristianismo había considerado a Jesucristo como el jardinero, y a la Iglesia como el jardín. De hecho, incluso los mares que bordeaban las Américas estaban plagados de criaturas espantosas y diabólicas, como el Leviatán, que podemos encontrar en los grabados de Theodor de Bry. Toda la naturaleza americana estaba plagada de seres monstruosos, siendo uno de ellos la zarigüeya, debido a su enorme capacidad reproductora, al poseer dos vaginas y dos úteros. Nieremberg, por su parte, describía en 1635 el su de la Patagonia en los mismos términos que hiciera Yáñez Pinzón con la zarigüeya cien años antes, aunque el carácter monstruoso de estos animales no hace, en muchos casos, más que reflejar las limitaciones linguísticas y de vocabulario de quienes los describían. 

Pero son muy pocas las ocasiones en las que los animales americanos son identificados directamente con el demonio, siendo una excepción, como no podía ser menos, el caso  de las serpientes, relacionándose los ofidios americanos con el control de Satanás sobre los indígenas. Era algo universalmente admitido que América se hallaba en manos de demonios en forma de serpiente. En 1662, en una fiesta celebrada en el palacio de las Tullerías, se representaron los ejércitos de cinco naciones, franceses, romanos, persas, hindúes y salvajes de las Américas, y los integrantes de este último portaban cascos con cabeza de dragón y uniformes con ojos de dragones, representándose al Roy Americain como el diablo en persona, portando en sus manos un mazo con una gruesa serpiente enroscada en él. 

JAVIER MOSCOSO: HISTORIA Y FILOSOFIA PRETERNATURAL EN EL MUNDO MODERNO (2004).

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Los monstruos, lejos de ser asuntos de mera curiosidad, constituyeron un instrumento epistemológico eficaz para comprender lo que la sociedad o la academia científica consideraba erxigible a la hora de establecer hechos probados o crear sistemas de clasificación capoaces de albergar fenómenos desconocidos.Si exceptuamos los milagros y los juicios civiles, los monstruos fueron los primeros fenómenos públicamente atestiguados en sesiones académicas y los primeros materiales con los que se edificaron las llamadas ciencias baconianas. La confianza testimonial, la recepción y difusión de informes científicos, y la realización de ilustraciones en tratados de Anatomía o de Historia Natural se encuentran en la base de este conjunto de transformaciones.

Los monstruos y las singularidades fueron los pobladores naturales de los gabinetes de curiosidades del mundo moderno, lugares que todavía en el siglo XVI basculaban entre el studio como recinto de contemplación extática y el museo como espacio de civilidad. Las singularidades contenidas en ellos marcaban la necesidad de estudiar formaciones irregulares en el marco de una ciencia de lo regular, lo que chocaba con la dificultad de aceptar una ciencia d elo irrepetible. Todo parecía indicar que no podía haber ciencia de los monstruos, pero hubo muchas circunstancias que provocaron que naturalistas, embriólogos o anatomistas se apresurasen a afirmar que debía existir una ciencia de ese tipo, un procedimiento por el que ordenar lo inclasificable o generalizar lo singular.

Se ha intentado explicar con frecuencia la historia y la filosofía natural del Barroco como el primer gran intento de separar el material teratológico de la esfera de la magia o de la adivinación. Ello provocaría la internalización de las causas de la deformidad, reducidas al ámbito de lo natural, y terminóon el reconocimiento del monstruo como un accidente particular de las leyes más generales de desarollo: "la monstruosidad existe, pero no las excepciones a las leyes ordinarias de la naturaleza" (Geoffroy Saint-Hilaire, Traité de tératologie, 1832).

Antes del siglo XVII, un monstruo no era necesariamente una producción anormal, sino más bien un fenómeno insólito. La nueva ciencia teratológica de Fortunio Liceti o Ulises Aldrovandi reclamaba entender la monstruosidad exclusivamente en términos de deformidad física, y al definir a los monstruos como seres naturalese proporcionaba un nuevo camino por el que parecía posible adquirir una clasificación de deformidades potenciales basadas en criterios anatómicos. Ya a finales de la centuria el número de monstruos relacionados en la literatura médica era tan grande que fue inevitable observar la frecuencia de estos acontecimientos en principio únicos e irrepetibles. Los monstruos eran extraños, pero no infrecuentes

En las grandes compilaciones de los siglos XVI y XVII el nacimiento de seres anormales se explicaba como el efecto de cruces contrario a las reglas endogámicas, la deformidad física era el efecto de una deformidad moral, que en una conducta contra natura había incubado el mal. El monstruo no pertenecía a ninguna especie animal, era un híbrido que se encontraba fuera de la naturaleza y del orden social. Todavía en1760 Procope Couteau, médico de Montpellier, se planteaba la posibilidad de que las mujeres pudieran ser seducidas por caballos o asnos, y señalaba el hecho evidente de que los simios tenían predilección  por aquéllas.

La discriminación entre la realidad y la ficcion nunca fue un asunto insignificante. Tras la refundación del Journal des Savants en 1687, la descripción de lo fantástico y lo preternatural ya no comenzaba con la narración de los hechos, sino con la cuenta debida a la honestidad de los testigos. No se trataba de una negación en bloque de los hechos heredados, sino una reevaluación del proceso de conocimiento que, descansando en la cualidad racional (estoes, esencialmente moral) de quien aseguraba tener algo como evidente, reconocía la posibilidad del error y del fraude. Este proceso de reevaluación de los testigos del conocimiento no solamente ectó a los antiguos tratadistas, sino que incluyó a partir de la década de 1690 la negación en bloque de los hechos narrados por fuentes etxranjeras. El carácter nacional de las publicaciones científicas no negaba necesariamente estos hechos, sino que simplemente los convirtió en rumores. En 1709 Fontenelle consideraba un cuento la historia de una princesa holandesa que dio a luz a 365 criaturas en un sólo parto, pero incluyó muchos casos problemáticos en las Observaciones anatómicas de la Academia de Ciencias de París, que tenía toda una sección dedicada a los éclats de la nature.

El procedimiento más elemental para atestiguar la existencia de estos seres era el contacto directo, y durante los siglos XVII y XVIII algunos de estos monstruos pasaron a ser celebridades que viajaron de ciudad en ciudad, como el negro albino que recorrió las calles de París, reflejado en el tratado Vénus Physique escrito por Maupertuis en 1744. En los círculos académicos, los testimonios sensoriales dependían siempre de la cualidad o el estatus social de los testigos. Y la producción de imágenes también era un procedimiento adecuado de generar convicción. Los textos se poblaron de imágenes cuya función no era puramente ilustrativa, y en realidad era el texto el que servía para explicar la imagen.

Los monstruos se encontraron inmersos en toda una red de quehaceres y discursos, en condiciones de posibilidad, en estilos de razonamiento que durante el Barroco abarcaron desde lo experimental a lo religioso y lo estético.

Extractado de Javier Moscoso, "Historia y filosofía preternatural en el mundo moderno", en Francisco Jarauta (ed.), El gabinete de las maravillas, Fundación Marcelino Botín, 2004, pp. 93-114. Ilustración extraída de Isidore Geoofroy-Saint-Hilaire,Histoire générale et particulière des anomalies de l'organisation chez l'homme et les animaux (1837).

JOHN BEUSTERIEN: CANINES IN CERVANTES AND VELAZQUEZ (2013).

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Profesor de la Texas Tech University, muy recientemente Beusterien ha publicado uno de los primeros trabajos donde se aborda la temática de las mascotas en la España moderna, centrándose concretamente en los caninos, fundamentalmente a través del análisis de la conocida obra de Cervantes y de Las Meninas de Velázquez. En el capítulo primero, "The hidden dog", aborda la obra de Américo Castro, que señala la identificación entre los términos "español" (Spaniard) y "spaniel". En el segundo, "A Cervantine Animal Exemplum: Animal Studies" muestra que Cervantes crea una nueva forma de "animal exemplum literature", continuando su estudio del Coloquio de los perros en el capítulo 3, "When the Dog is a Book: Reaching a Post-Human Ethics in Cervantes". En el cuarto, "As Death Approaches: The Dog in Las Meninas", examina la figura del mastín español, asociando el pintor el perro con la muerte que se acerca. La obra aborda tres tipos de perros específicos, el alano, cazador y matador de toros, el podenco, cazador de conejos, y el mastín, perro ovejero. La obra analiza con un  análisis del vocabulario racial español, en el que los términos raza y casta se aplican a humanos y animales, llegando mostrando que términos como mulato, criollo, cimarrón, mesteño (que derivaría en el inglés mustang), y  mestizo se emplean en ambos campos semánticos. 

Datos completos de la obra: John Beusterien, Canines in Cervantes and Velázquez. An Animal Studies Reading of Early Modern Spain, Ashgate, 2013, 149 pags.

ABEL ALVES: THE ANIMALS OF SPAIN (2011). Arturo Morgado García

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Y ya que estamos con estudios recientes relativos a animales en el mundo hispánico, nos referimos al libro de Abel Alves, profesor asociado en la Ball State University (Indiana, Estados Unidos). En la web de la editorial Brill podemos leer una pequeña reseña de la obra: "Writings from 1492 to 1826 reveal that the history of animals in the Spanish empire transcended the bullfight. The early modern Spanish empire was shaped by its animal actors, and authors from Cervantes to the local officials who wrote the relaciones geográficas were aware of this. Nonhuman animals provided food, clothing, labor, entertainment and companionship. Functioning as allegories of human behavior, nonhuman animals were perceived by Spanish and Amerindian authors alike as bearing some relationship to humans. On occasion, they even were appreciated as unique and fascinating beings. Through empirical observation and metaphor, some in the Spanish empire saw themselves as related in some way to other animals, recognizing, before Darwin, a "difference in degree rather than kind." No obstante, a pesar de ser un intento valiente de ofrecer una aproximación global sobre la percepción del mundo animal en la cultura hispánica moderna (porque abarca también el continente americano), nos parece que la obra tiene demasiadas lagunas, a juzgar por el contenido de su índice.

1. Animals in the Atlantic World: Perceptions and Associations.
2. Throught the Prism of Human Perceptions: Spanish Intellectuals Write about Other Sentient Beings.
3. Valued Animals and Animal Values.
4. Spirit Guides to Hell? Shape-Shifting and the Power of Animals Inverted.
5. San Martin´s Companion Animals: Nature Domesticated and Blessed.
6. The Animals of Spain: Contnuity and Change.

Datos de la obra: The Animals of Spain: An Introduction to Imperial Perceptions and Human Interaction with Other Animals, 1492-1826, Brill Academic Publishers, 2011, 228 pags. 

LOS GATOS DE LOPE DE VEGA. Arturo Morgado García

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El gato funciona frecuentemente como metáfora del órgano sexual femenino.La identificación de la mujer con este animal particular no empieza en la Edad Media, sin embargo, y remonta en Occidente a Aristóteles y su afirmación en Investigación sobre los animales de que «Las gatas son de naturaleza lasciva, excitan a los machos al coito y chillan durante el acoplamiento». En la lengua gallega gata puede ser eufemismo para prostituta, y jato o gato para el sexo femenino. Ocurre lo mismo con gato en portugués, chat y chatte en francés y con pussy (‘gatita’ y ‘coño’) en inglés. Por consiguiente, este animal conlleva ciertas resonancias sexuales que los poetas del Siglo de Oro no dejan de explotar semánticamente. No extraña pues que sea uno de los animales domésticos más privilegiados durante la temprana época moderna y que su simbolismo y materialidad cobren particular protagonismo en la cultura erótica.

Lope de Vega sentía mucho cariño por los felinos, porque escribe más extensamente acerca de ellos que de cualquier otro animal. Por ejemplo, integra a los gatos en tramas secundarias o complementarias de sus comedias La dama boba, Las almenas de Toro y El castigo sin venganza. En el segundo acto de esta última, el gracioso Batín cuenta la anécdota de una gata transformada en mujer que, al ver pasar un ratón lo ataca, revelando su «verdadera» naturaleza felina. Y finalmente, los felinos son elevados a protagonistas en La Gatomaquia, cuya trama fundamental es un triángulo amoroso felino, basado a su vez en una tríada humana ocurrida décadas antes entre el autor, Elena Osorio y Francisco Perrenot de Granvela. En su argumento, Marramaquiz, gato madrileño, compite con Micifuf, hermoso forastero, por el amor de la bella Zapaquilda. Cuando la dama felina abandona a Marramaquiz y decide casarse con el recién llegado, Marramaquiz sufre un ataque de rabia y celos. Al llegar tarde a su boda, Micifuf descubre que Marramaquiz se ha llevado a su novia y la ha encerrado en una torre. Los machos rivales oponen sus ejércitos en guerra sangrienta y Júpiter debe intervenir para salvar a la especie felina y evitar que los ratones se adueñen del Olimpo. Micifuf sitia la fortaleza de Marramaquiz, quien es obligado a abandonar la torre en busca de alimento. Al final, Marramaquiz es matado accidentalmente por un príncipe cazador, sus seguidores se rinden y se restaura la paz. El poema termina con el matrimonio de Micifuf y Zapaquilda. Es obvio que esta trama parodia varios poemas épicos y mitos clásicos, entre ellos la Batracomiomaquia, La mosquea (1605) de José de Villaviciosa, Orlando innamorato de Boiardo (1495) y Orlando furioso de Ariosto (1516), al igual que algunas obras previas del mismo Lope.

La utilización de felinos también permite a Lope explotar la afinidad simbólica de esa especie con las mujeres. hay que tener en mente que los humanos tienden a concebir a los gatos como femeninos y a los perros como masculinos. De ahí los sorprendentes poemas eróticos sobre las relaciones (mayormente de cunnilingus) entre perros falderos y sus damas que encontramos en la lírica de los siglos de oro. Tan solo dos ejemplos serían el atrevidísimo epitafio gongorino «De un perrillo que se le murió a una dama, estando ausente de su marido»: «Yace aquí Flor, un perrillo / que fue, en un catarro grave / de ausencia, sin ser jarabe, / lamedor de culantrillo», y el romance de Quevedo, «Dama cortesana lamentándose de su pobreza y diciendo la causa», «A la jineta sentada», en que una prostituta está «con un perrillo de falda / que la lame y no la muerde». En la literatura de la época una serie de características felinas se traspasa con facilidad a las mujeres, de manera que comparten rasgos como la independencia, la sensualidad y el hermetismo. Además, gata y mujer son cazadoras nocturnas que provocan a su presa, y exhiben su belleza para atraer a los varones. Por último se consideran traicioneras y su cuerpo y su lenguaje corporal se sexualizan al máximo. Otra característica femenina, de acuerdo con el poema, es la capacidad traicionera de las mujeres, para la cual los gatos son una metáfora conveniente, debido a su reconocida astucia predadora.

Bajo el cristianismo, el gato dejó de ser venerado como el símbolo positivo de la fertilidad y maternidad que había sido para los antiguos egipcios. Las mismas características que lo hicieron animal mágico y sagrado en la antigüedad (su fertilidad, su aguda vista que le permite ver en la oscuridad, su inescrutabilidad), en siglos posteriores se asociaban con lo diabólico, con la herejía y las brujas, de quienes se creía que copulaban con el Diablo en forma de gata. Los gatos llegan entonces a considerarse agentes del Diablo, y a través de la Edad Media y la temprana época moderna son brutalmente perseguidos por toda Europa: son quemados vivos, arrojados de altas torres, azotados, sumergidos en agua hirviendo o masacrados. las gatas de Lope de Vega iluminan cierta inestable zona de contacto entre dos especies, la humana y la animal, una zona fronteriza que se desliza a través de los tiempos y mantiene sus misterios. Su creación de felinos humanizados nos demuestra no solo cómo Lope concibe y caracteriza a un animal estimado tanto en su época como hoy, sino también, en este caso particular, cómo representa —animalizándola— a la mujer a través de ellos.

Extractado de Adrienne L. Martin, "Erotismo felino: las gatas de Lope de Vega", AnMal Electronica, 32, 2012. Ilustración: Hendrik Goltzius, La caída del hombre (1616), National Gallery de Washington.

LOS ANIMALES DE DON QUIJOTE. Arturo Morgado García

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Los animales representan una significante, recurrente y paradójicamente supeditada presencia en los estudios literarios y culturales de los siglos de oro. Esto no debe sorprender ya que no es hasta finales del siglo veinte que los investigadores de la literatura europea empiezan a considerar a los animales como seres dignos de estudio, lo que contrasta con el hecho de que en España, tanto en entornos rurales como urbanos, la gente convivía con perros, gatos, caballos, pájaros, gallinas, cabras, cerdos y vacas, entre otras especies. Es muy probable que esa misma proximidad haya conducido a la invisibilidad histórica de los animales. De hecho, en los análisis de las Hilanderas de Velázquez (1641) nunca se ha prestado atención al pequeño felino que simplemente comparte el mundo retratado en el cuadro, y que a la vez cumple la función esencial en el taller de exterminador de ratones y otros bichos; y si juzgamos por su postura relajada y proximidad a las mujeres, probablemente de mascota también.

Los animales también eran inextricables de la vida de palacio y la política. Por esto, los que se consideraban más importantes eran parte de representaciones artísticas, y son tan comunes en la pintura barroca como en la literatura. En las familias nobles y la realeza, era práctica común comisionar retratos de mascotas favoritas a artistas de la talla de Anthonis Mor, Sánchez Coello y Sofonisba Anguissola. Hay varias muestras espléndidas de estas prácticas artísticas, como el retrato de Velázquez del Conde Duque de Olivares montado en un caballo en cabriola, una pose que tiene muy poco que ver con la realidad pero que conlleva una gran significación simbólica. Ya que el retratarse a caballo era privilegio exclusivo de los miembros de la realeza, el magnífico bayo hace resaltar el poderío del conde en esta composición que se ha descrito como excepcionalmente osada. O, se puede ver el cuadro tal vez más mimético, que compuso Velázquez del Cardenal Infante Fernando de Austria vestido de cazador, con uno de los valiosos perros de caza que aparecen en el grupo de tres retratos (al que pertenece este), destinado para adornar el pabellón de caza del rey. Perros de caza y falderos, caballos criados para montar o tirar carruajes, gatos, loros y pájaros cantores también eran una parte integral de las casas reales. Es más, los Habsburgo eran coleccionistas ávidos de mascotas exóticas, entre estas pájaros nunca antes vistos en Europa. Sus magníficos jardines y reservas de animales salvajes desempañaban una función política, que les enaltecía como reyes cultos profundamente preocupados por los secretos de la naturaleza.

Don Quijote de la Mancha en particular contiene una cantidad elevadísima de animales reales: caballos y yeguas, asnos y mulas (algunas tan grandes como dromedarios), bueyes, un mono adivino, ovejas, carneros y cabras, cerdos, toros, jabalíes, perros, gatos y leones. También hay animales alimenticios, como los que hacen de las bodas de Camacho una fiesta rabelaisiana: “un novillo entero relleno de lechones; carneros enteros, liebres, gallinas, pájaros, caza” (II, 20). Ninguno de estos animales es fantástico, y como grupo representan una zoología informativa de las criaturas que se encontraban en tiempos de Cervantes. De hecho, hay muy pocos capítulos en la novela en que no se menciona un animal de una manera u otra, sea como metáfora, como símil, o como actor en el drama de la vida cotidiana. Tal vez por esta razón Abel Alves ha escrito que “Don Quixote’s animals are the animals of Spain in literary microcosm”.

El episodio de los gatos que ocurre en el palacio ducal es una de las bromas más crueles y físicamente apabullantes que los duques le hacen a don Quijote. "Descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego tras ellos derramaron un gran saco de gatos, que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó, y, temeroso don Quijote, quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de su estancia, y dando de una parte a otra parecía que una región de diablos andaba en ella". Los gatos llegaron a ser considerados agentes del Diablo, y a través de la Edad Media y la temprana época moderna fueron brutalmente perseguidos en toda Europa. Fueron quemados vivos, arrojados de altas torres, azotados, sumergidos en agua hirviendo, y hasta masacrados. Evidentemente, esas prácticas sociales que parecen horrorosas hoy son la piedra de toque del episodio pertinente en Don Quijote, en el cual el vergonzante ritual llamado charivari (cencerrada) también juega un papel. La cencerrada frecuentemente incorporaba el abuso de gatos para ayudar a crear la música desagradable (debidamente llamada Katzenmusik en alemán) que proveía la banda sonora para los espectáculos humillantes que típicamente pretendían castigar la usurpación de papeles normativos sexuales: la infidelidad de la mujer, palizas dadas al marido, o relaciones desiguales de edad, Es por estas razones que se les ata cencerros a los gatos: para que aumenten con sus maullidos el estrépito discordante.

Otro episodio importante es la aventura de los leones, ubicada en el capítulo diecisiete de la segunda parte. Numerosos investigadores han señalado que este episodio es una parodia del combate a mano con bestias salvajes en el cual los caballeros de los romances de caballerías probaban su valor (como lo hacen Amadís de Gaula, Palmerín de Olivia y Belianís de Grecia, entre otros). Esta no-aventura, definida por la absoluta indiferencia e inclusive ofensa de parte del animal, puede adquirir un significado adicional si uno piensa en el león por lo que es en la ficción y era fuera de ella: un peón diplomático enviado para congraciarse con la corona española. Al principio del episodio se identifica a los animales como “dos bravos leones enjaulados que el general de Orán envía a la corte, presentados a su Majestad” Este no es un acontecimiento fuera de lo corriente porque, por ejemplo, en 1550 el rey de Túnez viajó expresamente a Génova con la intención de llevar caballos, leones y halcones a Carlos V, a cambio de favores políticos. Es más, hacia el fin de ese siglo el palacio real en Aranjuez se convertiría en un lugar célebre por sus jardines y sus reservas de animales salvajes, que junto con los otros jardines zoológicos de Felipe II hospedaban leones, tigres, osos, rinocerontes, elefantes y gatos de algalia. Durante el reino de Felipe II la jaula de leones del Alcázar de Madrid era famoso por los cuatro leones que el monarca había recibido del sultán Suleimán. Aunque la fecha de su llegada a palacio es desconocida, los leones llegaron equipados con correas de oro y collares grabados con el escudo de armas del rey español. Por lo tanto, no es imposible que la referencia al “general de Orán” contenga una alusión oblicua al regalo del sultán a Felipe. Los leones en Don Quijote probablemente pertenecen a la subespecie conocida como leones de Berbería o Atlas. Estos animales eran particularmente grandes, y oriundos del noreste de África hasta que se volvieron extintos a principios del siglo veinte. Estos mismos leones de Atlas son el símbolo de la ciudad de Orán (cuyo nombre se deriva de la raíz bereber HR, “león”), de donde han sido enviados los leones que aparecen en Don Quijote.  Así se entiende mejor el cuadro (posiblemente pintando por Alonso Sánchez Coello) de don Juan de Austria con su león, también llamado Austria. El vencedor de Lepanto atrapó al animal en Túnez y se lo llevó consigo a Nápoles. Se ha dicho que este león era tan manso que vivía y dormía en sus habitaciones.

Un último animal quijotesco, el jumento de Sancho, es tratado con un grado notable de sentimiento y cariño en la novela. El rucio provee un ejemplo positivo de la devoción y amistad entre las especies, y a la vez una perspectiva auténtica del papel central de equus asinus en la vida rural de la época. En una de las descripciones más cálidas y simpáticas de los protagonistas equinos de la novela, el narrador declara que la amistad entre Rocinante y el rucio "fue tan única y tan trabada, que hay fama, por tradición de padres a hijos, que el autor desta verdadera historia hizo particulares capítulos della; mas que, por guardar la decencia y decoro que a tan heroica historia se debe, no los puso en ella, puesto que algunas veces se descuida deste su prosupuesto, y escribe que así como las dos bestias se juntaban, acudían a rascarse el uno al otro, y que, después de cansados y satisfechos, cruzaba Rocinante el pescuezo sobre el cuello del rucio—que le sobraba de la otra parte más de media vara—, y mirando los dos atentamente al suelo, se solían estar de aquella manera tres días". (II,12). No sorprende, más allá de cualquier sentimentalismo en que se quiera pensar, que don Quijote y Sancho están igualmente encariñados con sus compañeros equinos. Estos pequeños pero fuertes animales requerían muy poco cuidado, y su dieta era frugal y económica. Tal vez debido a estos valores prácticos, o porque ella le ama también, cuando Sancho llega a casa al final de la primera parte de la novela, el narrador manifiesta de Teresa Panza que “lo primero que le preguntó fue si venía bueno el asno”. Ambos equinos son tratados bondadosamente por sus dueños, y por el narrador. El rucio no es abusado ni denigrado (actos asociados con la supuesta terquedad del animal, la cual no es más que inteligencia) sino apreciado por sus inquebrantables cualidades de lealtad y paciencia. En vez de presentar a este animal como emblema de la estupidez y del ridículo, Cervantes le otorga nobleza y dignidad como la criatura férrea y resistente que es: impasible aun cuando le llueven piedras y Sancho lo utiliza como escudo.

La literatura española de la temprana época moderna provee numerosos ejemplos de cómo los animales eran percibidos, utilizados, representados y valorados. En última instancia, como personajes, los animales como los que ofrece Cervantes nos permiten profundizar acerca de aquellas interrelaciones complejas, paradójicas, moralmente movedizas y ambivalentes con otras especies.

Extractado de Adrienne L. Martin, "Zoopoética quijotesca: Cervantes y los Estudios de Animales", eHumanista/Cervantes, 1, 2012, pp. 448-464. Imágenes: "Las hilanderas o la fábula de Aracne (1641) de Velázquez, "Don Quijote de la Mancha", de la serie de animación de Cruz Delgado (1979-1981).

EL ELEFANTE DE CARLOMAGNO. Arturo Morgado García

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En la Edad Media las ménageries son siempre un signo de potencia y un instrumento político. Durante mucho tiempo solamente los reyes y los príncipes fueron lo bastante ricos como para poseerlas, aunque a finales del período les imitaron algunas ciudades y algunas grandes abadías. En cualquier caso, no se trataba de satisfacer la curiosidad de un público ansioso de ver bestias feroces o insólitas, sino más bien de poner en escena atributos vivientes del poder, que solamente los más poderosos podían comprar, alimentar, ofrecer o cambiar. Toda ménagerie es un tesaurus, y su composición siempre tiene una dimensión profundamente simbólica. Es de este modo como hay que entender la necesidad de Carlomagno de rodearse de animales símbolos de poder. Los osos y los jabalíes no bastan, son fieras temibles, pero son oriundas del continente europeo y se pueden encontrar en todas partes. Es necesario acudir a criaturas que vengan del Oriente maravilloso, fuente de todas las riquezas.

En Aix la Chapelle, Carlomagno ya tenía leones y panteras, siendo la estrella un león de Marmorica de una talla colosal, que al decir de varios cronistas años después le fue ofrecido por el rey de Africa. Los historiadores actuales son incapaces de precisar quien era este rey y dónde estaba su reino, pero poco importa: lo cierto es que al hilo de su coronación como emperador en el año 800 Carlomagno busca animales más espectaculares, más extraños, que nunca se hayan visto en el Occidente: los elefantes, que dieron a su corte el prestigio de los emperadores romanos o de los soberanos bizantinos y musulmanes. En torno al 797 enviaba una embajada al califa de Bagdad, Harun al Raschid, mucho menos glorioso y justo de lo que la leyenda lo pinta, que le envía como regalos sedas, piedras preciosas, objetos de marfil, especias, perfumes, tapices, un reloj de agua, pájaros, leopardos y, sobre todo, dos elefantes. Uno de ellos murió en el camino de retorno, pero el segundo, el más grande, y que respondía al nombre de Abulabaz, desembarcaba en Pisa en el 801 y se unió a Carlomagno en Pavía. Pero no permanecería mucho tiempo con su nuevo propietario, ya que fue embarcado con destino a Marsella, para cruzar los valles del Ródano y el Saona, Lorena, Metz, y llegando a Aix finalmente en torno al 802 o el 803. Una vez allí, todos fueron a admirarle, ya que era el primer elefante que se veía en Occidente desde hacía cuatro siglos. Algunos letrados lo observaron de cerca para ver si era cierto lo que se contaba de él en las enciclopedias: semejante a una montaña, más inteligente que un caballo, misericordioso hacia los débiles, o de una castidad irreprochable, ya que se pensaba que los elefantes no se acoplaban más que una vez en su vida, nunca antes de los quince años para los machos y trece para las hembras, las cuales, por su parte, solamente daban a luz en una ocasión. Abulabaz se convirtió en la estrella de la ménagerie carolingia, hasta que falleciera en el 810. En algunos tesoros de iglesias o de abadías alemanas, francesas o italianas, se ha mostrado durante siglos al olifante de Carlomagno y se ha evocado el recuerdo de Abulabaz. Una tradición nos cuenta que este animal murió bañándose en el Rhin, y que su cuerpo fue transportado por el río hasta el mar del Norte.

Otra leyenda nos dice que entre los regalos del califa figuraba un tablero de ajedrez (lo que es rotundamente falso, por cuanto no llegaría a Europa hasta el año mil, vía España musulmana y Escandinavia a la vez). Carlomagno nunca jugó al ajedrez, pero se ha intentado asociar su nombre al rey de los juegos convirtiéndolo en el juego de los reyes. Esto lo hizo la abadía de Saint Denis en el siglo XIV, que conservaba en su tesaurus grandes piezas de ajedrez supuestamente regaladas a Carlomagno por el califa de Bagdad. Y, más aún, se pensaba que las cuatro piezas en forma de elefante representaban a Abulabaz, lo que es imposible, ya que en realidad fueron talladas en Salerno a finales del siglo XI y regaladas a la abadía por Felipe Augusto. Pero la historia siguió dándose por buena hasta el siglo XVII.

Extractado de Michel Pastoureau, Les animaux célèbres, París, Altéa, 2008, pp. 118-124. Ilustración: Biblioteca Nacional de Francia, manuscritos árabes, 3465, fol. 6, edición del Calila e Dimna del siglo XIII.

EL CERDO REGICIDA. Arturo Morgado García

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El 13 de octubre de 1131, mientras cabalgaba junto a algunos compañeros por uno de los fauburgos de París, el joven príncipe Felipe, hijo primogénito de Luis VI, tuvo una caída del caballo y murió algunas horas después, con quince años de edad. Acompañado en su agonía por el rey, la reina Adelaida, el abad Suger, algunos prelados y varios barones, todos sintieron un dolor y una inquietud inmensas. En principio, no hay nada de excepcional: las caídas mortales de caballo son frecuentes en la Edad Media, ni tampoco son raros los retoños reales que fallecieron en la adolescencia. Pero un animal fue la causa primera de la caída, un animal poco valorado, y que juega un papel de basurero en las zonas urbanas: un cerdo doméstico, un vulgar porcus, que Suger, el abad de Saint Denis, no duda en calificar de diabolicus, que se entrecruzó entre las piernas del caballo, haciéndole rodar a tierra y precipitando al caballero sobre una piedra. El joven rey de Francia fue muerto por culpa de un cerdo. Rex Philippus a porco interfectus, se escribirá durante varios siglos.

En el siglo XII, la frontera zoológica entre el puerco doméstico y el salvaje es todavía muy vaga, las cerdas algunas veces retozan con los jabalíes en el bosque, y los dos animales son interfecundos. Pero la frontera simbólica es impermeable, el jabalí pasa por ser un animal noble, corajudo, y es un placer cazarlo y enfrentarse a él. El cerdo es una bestia vil e impura, símbolo de suciedad y de glotonería. Morir cazando un jabalí (así le sucedería en 1314 a Felipe IV el Hermoso) es una muerte gloriosa y heroica, pero morir en un fauburgo parisino por culpa de un cerdo es una muerte infame, indigna de un rey, y escandalosa. Todos los autores de los siglos XII al XIV insisten en el carácter infamante de esta muerte, mors turpis, mors ignominiosa, mors miseranda, mors flagitiosa, mors improba. La dinastía queda marcada a partir de entonces, y el largo reinado de Luis VII (1137-1180) estará plagado de desgracias, como el fracaso de la segunda Cruzada, o el divorcio de su esposa, Leonor de Aquitania. No será hasta la Histoire de France escrita entre 1880 y 1900 por Ernest Lavisse cuando el acontecimiento sea silenciado. Para la historiografía positivista el cerdo regicida queda relegado al saco de la anécdotas y a la pequeña historia.

Extractado de Michel Passtoureau, Les animaux célèbres, París, Altéa, 2008, pp. 125-130. Ilustración: Chroniques de Saint Denis, manuscrito del siglo XIV conservado en la British Library.

MAR REY BUENO y MIGUEL LOPEZ PEREZ: EL INQUIRIDOR DE MARAVILLAS (2011). Arturo Morgado García

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Ya es bien sabido que en  la Europa de los siglos XVI y XVII florecieron los gabinetes de curiosidades, que pretendían actuar como una especie de compendio del mundo en el que se recopilaran los naturalia, artificialia, mirabilia, scientifica y biblioteca. España, aunque ha sido poco estudiada al respecto, tampoco escapó de este fenómeno, surgiendo dichos gabinetes en lugares aparentemente insospechados, como sucediera en la Huesca de Juan Vincencio de Lastanosa (1607-1681), curioso coleccionista y amigo y mecenas de Baltasar Gracián. A su figura se dedica la obra que comentamos.

Miguel López Pérez y Mar Rey Bueno, en "Vincencio Juan de Lastanosa, Inquiridor de maravillas: análisis de un gabinete de curiosidades como experimento historiográfico" nos ofrecen una descripción del gabinete lastanosiano. Según nos cuenta Juan Francisco Andrés de Uztarroz, cronista del reino de Aragón y amigo personal suyo, en su Descripción de las antigüedades y jardines de don Vincencio Juan de Lastanosa (Zaragoza, 1647), sus riquezas se acumulaban en siete grandes escritorios ubicados en el llamado camarín cuadrado. En el primero, "se hallan diversas curiosidades, así de obras mecánicas como de cosas admirables de la Naturaleza, que se pudiera hacer de ellas un tratado muy digno de atención de los curiosos investigadores de los prodigios que encierra e sus entrañas capaces la tierra". El segundo, servía de librería. El tercero, estaba lleno de "varios prodigios de la naturaleza, tan raros y exquisitos que merecen grandes admiraciones". El cuarto y el quinto servían para guardar camafeos y piedras preciosas respectivamente.  Y del sexto destacaba su ornato externo. En la biblioteca, por su parte, había otros cinco escritorios, donde se contenían libros, instrumentos geométricos, astronómicos y matemáticos, medallas, monedas, ídolos y estatuas. La armería tenía además dos alacenas llenas de cabezas de dioses y césares, ídolos amerindios, monstruosidades de la naturaleza, cuernos de unicornio, corales, armas, y un supuesto hueso de gigante.

Daniea Bleichmar nos escribe acerca de "Lo exótico en la colección de Lastanosa: el objeto, la mirada y la colección como espacio", incidiendo precisamente en la abundancia de los exoticos, entre ellos una bocina de marfil a cuyo análisis dedica un amplio espacio.

Del trabajo de María M. Portuondo, "El séptimo escritorio. Instrumentos matemáticos, artefactos filosóficos y secretos de la naturaleza", nos interesa señalar la abundancia de libros científicos escritos por los jesuitas en la biblioteca lastanosiana. La autora señala que durante los últimos años se ha revalorizado mucho el trabajo científico de la Compañía, cultivando, aunque con cautela, conceptos radicales sobre la naturaleza. Es cierto que tras la condena de Galileo era difícil presentar teorías cosmologicas que contradijeran las aristotélicas, y que esto llevó a muchos jesuitas a escribir obras un tanto oscuras, pero de esta manera escondían nuevos postulados científicos. Hubo ciertos espacios, como el Museo kircheriano de Roma, donde se podían discutir estas nuevas ideas, siempre con la intención de conciliarlas con el catolicismo. Los jesuitas tambien favorecieorn una cultura de representación científica que incluía demostraciones públicas en forma de espectáculo, respondiendo a este espíritu el museo de Kircher, pero este tipo de ciencia no iba a durar, y a finales de la centuria estos espectáculos perdieron prestigio entre una comunidad científica que prefirió la investigación baconiana.

En cuanto a las aportaciones de Rafael Chabrán, "Leonardo Fuchs en la biblioteca y  jardín de Vincencio Juan de Lastanosa; maíz, chile, narcisos y tulipanes", y Anne Goldgar, "Vincencio Juan de Lastanos, los tulipanes y el coleccionismo del siglo XVII", es el coleccionismo botánico el que requiere su interés.

Willian Eamon en  "Apariencia, artificio y realidad: el coleccionismo de secretos en la cultura cortesana", se detiene en la presencia kircheriana en el gabinete de Lastanosa, que llegó a poseer hasta una quincena de libros del autor jesuita. En su Magneticum naturae regnum (Roma, 1667), Kircher mostraba que "el mundo está dirigido con lazos secretos", siendo el magnetismo la cadena que conectaba todas las cosas del mundo, pudiendo así explicarse fenómenos que los científicos modernos no consideran interrelacionados entre sí, como la tendencia del girasol a mirar hacia el sol, y la vida sexual de los animales. El magnetismo era también la fuerza que mantenía a los planetas en su órbita, asumiendo el papel que luego tendría la gravitación newtoniana. Las amistad, el amor, el odio, las cualidades de plantas medicinales, las mareas y la armonía musical se gobernaban todas por medio del magnetismo. Para Kircher, el magnetismo resumía toda las fuerzas secretas, simpatías y antipatías que relacionaban la naturaleza en una intrincada red de correspondencias. La desconcertante variedad de la colección de Lastanosa y la magnificación de la experiencia sobre  lo anómalo servían para ilustrar la visión barroca sobre la infinita variedad de la naturaleza, concebida como una red de relaciones y fuerzas secretas. Aunque Lastanosa no tenía las grandes obras de Giacomo della Porta, sí poseía las de Nieremberg y Kircher, que debieron parecerle una versión más seria y rigurosa de la magia natural.

Jorge Cañizares Ezguerra, en "Lecturas tipológicas de la naturaleza: el libro de la naturaleza en tiempos de Lastanosa", nos contextualiza el pensamiento simbólico sobre la naturaleza, haciendo alusión al Mundus Symbolicus de Picinelli (1653), donde se repasan las formas y propiedades de estrellas, planetas, animales y plantas; Fray Luis de Granada (que recoge numerosos elementos de los bestiarios medievales), Saavedra Fajardo (sus Empresas políticas de 1642 es un claro ejemplo de literatura emblemática), Calderón de la Barca (que en sus autos sacramentales utiliza numerosas asociaciones simbólicas, como en El lirio y la azucena, donde relaciona a Clodoveo y Rodolfo I de Habsburgo para celebrar la Paz de los Pirineos y la boda de Luis XIV y María Teresa), o Nieremberg.

Miguel López Pérez en "Amigos, eruditos, coleccionistas: el intercambio de conocimientos en el círculo lastanosino" nos habla de su red de contactos. El círculo más inmediato lo formaban cinco artistas y escritores (entre ellos, Ana Abarca de Bolea, Jusepe Martínez y Gracián), un coleccionista y erudito, y cuatro juristas, cronistas o historiadores. A ellos hay que añadirles su red de corresponsales, como Francisco Filhol en Toulouse (que le remitiría semillas de tulipanes), el gran coleccionista Gastón de Orleáns, Athanasius Kircher, a quien Lastanosa le pidiera alguno de sus libros, y otras personas radicadas en Zaragoza o en la corte madrileña.

Y tendríamos finalmente a Antonio Barrera, con"Científicos españoles del siglo XVII. España, América y el estudio de la naturaleza", que compara el trabajo de Lastanosa con el de Alvaro Alonso Barba (1569-1662), un cura minero que vivió cerca de Potosí. En su trabajo sostiene que el imperio español promovió dos maneras alternativas de entender y estudiar el mundo natural, una de ellas estaba relacionada con eruditos y humanistas que se dedicaron al coleccionismo, aportando conocimientos basados en la relación entre objetos y en campos como la mitología, la religión, la política, la historia y la moralidad. La segunda tenía que ver con comerciantes, artesanos y empresarios que buscaban recopilar información práctica, y la mayoría de las veces empírica, sobre materias primas, ofreciendo un conocimiento especializado. Si los primeros estaban volcados hacia el pasado, a los segundos les preocupaba el presente y el futuro. Lastanosa y sus amigos estaban interesados en conservar las cosas del pasado, restaurando antigüedades y salvándolas del monsturo de la ignorancia, concibiendo su museo como un lugar de divulgación de conocimientos y conservación del pasado donde se encontraban la naturaleza y el arte (la naturaleza era un artista y el artista podía imitar la naturaleza). Sus objetos debían ser hermosos, raros, viejos o poco comunes, o todo ello a la vez, y la arquitectura de su casa y su colección establecían conexiones entre Roma, Huesca/Aragón, y la monarquía. Tanto el museo como el propio Lastanosa tenían un modo emblemático de entender el universo, los objetos contenidos en el mismo eran como letras que formaban palabras al juntarse con otras letras/objetos. Por el contrario, el conocimiento especializado como el de Barba era imperfecto porque no captaba las conexiones entre el universo y las cosas. Pero tanto Lastanosa como Barba utilizaron un método empírico para estudiar la naturaleza: Lastanosa dibujó sus monedas, las pesó, y describió en toda su singularidad.

Datos de la obra: Mar Rey Bueno y Miguel López Pérez (coords.), El inquiridor de maravillas. Prodigios, curiosidades y secretos de la naturaleza en la España de Juan Vincencio de Lastanosa, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2011.







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