El grabado titulado Asia (1588-1589) debido a la mano de Adriaen Collaert (1560-1618), nos ofrece una representación alegórica del continente incluyendo un camello, una escena con guerreros turcos, varias especies exóticas, y algunos tulipanes. La atención de Collaert por los detalles es ejemplar, lo que nos remite a los trabajos de Durero o de la corte rodolfina, donde arte y ciencia colaboraron en la descripción de la naturaleza. Collaert trabajaba en Amberes, el centro del mundo a finales del siglo XVI, y en su obra podemos encontrar animales exóticos, series reflejando los poderes astrológicos de las plantas, alegorías de las artes liberales, y diseños para su amigo Ortelius. Su serie Icones, donde incluía distintos animales y plantas, se apropiaba de las imágenes de Gesner, y fueron consultados por Clusius. Pero a pesar de estas credenciales, hay algunos detalles perturbadores, como el hecho de que la cabeza del camello es en realidad la de un caballo. Naturalmente, Collaert nunca había visto un camello al natural.
A partir del siglo XVI, con los descubrimientos geográficos, el número de especies animales conocidas experimentó un gran crecimiento, y uno de los problemas planteados fue el de su representación gráfica, ya que no todas las criaturas exóticas podían ser representadas acudiendo a paralelismos con las formas de vida europeas. No obstante, aunque la naturaleza ofrecía una infinita variedad de especies, esta variabilidad estaba guiada por una serie de reglas. Las variaciones geográficas de algunas de ellas se relacionaban con la teoría de los climas, ya que la fisiología de los animales estaba influida por los cuatro humores, y los cambios en la temperatura y la humedad podían alterar éstos, lo que provocaba que las especies fuesen diferentes en los distintos componentes, y ello explicaba las variaciones de los elefantes indios o africanos, o de los camellos bactrianos y africanos. Pero la teoría de los climas no explicaba el surgimiento de los monstruos, que algunos atribuían a explicaciones aristotélicas como la falta o la sobreabundancia de especies, o a la mezcla de las mismas, que, aunque negada por el autor griego, fue aceptada por Paré, Topsell o Jonston. Topsell, por ejemplo, mostraba cómo de un mono y una comadreja nacía el sagoin, y de un león y una hiena el gulon, en tanto que la jirafa se derivaba del camello y la pantera.
Uno de los problemas de los naturalistas fue la disponibilidad de imágenes fiables. En circunstancias ideales, tendrían a su disposición la especie o supervisarían la labor del dibujante. En circunstancias menos ideales, que eran absolutamente las predominantes, debían conformarse con fiarse en la fama del artista, testigos fidedignos o comparaciones filológicas (las palabras todavía reflejaban la realidad de las cosas). No todas las imágenes exóticas eran creíbles, y algunas eran muy poco recomendables para los naturalistas, pero si éstas se producían con la ayuda de composiciones metonímicas, al menos eran plausibles. Y los trabajos de historia natural no solamente contenían los hechos incontrovertidos, sino que en muchas ocasiones lo plausible era bastante. Las enciclopedias del siglo XVI incluían lo que podía ser posible, que sería verificado o rechazado por descubrimientos futuros. Pierre Belon, por ejemplo, recogía especies muy controvertidas, presentando al hipopótamo como una mezcla de un caballo y una oruga.
Los animales compuestos no desaparecieron de la historia natural ni de las representaciones artísticas, y permanecieron como un poderoso método para construir animales plausibles. Así lo vemos en la obra de Jonston, la primera historia natural cuyas imágenes eran grabados en cobre y no en madera como anteriormente, contando para ello con los servicios del gran Matthäus Merian, uno de tantos casos en los que arte y ciencia estuvieron estrechamente relacionados. Y dado el gran número de variedades de cada especie conocidas por aquel entonces, no era raro que Jonston incluyeran numerosas representaciones visuales del mismo animal, siendo éste el caso del camello, con nada menos que diez imágenes, una de ellas copia del grabado de Collaert, y en la que el camello sigue teniendo la cabeza de un caballo.
Extractado de Daniel Margocsy, "The Camel´s head. Representing unseen animals in sixteenth century Europe", Netherlands Yearbook of Art History, 61, 2011. Ilustraciones: grabado Asia de Collaert y un camello incluido en la Historia naturalis de quadrupedibus de Jonston.