Obelix es el caso arquetípico de un personaje concebido para jugar un papel secundario pero que con el tiempo va ocupando un papel cada vez más importante, haciendo incluso sombra al protagonista. Es innegable que en Les aventures d´Asterix el verdadero héroe es él, el gran guerrero de trenzas rojas, como se autocalifica, comilón, obeso, susceptible, sentimental, a menudo ingenio pero siempre dotado de una fuerza prodigiosa desde que de niño se cayera accidentalmente en la marmita donde el druida Panoramix preparaba la poción mágica. Las aventuras de Asterix hicieron su aparición de la mano de Goscinny y Uderzo en 1959 en forma de publicación semanal en la revista Pilote, y en 1962 aparecía el primer album, Astérix le Gaulois, al que le siguieron otros treinta y ocho, con varias decenas de millones de ejemplares vendidos y traducidos a sesenta idiomas. El éxito continuará después de la muerte de Goscinny en 1977, éxito que por otro lado es merecido, debido a su grafismo, sus numerosos gags visuales, los más numerosos aún juegos de palabras, y el cuidado de los escenarios. Su objetivo es divertir, pero se fundamenta en una sólida documentación histórica, lo que permite a los autores manejar con humor los anacronismos y las alusiones. Obelix tiene un compañero canino, Idefix, cuyo papel protagonista es muy lejano al de Milu, Snoopy o Rantanplan (Lucky Luke). Más insólitos son los jabalíes que Obelix caza en los bosques que constituyen el plato principal de los banquetes con los que siempre finalizan las aventuras. Obelix caza los jabalíes a pie, se los come de dos en dos o de cuatro en cuatro, está continuamente obsesionado con ellos, y más que Idefix son los jabalíes y su pantalón con rayas azules y blancas los que constituyen su principal atributo iconográfico. En todos ellos el lector tiene la alegría de encontrar lo que reconoce, porque tanto en el comic como en la vida cotidiana no es la novedad sino la costumbre la que nos proporciona las mayores alegrías.
Pero estos jabalíes tienen una dimensión histórica. A los romanos les gusta la carne, pero la comen menos que sus vecinos galos y germanos, que prefieren el cerdo, al que dedican una cocina muy refinada. Plinio el Viejo pretende que la carne de cerdo presenta cincuenta sabores distintos, en tanto que la de otros animales solamente tiene uno. Insiste sobre esta maravilla de la naturaleza, ya que del cerdo todo se come, todo está bueno, y precisa que sus contemporáneos prefieren los grandes ejemplares a los lechones, especialmente las cerdas y los verracos. La sensibilidad romana y galorromana siempre tuvo una especial ternura por la gula, tanto de los hombres como de los animales, y en este sentido Obelix está algo romanizado. En su tratado de agricultura, De re rustica, compilado sobre el 30 AC, Varrón nos aporta numerosas noticias sobre la cría de cerdos en Italia y la Galia, y nos habla también de la cerda legendaria de Eneas, que dio a luz treinta lechones, y cuya cabeza fue erigida en bronce. Plinio el Viejo en su Historia Natural muestra menos admiración, aunque nos dice que el cerdo es un animal bastante inteligente. Apoyándose en tradiciones romanas, galas y orientales, señala que muchas cerdas devoran a sus hijos, que el cerdo es un animal frágil, especialmente la garganta, que el cerdo destinado al sacrificio debe ser consumido lo más rápido posible porque se convierte en impuro muy rápidamente (cinco días, frente a siete el cordero y treinta la ternera), que vive de quince a veinte años pero que si pierde un ojo muere rápidamente. Plinio habla igualmente de los jabalíes, que en la India tienen dos cuernos igual que las vacas, precisando que es muy fácil cruzar cerdos y jabalíes.
Más aún que los cerdos, los jabalíes son animales amados y respetados por los romanos, se señala su fuerza y su coraje, y su caza es uno de los deportes favoritos de la aristocracia. Ya señalado en Homero, este tema es recurrente en la literatura clásica, y se valora porque es peligrosa (la del ciervo, por el contrario, no tiene interés), practicada a pie y que requiere a numerosos participantes para acorralar al animal, al que se le mata simplemente con una lanza. Animal emblemático (muchas familias romanas llevan un nombre o un escudo evocando el jabalí) y figura mitológica, es un regalo de los dioses, y la pieza maestra de la gastronomía romana, que alcanza su apogeo a inicios de la época imperial. Los cerdos y jabalíes más apreciados son los importados de la Galia, reserva inagotable de estos animales. Los bosques de esta región impresionaron fuertemente a los romanos, siendo más impenetrables que los de Germania, y criaban un abundante ganado que vagabundeaba en libertad y que era una de las grandes riquezas de la región, siendo exportada una parte a Italia y España. Las salazones galas eran consumidas en todo el imperio, y Ovidio, exiliado en el mar Negro, nos cuenta cómo la charcutería venida de la Galia le recuerda al Occidente. Esta riqueza económica tiene también su dimensión religiosa, ya que el cerdo salvaje es el animal más valorado dela mitología céltica. Atributo del dios Esus, ancestro de todos los dioses, representa la fuerza espiritual, la energía creadora, la virtud viril y el juego real por excelencia. En la mitología, muchos reyes y príncipes galos persiguen sin fin a un jabalí blanco, que les lleva al otro mundo. Es una caza mágica que pone en escena a animales gigantescos y guerreros feroces que, como Obelix, son invencibles.
Extractado de Michel Pastoureau, Les animaux célèbres, París, Arléa, 2008, pp. 303-311. Ilustración: cazadel jabalí, mosaico del Museo Arqueológico de Mérida, siglo IV.
Nota. Hace mucho, mucho tiempo, el mundo se dividía entre los tintinófilos y los asterixófilos. Sería un digno tema de estudio.