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LOS SISTEMAS DE CLASIFICACION SON RELATIVOS. Arturo Morgado García

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Hace unos cuantos días glosábamos un trabajo de Londa Schiebinger en el que comentaba la tardía adopción del término "mamíferos" por parte de los naturalistas. Ello nos remite a la idea de que los sistemas de clasificación no son algo que encontremos en la naturaleza en estado puro, antes al contrario, son construcciones culturales que, como tales, cambian con el tiempo. Tal como atinadamente señalara Michel Pastoureau en su precioso libro El oso. Historia de un rey destronado (2007, pp. 23-24), "las nociones de género, familia, especie y subespecie son en gran medida culturales...las clasificaciones y los discursos sobre los animales que proponen las sociedades del pasado son siempre auténticos documentos históricos, con frecuencia de un gran interés, deben situarse en su contexto e interpretarse a la luz de los conocimientos de su tiempo, no a la luz de los conocimientos actuales. Y la historia natural es una forma particular de historia cultural". Ya Keith Thomas en Man and Natural World (1984,pp. 53ss.) había puesto de relieve la variedad de sistemas clasificatorios zoológicos existentes a lo largo del tiempo, primando en la Modernidad el que primaba como criterio el habitat de las distintas especies, dividiéndose así los animales en acuáticos, terrestres y volátiles, siendo éstos los más nobles ya que, al vivir en el cielo, estaban más cercanos a la divinidad. Por el contrario, los que se arrastraban por el suelo, los reptilia, eran los más inmundos, y, de hecho, es muy frecuente que sobre ellos pesen tabúes alimenticios.

Esto lo ha expresado de una manera especialmente hilarante el escritor argentino Jorge Luis Borges, al que se refiere Foucault en Las palabras y las cosas (ed. francesa 1966). En su obra El idioma analítico de John Wilkins, Borges mostraba cómo "Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas".

Y esta relaividad  la podríamos aplicar a casi todo, comenzando por la división entre ciencias y letras acuñada en el siglo XVIII y que algunos por aquel entonces no terminaban de comprender, señalando la publicación periódica Variedades de Ciencias, Literaturas y Artes (1803) “En una época en que todas las naciones cultas de la Europa se dedican con el mayor ardor al adelantamiento de los conocimientos útiles, y que en España la aplicación de los hombres estudiosos se ha vuelto generalmente hacia las ciencias naturales, y ramos importantes de la literatura, un periódico como el que presentamos al publico debe ser extremamente útil....para llenar estos fines hemos creído que no bastaba emplearlas exclusivamente en un ramo determinado de Ciencias o Literatura. Se sabe generalmente que todos los conocimientos humanos son ramas de un mismo árbol, nacidas de un mismo origen, y unidas entre sí por un tronco común, que se fortifican y enriquecen los unos con los otros, y que si las ciencias dan gravedad y solidez a las letras y a las artes las letras a su vez amenizan la austeridad de las ciencias, y las hacen mas comunicables”. La conclusión a la que podríamos llegar es evidente: la realidad es única, es el ser humano el que la parcela, y el que designa a especialistas para cada parcela de conocimiento, especialistas que parecen aumentar su nivel de dignidad intelectual con el empleo de un lenguaje críptico y oscuro, de tal modo que su saber parezca un arcano asequible tan sólo a los iniciados. 

Ilustración: retrato de John Wilkins (1614-1672), obispo y naturalista inglés, que analizó la posibilidad de construir un lenguaje mundial artificial, lo que él llamaba lengua filosófica. De éste y de otros empeños ha dado cumplida cuenta Umberto Eco en su libro La búsqueda de la lengua perfecta (ed.esp. 1994).

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