A mediados del siglo XVIII la región del río Orinoco, hasta entonces territorio olvidado de la Corona Española, pasó a estar en el centro de las miradas europeas. El afán de redescubrir esta frontera produjo un auténtico interés cientifista que inició con su descripción por parte de los jesuitas misioneros y que concluyó a comienzos del siglo XIX con los cuatro años del viaje de Humboldt y Bonpland a América.
Aunque otras comunidades religiosas habitaron el Orinoco y escribieron sobre éste, quienes lo hicieron visible y público fueron los jesuitas. La Compañía se sustentó en profundos estatutos escolásticos que forjaron una intelectualidad, una erudición y un conocimiento del mundo particulares. Fue una empresa global, que organizó su expansión a través de un orden de la escritura, el cual mediante informes, cartas annuas, relaciones, ensayos e historias, tejieron una red de conocimiento en la que el mundo se concebía como una unidad por afianzar en la fe. Su pensamiento y su escritura se sustentaron en un conocimiento teológico y filosófico, así como un conocimiento práctico de la astronomía y la lingüística, implementado en los sistemas educativos de la Ratio Studiorum. En ello, la retórica, como sistema de oralidad, de escritura pero también como sistema de entendimiento, contribuyó a definir su pensamiento y su visión del mundo. Los jesuitas encontraron en la cultura del impreso un apoyo que les sirvió de estrategia para garantizar la unidad tanto ideológica como estética. El texto impreso no fue sólo una cuestión de referencia sino también parte de su estructura ideológica; si la escritura trazaba la estructura de la Compañía, el impreso garantizaba su difusión. Los grabados que acompañaron dichos textos eran más que un elemento decorativo, eran los encargados de organizar la retórica de lo visual en el texto e identidad jesuita. La relación entre grabado y saber fue básica para el pensamiento científico de la modernidad. Y a lo largo de los siglos XVI y XVII los jesuitas estuvieron a la vanguardia de dicho conocimiento. Sin embargo, para mediados del siglo XVIII el saber jesuita entró en desprestigio. Críticos acérrimos de la comunidad como Voltaire, Diderot, Cornelius de Pauw, los jansenistas, los francmasones, y los científicos de las academias de Londres y París, fueron duros opositores de todo el saber proveniente de los jesuitas, a pesar de que sus textos se surtieron de sus relatos para referirse del mundo inaccesible de otra manera que no fuera gracias a sus viajeros, sus misionerosy la difusión de sus textos.
En 1741 el jesuita Joseph Gumilla, tras décadas en la actividad misionera publicó un libro titulado "Historia natural, civil y geográfica de las naciones que habitan en la rivera del Orinoco", texto en el cual pretendió dar a conocer ante la corona española, ante los misioneros y también ante una comunidad científica, ese espacio desconocido para todos que era la región orinoquense. El libro tuvo una amplia recepción, sobre todo por parte de la comunidad científica, que no dio tregua alrededor de las críticas y comentarios, como Cornelius de Pauw que veía en el libro de Gumilla un texto "un poco profano en la boca de un misionero”. Lejos de alejarse de la respuesta científica, Gumilla se acercó a esta comunidad con una segunda edición, a cuatro años de la primera, ampliada, más descriptiva en lo que refiere a los términos "científicos", y con un título completamente sugestivo: El Orinoco ilustrado y defendido. El texto de Gumilla se leía, se debatía, se traducía y presentaba a Europa un relato de América totalmente inédito, a pesar de que su escritura conservó el estigma del texto misionero y religioso.
Los grabados de Gumilla fueron realizados por Mateo González. Si bien ya los jesuitas habían impreso relatos del Orinoco como parte de sus "historias del Nuevo Reyno de Granada", esta era la primera ocasión en que se imprimía un libro que tenía como eje central el Orinoco, y además era la primera historia de la región que se acompañaba de manera visual. Veremos un ejemplo en la imagen titulada: "Los médicos llamados piaches". Se trata de una descripción en la que se explican los usos paganos de los indios aruacas en el tema de la medicina, y la manera cómo se realizan los cuidados. Se ve el uso de las maracas y los ritmos como parte de la sanación. Dos de los médicos expulsan viento y fuego de la boca sobre el pecho de la india doliente. En la esquina inferior a la izquierda hay un indio que consume Yopo, aspirándolo por la nariz. Esta sustancia, un polvo extraído y procesado de un árbol de curuba, según refiere Gumilla, "Hace creer a los indios que habla con el demonio”. La narración visual se articula directamente con el texto de manera fluida. En el caso de los textos impresos religiosos los grabados cumplían la función de "estampa" como imagen de devoción. Pero en esta ocasión, la imagen debía proveer la representación de un espacio. En el caso del yopo, como en el uso y la actividad de los instrumentos musicales, hay un interés específico por entender el objeto descrito en su práctica. Es imposible conocer de forma detallada la relación de Gumilla con el inventor y el grabador de sus imágenes, pero lo que sí se puede precisar es la relación minuciosa de la imagen con las descripciones. A la par de esta descripción narrativa, iniciaba el comentario científico, que pasaba de ser enunciación para convertirse en transporte, traslado, conocimiento visual del Orinoco. En la visualidad jesuita del Orinoco, aunque sea parte de la descripción científica, se expresa sin embargo una emocionalidad de lo barroco. En la segunda mitad del siglo XVIII la ciencia comenzó a configurar los sistemas objetivos a partir de sus representaciones, las cuales permitían producir estándares cuantificables y verificables. En esta lógica la imagen del Orinoco debía surtir un dato, pera en la lógica barroca además debía hacerlo expresivo. Se trataba de un problema estético. Por eso en la imagen de los Piaches, al médico que se encuentra atrás soplando hacia las nubes, no bastó representarlo sólo en la actitud, sino que su soplo se integró a las nubes oscuras, sustentando el discurso mítico de su conversación con el demonio.
En 1780 Philipo Salvatore Gilij publicó el Saggio di Storia Americana. El punto de origen de esta denominación es el rumoroso texto de Locke de 1690: An Essay concerning human understanding. Y aunque el saggio de Gilij mencionaba a América, su descripción se concentró exclusivamente en el Orinoco.Apoyado en la labor de Gumilla, de quien recibió órdenes en su labor misionera y a quien también le dedicó este trabajo, el libro de Gilij tuvo una intención declaradamente científica. En 1767 la Compañía de Jesús fue expulsada del territorio americano, Gilij se encontraba en Roma, y como otros jesuitas tras el destierro, quizo reivindicar lo local y la exploración en el detalle de América como conocimiento. En la defensa de lo particular, Gilij se autorizaba en este ensayo como un "científico de la experiencia".
Aunque muchas de las imágenes de la obra de Gilij fueron inspiradas en los grabados de la obra de Gumilla, su observación era diferente. Técnicamente, la imagen estuvo mucho mejor elaborada y los grabados son mucho más grandes, detallados y precisos. Las descripciones de la población, las actividades o las plantas, continuaban la tradición de los libros de inventarios que indicaban, a través de una nomenclatura, el lugar de lo visto en el grabado en la descripción textual. La imagen y el texto se articulan como un gabinete de curiosidades como garantía de verdad; su descripción comenzaba a ser más detallada. En el caso de "Armi degli indiani", sorprenden las formas neoclásicas que adquieren los indios. En posturas heróicas de batalla, los indios armados de lanzas, masas, tambores y arcos adoptan una forma casi mitológica, pues están defendiendo a la luna, violentada por su amante en una noche de eclipse. La narración misma describe con maravilla, a través de recursos como las hipérboles, las acciones que hacen todos procurando defenderla: "los Guajanies creyendo a la luna sin comida, y para que no tenga hambre, se disponen a hacerle de comer en donde viven. Las mujeres Otomacas se colocan brazaletes para invitarla a descansar, produciendo mientras tanto infinitas lágrimas para apaciguarla. Lo mismo hacen los salivas llorando intensamente, y quizás todos los otros". Más que una especie de instante "fotográfico", la imagen grabada actúa como es un inventario de prácticas, usos, herramientas y costumbres, por eso vincula las prácticas de diversas comunidades indígenas en un solo plano, pues antes que representar la realidad, producir un paisaje humano, lo que se procura es exhibir una clasificación. Como las planchas de la "Encyclopèdie" de Diderot, o como cualquier grabado de un texto científico del siglo XVIII.
Aunque muchas de las imágenes de la obra de Gilij fueron inspiradas en los grabados de la obra de Gumilla, su observación era diferente. Técnicamente, la imagen estuvo mucho mejor elaborada y los grabados son mucho más grandes, detallados y precisos. Las descripciones de la población, las actividades o las plantas, continuaban la tradición de los libros de inventarios que indicaban, a través de una nomenclatura, el lugar de lo visto en el grabado en la descripción textual. La imagen y el texto se articulan como un gabinete de curiosidades como garantía de verdad; su descripción comenzaba a ser más detallada. En el caso de "Armi degli indiani", sorprenden las formas neoclásicas que adquieren los indios. En posturas heróicas de batalla, los indios armados de lanzas, masas, tambores y arcos adoptan una forma casi mitológica, pues están defendiendo a la luna, violentada por su amante en una noche de eclipse. La narración misma describe con maravilla, a través de recursos como las hipérboles, las acciones que hacen todos procurando defenderla: "los Guajanies creyendo a la luna sin comida, y para que no tenga hambre, se disponen a hacerle de comer en donde viven. Las mujeres Otomacas se colocan brazaletes para invitarla a descansar, produciendo mientras tanto infinitas lágrimas para apaciguarla. Lo mismo hacen los salivas llorando intensamente, y quizás todos los otros". Más que una especie de instante "fotográfico", la imagen grabada actúa como es un inventario de prácticas, usos, herramientas y costumbres, por eso vincula las prácticas de diversas comunidades indígenas en un solo plano, pues antes que representar la realidad, producir un paisaje humano, lo que se procura es exhibir una clasificación. Como las planchas de la "Encyclopèdie" de Diderot, o como cualquier grabado de un texto científico del siglo XVIII.
La difusión del libro de Gilij en el siglo XVIII, en comparación del de Gumilla, fue bastante discreta. Para los años setenta su libro nunca fue traducido, no vio una segunda edición, y sus imágenes no tuvieron la difusión que tuvieron las de Gumilla. Si era una imagen científica ¿porqué se anulaba? pensando en la objetividad de la mirada, como lo plantean Martin Jay y Lorraine Daston, estamos hablando de un cambio en el siglo XVII de un régimen de la mirada, en la que la representación visual como dato científico, como una estandarización, procuró estructuras objetivas del conocimiento en la que se rechazaba, cada vez más, el pensamiento escolástico jesuita.
Extractado de Carlos Rojas Cocoma: "El Orinoco y la ciencia emocional en las imágenes del siglo XVIII". VIII Encuentro Internacional del Barroco, Arica, Chile, 2013.