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NURIA VALVERDE PEREZ: ACTOS DE PRECISION (y VII). Arturo Morgado García

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A principios de los años cincuenta comenzaron a llegar a Madrid los instrumentos destinados a la formación y renovación del Observatorio instalado en el Colegio Imperial, lo que formaba parte de un proyecto que incluía una Academia y un Museo de Matemáticas que tenían que abrirse en las mismas dependencias del colegio de los Jesuitas. Pero rentabilizar políticamente la adquisición de material técnico y la inversión en la formación de especialistas no era tarea fácil, y solamente a fines de siglo la ciencia española dispondría de espacios de acumulación y de resonancia de la retórica de la producción científica, como el Real Gabinete de Historia Natural (1771), a través de los cuales establecer una relación directa con el público. El destino de todo este instrumental eran los observatorios de Cádiz y Madrid (1750), la expedición de límites y las instituciones dedicadas al proyecto de levantar el mapa de España.

Desde principios de los sesenta se aprecia el interés de una élite en crear vías de comunicación con la población que contribuyan a la consolidación de una determinada cultura científica, y un interés comercial comienza a mover los hilos dela divulgación. Es a partir de entonces cuando se deja sentir la preocupación de los gobernantes por establecerlos modos más satisfactorios de canalizar la información, entendiendo que ello llevaba implícito un reconocimiento de la autoridad. La reflexión sobre la utilidad y la eficiencia es lo que principalmente marca el camino hacia la necesidad de hacer convergentes el conocimiento y la opinión de los distintos estratos implicados en el orden social. Pero se toma conciencia de que la acumulación de objetos y máquinas supone una amenaza para el universo simbólico tradicional, y la sensibilidad de estaba modificando, como prueba el hecho de que los gabinetes de máquinas y de antigüedades se pusieran de moda entre las clases acomodadas. La Iglesia manifestaría su inquietud protestando por la supuesta confusión que en el ánimo del creyente éstos podían producir.

Publicaciones como el Mercurio literario contribuyeron a promover la conciencia de que los temas relacionados con la filosofía natural, los experimentos y los logros técnicos tenían un amplio público que exigía un nuevo formato informativo., Se reconocía la necesidad de responder a una demanda y se establecía la distinción entre la erudición y la curiosidad, pudiendo observarse el inicio de la apertura de la brecha entre el conocimiento científico y la emergencia del periodismo como una esfera de mediación en la opinión pública. El aspecto más lúdico de la física experimental se mantendrá a lo largo de todo el siglo XVIII en los librillos destinados a los juegos sociales, como las Recreaciones del arte y de la naturaleza (1791), que se atreve a unir las actitudes ante la física y la historia natural de un petimetre, un sabio físico y un labrador.

La producción periodística popular de la década de los sesenta se había caracterizado por su sesgo lúdico, por la brevedad de la presentación, la eliminación de las disquisiciones filosóficas y la variedad de las informaciones. A finales de siglo la divulgación recoge estos  elementos para integrarlos en un nuevo estilo, el del diccionario misceláneo, como el Diccionario feyjoniano (1802) de Marqués y Espejo. La ordenación alfabética permitía al lector encontrar la información con facilidad, a la vez que limitaba la extensión del texto, lo que evitaba disquisiciones farragosas y hacía más fácil de entender y memorizar los contenidos. El volumen de información en circulación era demasiado amplio para ser expuesto, por lo que transmitir se convertía obligatoriamente en resumir. 

La República de las Letras adquiere el aspecto de una comunidad de aficionados, con muchas posibilidades de consolidar su autoridad en función de su presencia en la esfera de la opinión pública. Cuando los expertos quieran reivindicar su intervención hegemónica en el proceso de discriminación entre lo falso y lo verdadero, se van a encontrar con muchas resistencias. En 1788 Gilleman presentaba a la Real Academia de la Historia una memoria sobre los usos del barómetro, deseando demostrar que no todos estaban en condiciones de realizar estos experimentos, lo que suponía una acusación al redactor del Diario curioso, erudito, económico y comercial, Pedro Alonso de Salanova, con quien había mantenido una fuerte disputa sobre los cálculos astronómicos publicados en el periódico....

El mantenimiento de redes de producción de datos diferenciadas, una informal y abierta a un amplio número de participantes, y otra selectiva y jerarquizada, alcanza su techo en 1788. Tres factores contribuyeron a ello, el reconocimiento de los errores de cálculo y malfuncionamiento instrumental (que se había convertido en uno de los rasgos diferenciales del experto), la convicción de que las propias redes de expertos podían experimentar un fortalecimiento si eran capaces de canalizar la participación de los aficionados, y la conciencia de que la dimensión política de su actividad obligaba a generar mecanismos de visibilidad social. La idea de rentabilizar el saber se sostenía sobre el presupuesto de que sólo una disciplina, esto es, un adiestramiento físico rígidamente tutelado, que excluya posibles intromisiones de otros saberes y actitudes, asegura la canalización de la información. Pero la imposición de la autoridad estuvo también acompañada de la admiración por los artefactos, la belleza de las láminas y la puesta en escena, ya que todo ello persuadía de que para alcanzar un resultado satisfactorio era necesario admitir que había una cadena sólida, sostenida por una moral peculiar, que no se debía romper. 

Extractado de Nuria Valverde, Actos de precisión, pp. 185-304, y 319-321.

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