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NEIL SAFIER: LAS TRANSFORMACIONES DE LA ZONA TORRIDA (2011). Arturo Morgado García

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Las entradas escritas por el caballero de Jaucourt en la Enciclopedia sobre el modelo zonal del globo terrestre se interesan prioritariamente por las características naturales de las regiones del mundo. Modernizando una teoría heredada de la Antigüedad, describe las zonas de la tierra como bandas climáticas de temperatura variable, decreciendo en proporción matemática del Ecuador a los polos. Otros autores del siglo XVIII se interesan por los efectos del clima sobre los hombres, como Montesquieu, Buffon y Hume. Jaoucourt enriquece la representación textual de la zona tórrida extrayendo una serie de motivos del poema Les saisons de James Thomson (escrito en inglés en 1748 y traducido al francés en 1759), que hace alusión a un clima maravilloso del que un ardiente sol, incandescente e implacable, es el protagonista. Pocos años después, una comisión geográfica portuguesa dirigida por José Fernandes Pinto comisionada para establecer los límites con las colonias españolas, describe las cataratas de Iguazú calificando en lugar de vasto anfiteatro de aguas cristalinas, contrastando estos epítetos con el estilo literario prosaico y austero que emplea en su relato.

Estas representaciones teatrales de la naturaleza nos muestran que el discurso sobre el paisaje y la geografía deben mucho a las formas narrativas que se emplean. Nos revelan a su manera que en el siglo XVIII la descripción del clima y de la geografía no se limita a debates filosóficos abstractos sobre la temperatura y las costumbres de las poblaciones autóctonas, por el contrario, oscila desde el esfuerzo para abordar vastos cuadros conceptuales a través de las matemáticas y aproximaciones más pragmáticas de la naturaleza que evolucionan en función de las circunstancias editoriales y se manifiestan a través de una larga gama de textos manuscritos e impresos. Los viajeros eran a la vez lectores y productores de estos textos, y los relatos que ellos nos dejaron, incorporados con posterioridad a los manuales de historia natural y las enciclopedias, jugaron un papel capital para la comprensión de la diversidad de los climas y culturas a través del globo.

Los historiadores del medio ambiente que se han interesado en los trópicos han subestimado la importancia de los géneros literarios por medio de los cuales los autores del siglo XVIII han abordado la naturaleza, y la forma en que sus textos han participado en la transformación de la representación de las regiones ecuatoriales. La literatura reciente ha ignorado la diversidad de registros narrativos por medio de los cuales las concepciones sobre la naturaleza han sido transmitidas, codificadas e inventariadas al mismo tiempo que los especímenes materiales. Se considera generalmente que no es hasta el siglo XIX que se ve aparecer un interés concertado de los europeos por las regiones tropicales. Y los especialistas en historia medioambiental no han tenido en cuenta un elemento importante, las prácticas de escritura que acompañan las observaciones sobre la naturaleza y en la naturaleza.

Esta relación con el mundo natural fue el fruto de las técnicas de inscripción y de registro del siglo XVIII, técnicas de recolección, de medida y de edición de la información que han contribuido a cambiar la manera de percibir y de rendir cuentas del mundo natural, tanto en la zona tórrida como en las demás. El transporte de especímenes se vio facilitado por contenedores materiales y prácticas de preparación de las distintas especies para el viaje, especialmente la construcción de cajas y la preparación de herbarios. A fin de incorporar los nuevos materiales en el catálogo europeo, era necesario observarlos en circunstancias controladas y confrontar las especies similares en el seno de una misma colección. Como escribe el naturalista italiano Domenico Vandelli en sus instrucciones a los viajeros portugueses a fines de siglo, "el filósofo que viaja a Brasil no lo hace solamente por el deseo de aprende a conocer los vegetales y animales del país, debe igualmente procurarse una reproducción de estos objetos dibujándolos o enviando sus pieles". Pero además de dibujos y pieles, se exigen también procesos verbales escritos destinados a rendir cuentas de las circunstancias y del contexto en los cuales aparecen tal especimen o tal característica geográfica. Estos inventarios han facilitado la circulación de las ideas sobre la naturaleza entre las regiones ecuatoriales sudamericanas y Europa.

La metamorfosis de la zona tórrida, de un lugar concebido como un desierto inhóspito a una región caracterizada por condiciones climáticas y producciones naturales variadas, se realiza a través de un largo conjunto de empresas editoriales, listas y catálogos, realizados a la vez por viajeros y naturalistas. Bertrand Daugeron (Collections naturalistes entre science et empires 1763-1804, París, 2009) afirma que clasificar la naturaleza pasa por los objetos pero se refleja en los libros, y estas dos etapas (adquisición y clasificación de objetos, y expresión de este orden en los libros) deben ser consideradas conjuntamente para comprender cómo los distintos medios han sido descritos e interpretados en esta época.

Las primeras teorías relativas a las zonas climáticas se remontan a la Antigüedad clásica, y hablaban de dos zonas frías, dos templadas y una cálida. Las zonas extremas eran consideradas como inhabitables. Pero esta idea fue progresivamente cuestionada: el Inca Garcilaso escribía que él había nacido en la zona tórrida, y que era tan habitable como la templada. La interpretación que éste realizara de la cultura incaica contribuyó a transformar la percepción europea de la zona tórrida, y proporciona a sus lectores un diseño de "archipiélago vertical" constituido de un conjunto de islotes ecológicos situados a distintos niveles de altitud, dotados de características climáticas diferentes, pero relacionados entre sí. Muestra que las sociedades precolombinas han sido capaces de adaptarse a las condiciones climáticas particulares de la región, haciendo gala de flexibilidad y de ingenio y poniendo los condicionantes ecológicos al servicio de la comunidad. Pero Garcilaso atribuye a los españoles el mérito de haber producido efectos benéficos en la región por medio de la introducción de nuevas especies, que han comenzado a transformar el paisaje y la percepción de los trópicos andinos, convertidos en un entorno en el que las producciones naturales no tropicales pueden prosperar. La noción de diversidad de la zona tórrida no está ligada solamente a la habitabilidad de los Andes, sino también a la llegada de especies europeas que han conseguido crecer y prosperar en un entorno donde supuestamente reina un calor insoportable.

Pero no es hasta el siglo XVIII cuando el interés por transferir las especies llega a un maximum, acompañado de un afán enciclopédico por repertoriar las especies no europeas, un conjunto organizado de instrucciones destinadas a los viajeros que guían las misiones naturalistas en las que la busca de productos exóticos y la aparición de nuevas técnicas permiten aclimatar estos productos en Europa. Un grupo de naturalistas en el Jardin du Roi inspirado por las obras de Garcilaso intenta reproducir en la Francia del XVIII lo que España había conseguido con tanto éxito en el Nuevo Mundo. Cuando llegan los especímenes de la expedición de Godin y La Condamine, en lugar de incluirlos en uno de los catálogos ordinarios del gabinete, se les inserta en una nueva traducción de la obra de Garcilaso (1744), como formando parte de la descripción de esta civilización. Esta nueva traducción se convierte en un escaparate de la historia natural del siglo XVIII, incluyendo unas adiciones sobre la Historia natural del país ausente de las ediciones francesas anteriores.

La transferencia de los especímenes de su habitat natural hasta Europa tiene también una dimensión moral, ya que los naturalistas del Viejo Mundo pretenden utilizar mejor el saber sobre las producciones naturales americanas que sus habitantes indios o mestizos. Este contraste entre los modos de conocimiento europeo e indígena responde a lo que Philip ha denominado el establecimiento de fronteras entre la verdad científica y la ignorancia no científica. Los editores de la traducción de 1744 señalan que Perú es un país donde las ciencias no han penetrado todavía, y los editores franceses han calificado sus propios comentarios textuales sobre las plantas peruanas como un progreso, y que el Gabinete de Historia Natural debe ser considerado como una cita universal de todas las producciones de la naturaleza. Esta concepción peyorativa del conocimiento peruano se extiende también a sus vecinos ibéricos, acusados de indiferentes al progreso de las ciencias, prefiriendo amasar las riquezas del Potosí más que instruirse en el saber natural de los indios. La conjunción de invernaderos parisinos renovados, de especímenes peruanos importados, y de los esfuerzos por corregir y condensar los textos históricos (la traducción de 1744 elimina la parte dedicada a la cosmología, que incluía el tratamiento de la zona tórrida) ha transformado la imagen de las planicies sudamericanas, no consideradas ya como una región inhabitable, sino percibidas como un paisaje próspero que tenía lecciones que ofrecer a los habitantes del Viejo Mundo.

Una innovación técnica  del siglo XVIII permitió intervenir en el debate sobre la zona tórrida, el termómetro. Antonio de Ulloa llevó uno en la expedición y se dedicó a tomar medidas de temperatura a fin de justificar sus reflexiones sobre la región. Ulloa pensaba que debido a las altas temperaturas,las especies son más prolíficas y los árboles más hermosos, retomando el topos clásico del paraíso fértil y abundante. Ulloa transforma la zona tórrida de un territorio lleno de extremos en una región con unas condiciones climáticas particularmente agradables. El termómetro de Reaumur empleado por Ulloa le permitió adquirir una reputación en Europa de observador infalible y reafirmó la idea de que los habitantes de la zona tórrida eran perezosos e inferiores. Ulloa realiza la fusión entre temperatura y comportamiento empleando el término temperamento: así, el temperamento de Cartagena de Indias es extremadamente cálido, y lo asocia con la debilidad natural de sus habitantes. La expresión de zona tórrida lo mismo significa abundancia, fecundidad y variabilidad climática que el carácter degradado de sus habitantes. Ulloa pensaba que si los comportamientos humanos responden al temperamento de un lugar dado, esto significa que los individuos adquieren el carácter de los lugares donde han nacido o han sido transplantados. Pero la zona tórrida también es susceptible de engendrar un carácter equilibrado, en la medida en que os extremos de las zonas glaciales y templada las convertían en lugares donde era difícil mantener un temperamento neutro. Aquí, Ulloa retoma un argumento de Garcilaso y de León Pinelo a propósito de la naturaleza paradisíaca del Perú, el hecho de considerar las regiones situadas fuera de la zona tórrida como climática y culturalmente inferiores a las de los trópicos. La estabilidad de las temperaturas de la zona ecuatorial es una ventaja para quienes allí viven. Su conclusión es ambivalente: la zona tórrida era potencialmente un lugar peligroso que favorecía una naturaleza letárgica, pero también podía ser una región de quietud climática. Todo dependía de la capacidad del carácter del individuo de sobrellevar las temperaturas.

Pero Ulloa fue contestado. En un manuscrito anónimo ("Juicio imparcial sobre los indios de Quito") se considera que es absurdo servirse de los resultados de un termómetro para medir la pereza de los indios. La Condamine en lugar de ver en la temperatura local la llave de los comportamientos y las costumbres, señala también la variedad de los alimentos, y el escaso comercio. Como consecuencia de estos factores, La Condamine señala que la insensibilidad es la base del carácter de los amerindios, y que su comportamiento puede ser descrito como glotón, pusilánime y perezoso. Autores más tardíos como Buffon, Rousseau y De Pauw retoman sus textos como elementos de trabajo para construir un análisis medioambiental de la cultura sudamericana ecuatorial. Su tendencia a fusionar los comportamientos de las poblaciones de las altiplanicies andinas con las de la cuenca del Amazonas sin tener en cuenta las variaciones locales corresponde a la idea de que la zona tórrida predispone a sus habitantes a comportarse de una manera particular.

Aunque La Condamine habla en general de los amerindios en términos peyorativos, cambia de tono cuando describe la riqueza de las especies naturales de las regiones fluviales. Así, nos muestra que nada iguala la belleza de las plumas del colibrí, que se encuentra en América en toda la zona tórrida. El reconocimiento de la riqueza natural de la selva amazónica se opone a las consideraciones negativas sobre sus pobladores, descritos como individuos que pasan toda su vida sin pensar, y que viven sin salir de la infancia, de la que conservan todos los defectos. Pero no se puede aprender a conocer las virtudes útiles de un conjunto de remedios botánicos susceptibles de ser utilizados por los europeos más que consultando a los expertos locales, para lo que La Condamine no tenía ni tiempo ni capacidad linguística. Enumera la quinina, el guayaco, el cacao y la vainilla, pero no tiene más que ofrecer a sus lectores que estos nombres.

Como los viajeros del siglo XVIII eran incapaces de ofrecer algo que no fuera una corta noticia sobre un objeto dado, ellos ha menudo recurren a listas o catálogos que les ayuden a ordenar y clasificar los materiales que habían visto.La colección se convierte en la clasificación que legitima todo un programa de inventario enciclopédico de la naturaleza. El inventario, a menudo groseramente ordenado, numerado o no, constituye una etapa del proceso intelectual por la cual los naturalistas y los philosophes realizan la transición de los materiales extraídos del terreno a los nuevos repertorios textuales. En el siglo XVIII se asiste a una aproximación cada vez más neta entre el enciclopedismo y la clasificación naturalista. Estas tentativas para ordenar los objetos naturales se relaciona con los esfuerzos realizados para situar estos objetos en los amplios espacios arquitectónicos que suponen las enciclopedias. Daubenton, en su descripción del gabinete de Historia natural, habla de la necesidad continua de orden, clasificando los objetos por clases, géneros y especies en función de sus características y no de sus orígenes geográficos. A veces no se tenía una idea clara: el elefante del Gabinete de Madrid acabó en la sala botánica. Y los objetos llevados por La Condamine a Daubenton en 1747 señalan la dificultad de clasificarlos según un sistema estable: Daubenton cita el origen geográfico sin grandes precisiones, a causa de la dificultad de imponer un esquema organizativo a una región donde las fronteras no estaban claramente fijadas. Algunos objetos tienen la misma mención genérica: "des Indiens de l´Amazone". Y aunque La Condamine habla de a menudo de la forma en que los indígenas preparan toda clase de objetos, insiste en describirles como insensibles, glotones y estúpidos. Desde la adquisición de objetos en las riveras del Amazonas hasta la acumulación de curiosidades en el gabinete Real, La Condamine utiliza sus listas para trazar una línea entre el saber amerindio (a menudo poco accesible) y un repertorio natural universal producido en Europa, donde se acepta recibir estos dones sin saber casi nada de su procedencia.

Aunque el Amazonas podía parecer un nuevo mundo para La Condamine, ya había sido recorrido por los portugueses (Pedro de Teixeira 1637-1639, nombramiento de Francisco Xavier de Mendoça Furtado como gobernador de la capitanía de Maranhao en 1751, expedición de Francisco Xavier Ribeiro de Sampaio, 1774-1775). Sampaio, en su relato manuscrito sobre el viaje a través del Río Negro, reflexiona sobre el impacto del clima, citando al respecto a Buffon, que habla de los obstáculos al desarrollo que existen en el Nuevo Mundo. Pero cuando habla de la nación pariana, Sampaio describe con entusiasmo la prosperidad en la que viven y la forma en que sacan provecho de su entorno. Su testimonio permite atemperar las afirmaciones deterministas de Buffon y Montesquieu. Para describir las cualidades físicas del bosque y repertoriar las producciones naturales, elabora un catálogo, lo que le diferencia de textos elaborados como el de Garcilaso. Sampaio no tiene la intención de incluir informaciones de carácter científico, sino de ofrecer una información que reposa sobre los testimonios locales, obteniendo los nombres de animales, vegetales y minerales en la lengua indígena, y, si es posible, especificando para qué se utilizan. Utilizando el catálogo como técnica de registro, a fin de controlar textualmente la diversidad de los productos que desea presentar a la corona como recursos viables, Sampaio supera los cuadros de los formatos narrativos tradicionales. El catálogo intenta contener un mundo natural aparentemente infinito y organizarlo de manera armoniosa en las páginas de un sólo volumen organizado en capítulos. Este texto debe hacer prueba de coherencia y de autoridad, sin ser necesariamente completo.

Los trópicos sudamericanos fueron descritos en el siglo XVIII empleando numerosas técnicas narrativas. Las experiencias de los viajeros estaban condicionadas por las formas de saber adquiridas de manera empírica a través de las interacciones con los informantes indígenas, y estas experiencias fueron traspuestas en una nueva clase de repertorio textual, la lista o el catálogo. La descripción peyorativa de la zona tórrida permite presentar a os europeos como héroes intrépidos y empíricos que llevan con ellos el fuego sagrado de la evaluación instrumental y sus cuadros conceptuales preconcebidos a las latitudes exuberantes y fantasmagóricas de los trópicos americanos.

Extractado de Neil Safier, "Transformations de la zone torride. Les répertoires de la nature tropicale à l´ epoque des Lumières", Annales. Histoire sciences sociales, 1, 2011, pp. 143-172. Ilustraciones extraídas de Voyage historique de l'Amérique méridionale fait par ordre du Roi d'Espagne par Don George Juan... et par Don Antoine de Ulloa, París, 1752.

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