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NURIA VALVERDE PEREZ: ACTOS DE PRECISION (IV). Arturo Morgado García

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El uso dado a los instrumentos en el Seminario de Nobles representaba la cara más pública de la ciencia, pero el Observatorio del Colegio Imperial (1750) y la Casa de la Geografía (1752) no fueron objeto de espectáculo, aunque la corona se gastara 600.000 reales en dotarles de instrumentos científicos. Estas instituciones han sido muy olvidadas, sobre todo porque no obtuvieron logros concretos.

Lo cierto es que será la expedición científica la que marque el panorama cultural. La progresiva imposición de los instrumentos de precisión y la concepción de la expedición como instrumento de recabación de datos está asociada a la evolución de la autoridad de la Compañía, ya que el Tratado de límites con Portugal hacía necesario fijar la frontera de unos territorios que hasta el momento habían sido cartografiados por los jesuitas, sin criterios matemáticos en muchas ocasiones, pero con una gran riqueza de datos. De hecho, la capacidad de la orden para suministrar información de la geografía e historia natural de los rincones más remotos de la tierra era lo que en principio constituía la base de su incorporación al proyecto moderno de reorganización científica del mundo.

Pero la puesta en marcha de las expediciones de demarcación tiene lugar tras un largo proceso de cuestionamiento de la participación de los jesuitas en las redes de larga distancia. La falta de un modelo matemático y las incoherencias topográficas hacían que fuera difícil ensamblar los diferentes mapas jesuitas para producir una imagen general, y las insuficiencias de su historia natural ya habían sido señaladas por los académicos europeos. La nueva Repúlica de las Letras relaciona el discurso científico con la universalidad de los conocimientos, ideal sustentado sobre la base de la independencia de juicio, la sociabilidad y el cosmopolitismo, y este ideal emerge a la vez que las dinámicas imperiales. El imperio y la universalidad del conocimiento se vinculan a través de una compleja relación entre la construcción de redes, la creación de nuevos instrumentos y la fundamentación de la autoridad intelectual. El papel de los científicos extranjeros, físicamente distantes, era considerado central a la hora de juzgar imparcialmente el mérito de los trabajos de un colega. Pero pervivía la idea de un desigual desarrollo regional o nacional del conocimiento y la información que se daba se seleccionaba dependiendo de la religión del destinatario. El proceso de definción de la comunidad científica está lleno de exclusiones, y como comprobaron Jorge Juan y Antonio de Ulloa en Sudamérica, era difícil hacerse valer como científico cuando la procedencia y los contactos no le identificaban a uno de antemano como un posible miembro de la comunidad. La América española se convirtió en un lugar apropiado para la redefinición de la actividad científica. Durante el siglo XVII la escasa información que llega procede sobre todo de los misuoneros, pero a medida que Gran Bretaña se define como un imperio colonial, con un sentimiento nacionalista antiespañol y anticatólico, la necesidad de información sobre el continente americano se haca más acuciante. Si bien la Royal Society nunca se decantó hacia un anticatolicismo militante, los jesuitas estuvieron tácitamente excluidos de ella y de la Académie des sciences (aunque ésta en 1699 permitía que los religiosos fueran miembros honorarios o correspondantes).

Hacia 1640 los jesuitas ya habían consolidado el 90% de su propia red de comunicación, que permitía la circulación del conocimiento entre las periferias exóticas y los nodos europeos. Se especializaron en las distintas ramas del saber con la ifalidad de satosfacer las demandas de la distintas cortes europeas de producciones naturals y curiosas, para así lograr apoyo económico con el que llevar a cabo sus tareas ecuménicas. Aunque considerada irrelevante su participación en las redes científicas hasta hace muy poco, desde los estudios de Florence Hsia se ha cambiado de opinión. La comunidad internacional estimaba que la utilización de las redes jesuitas suponía un adelanto indiscutible para la realización de empresas científicas, y ello se ve muy bien en la astronomía, en la que la repetición y la acumulación comenzaban a jugar un papel primordial, creando la Compañía una red en filigrana con observadores en Pekín, Goa, Madrid, Río de Janeiro, Madrid, Heidelberg, Milán, Vilna y Viena.

En el campo de la botánica, la quina, utilizada como medicamento (aunque su difusión encontró resistencias debido a la falta de una posología correcta y a la falta de credibilidad de los jesuitas en Francia y el mundo protestante) se embarcaba desde los colegios jesuitas de Lima y Callao y llegaba a Sevilla, desde donde se enviaba a Roma, donde se ubicaba el centro de control de este medicamento. Los jesuitas tenían clara su utilidad, pero no fue así en el resto de Europa, hasta que los médicos de corte de Inglaterra y Francia, ajenos al fanatismo que se suponía a españoles y jesuitas, comenzaron a justificar su utilización. Los jesuitas controlaban todo el proceso productivo de la quina y no tenían problemas en identificar la planta, pero lo que ellos mostraban (los polvos utilizados como medicamento) no permitían su identificación pública en Europa, lo que les restaba credibilidad. Y esta falta de credibilidad afectaba al conjunto de la Compañía: Robert Boyle consideraba que ordenaban los datos de forma que fuesen congruentes con su dogma religioso, y la dispersión de sus intereses, estudios, escenarios y lenguajes les impedía que realizaran un trabajo de calidad. La diversidad obligaba a la superficialidad, y su tendencia al espectáculo y la maravilla sesgaba la información. Los jesuitas podían ser utilizados como agentes bien entrenados, pero la valoración de sus resultados debería realizarse en otra parte. Aunque no se dudaba de su competencia astronómica, sus microespacios como gabinetes, boticas o museos, comenzaron a ponerse en entredicho por su tendencia a la singularidad, y la carencia de continuidad en las labores de indagación. Sir Robert Moray, miembro de la Royal Society, diría de Kircher "es un mojón útil en filosofía y buena literatura. Trabajadores minuciosos terminarán lo que él meramente desbroza". Christopher Wren calificaría sus experimentos como "simples trucos y otras cosas para despertar la admiración".

Los jesuitas habían pasado de ser testigos del mundo a representantes de un particularismo insustancial y frívolo. Además de esto, en el primer tercio del siglo XVIII un nuevo factor vino a asociarse a la crítica de las colecciones naturales basadas en la maravilla, a saber, el deseo de laspequeñas naciones comenzaran a pensar en la posibilidad de transplantar plantas exóticas y de experimentar usos alternativos de las plantas locales. Esta idea, ejemplificada en Linneo, dio lugar a una potenciación de las redes de larga distancia que afrontaría dos cuestiones, la del tráfico de ejemplares botánicos vivos y la de crear una nomenclatura botánica universal. La utilidad económica de los trabajos científicos se asociaba a los intereses nacionales y los secretos de estado.

Extractado de Nuria Valverde Pérez, Actos de precisión, pp. 129-140. Ilustración: los jesuitas Mateo Ricci y Adam Schall en China monumentis (1667) de Kircher.

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