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LA BESTIA DE GEVAUDAN. Arturo Morgado García

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Las  historias de lobos mortíferos han sido frecuentes en toda Europa entre finales del siglo XVII y mediados del XIX. La de la Bestia de Gévaudan es la más conocida, pero ha sido precedida en Francia por historias de oras bestias, como la del bosque de Benais, en Turena, que entre 1693 y 1694 mató a setenta y dos personas, o  la de los montes  de Velay, que entre 1715 y 1718 devoró a otras veinte y una. De hecho, en los dos casos, se trata de varios animales, probablemente lobos rabiosos o perros errantes víctimas del mismo mal. Pero en el caso de Gevaudan, parece que se trata de un sólo animal, extraño si no monstruoso, y quizás dirigido por el hombre.

Es en el mes de junio de 1764 cuando la Bestia hizo acto de presencia por primera vez, cerca de Langogne, una mujer que cuidaba de un rebaño de vacas, fue atacada por un animal que parecía un lobo pero que no lo era. Ella se salvó gracias a sus vacas, que cornearon al animal, porque sus dos perros se quedaron petrificados. Algunos días más tarde, no lejos de allí, una joven pastora de catorce años fue encontrada muerta cerca de sus carneros, se atribuyó la muerte a un lobo, pero no se relacionó con el ataque anterior. Sin embargo, asombra que un lobo ataque a las personas y no al ganado. Pero a mediados del siglo XVIII los lobos son numerosos en Gevaudan (en el norte del actual depaetamento de la Lozère) y su comportamiento era a veces desconcertante. Se podía matar en un año a unos sesenta, y, al igual que en el resto del reino, se ofrecía una prima de seis libras por cada uno.

A finales del verano y a inicios del otoño el asunto adquiere una nueva dimensión, porque en tres meses el animal que ya es conocido por periódicos y gacetas como la "Bête" mata a doce personas e hiere a otras trece. Ha sido visto por varios testigos que pueden describirle, y que señalan que probablemente no sea un lobo. La Bestia es más grande, rayada sobre el dorso, dotada de un hocico negro y largo, y de una larga cola, rampa por la oscuridad, marcha lentamente pero con seguridad hacia sus víctimas con una increíble rapidez, es capaz de ponerse de pie como un oso apoyándose en sus partes posteriores, su gula es enorme, su olor infecto y parece atraída por la sangre, no sólo deguella y decapita a sus víctimas, sino que lame la sangre derramada por el suelo. Los ataques se suceden en los meses siguientes, y con ellos los detalles de las descripciones, hablándose de una pantera, una hiena, una leona, un tigre, un hombre lobo. Se habla de cascos e caballo, de escamas de tortuga, una crin de león, ojos de lince, una voz humana, se piensa que es una especie de hombre lobo, producto del acoplamiento de una mujer y de un lobo. El asunto adquiere una trascendencia nacional, y a finales de 1764 ya hay treinta víctimas. El obispo de Mende toma la pluma y escribe una pastoral leída por los curas el último domingo del año en el que se muestra que la bestia es un signo de la cólera divina, por lo que clérigos y fieles deben rezar, reformarse y llevar una vida virtuosa. Se ordena la celebración de procesiones, pero el 1 de enero de 1765 hay una nueva víctima. Durante 1765 los ataques se extienden por Auvergne, Vivarais y Rouergue, las primas por su captura aumentan, y dos caballeros normandos, los Denneval, que pasan por ser los mejores loberos del reino, llegan a la zona en febrero, y de todas las regiones de Francia llegan cazadores a ayudarles.  Muy seguros de sí mismos, los Denneval prefieren la ayuda de los campesinos. Consiguen matar un gran número de lobos, pero no a la Bestia, y el mes de marzo de 1765 es particularmente mortífero. El 21 de abril de 1765 se organiza una gigantesca batida con más de diez mil hombres implicados, pero todo en vano, y a finales de mayo se informa al rey de que hasta el momento ha habido 122 ataques, con 66 muertos y 40 heridos graves.

Esto es demasiado: Luis XV envía su portaarcabuz y teniente des chasses royales, François Antoine de Beauterne, al que le confiere plenos poderes. Su carácter metódico no impide que los ataques se sigan produciendo, en tanto en Inglaterra y Alemania circulan grabados con Luis XV y su ejército tenidos en jaque a causa de la Bestia. En Champagne, Périgord, y Bretaña cunde el miedo. El 21 de septiembre de 1765, finalmente, Beauterne mata un lobo gigantesco, y parte hacia Versalles con su trofeo seguro de haber aniquilado a la Bestia. Pero la calma fue de corta duración: el 2 de diciembre se reinician los ataques, a la par que se suceden las misas, las peregrinaciones y las oraciones a la Virgen, y en la primavera de 1767 hay un muerto cada tres días. La nobleza local se moviliza organizando nuevas batidas, y en una de ellas, organizada por el marqués de Apcher, el 19 de junio de 1767 un campesino, Jean Chastel, mata un lobo colosal. Todo parece indicar que se trata de la bestia, un animal de sexo masculino, parecido a un lobo pero mucho más grande, de pelo rojo, de 109 libras de peso (cerca de 54 kilos). Presenta signos de heridas, y en su estómago se encuentran huesos de niños. La Bestia ha sido muerta, pero Chastel no ha recibe el premio que se merece. Seis semanas después de haberla matado, se presenta en Versalles el cadáver al rey, que incomodado por el olor le reprocha no haber acudido antes y ordena enterrarla lo más rápido posible, lo que se hace en seguida, sin que ninguna parte del animal fuera conservada. Buffon no tuvo tiempo de examinarla. Y Chastel abandona la corte sin recompensa, aunque a su regreso el obispo de Mende le gratificó con la suma de 26 libras, falleciendo en 1789.

Desde finales del siglo XVIII numerosas son las obras que se han consagrado a la Bestia de Gevaudan, que en tres años había matado a 130 personas y herido a otras 70, siendo las dos terceras partes de las víctimas mujeres, y las tres cuartas partes con menos de diez y ocho años. En muchas ocasiones, las víctimas se encuentran desnudas tras haber sido mutiladas. En ciertos casos, la cabeza o el miembro ha sido llevado por el animal muy lejos del cuerpo. También ha intrigado el hecho de que los perros siempre le manifestaron un gran miedo, aunque las vacas y los cerdos parecían menos impresionados. También llama la atención su gusto por la sangre, especialmente la humana, y que nunca atacara al ganado. También la rapidez de sus desplazamientos y su ubicuidad: dos ataques podían tener lugar en un mismo día a cuarenta kilómetros de distancia. Y, finalmente, su invulnerabilidad a las balas. Todas estas observaciones han dado lugar a hipótesis sumamente temerarias, que han querido ver en la Bestia a un monstruo producto de la cópula de un perro y un lobo, una leona y un lobo, o una mujer y un lobo. Otros han señalado que se trataba de varios lobos. Otros (y era la hipótesis de Beauterne) que los ataques estaban dirigidos por algún sádico, y este papel podría haberlo tenido Jean Chastel, sorprendente matador de la Bestia, o su hijo Antoine, personaje aún más inquietante, ambos manipulados por un aristócrata local degenerado, Jeajn-François Charles de Morangiês. Pero todas estas hipótesis son absolutamente frágiles. La Bestia no fue un caso aislado: la de Chaligny, cerca de Orleáns, actuó durante varios meses en 1814. Pero habría que estudiar sobre todo el papel jugado por la prensa y las imágenes de colportage, ya que por primera vez un suceso truculento conoce un gran impacto nacional (e incluso europeo) seguido al día por las gacetas, y da el protagonismo a un animal monstruoso, en tanto sus imágenes se difunden por todo el reino.

Extractado de Michel Pastoureau, Les animaux célèbres, París, Arléa, 2008, pp, 232-244. Ilustraciones: estampas contemporáneas de los hechos,  Biblioteca Nacional de Francia. Sobre estos acontecimientos hay una película un tanto fantástica, El pacto de los lobos (2001) de Christophe Gans.



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