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EL CERDO REGICIDA. Arturo Morgado García

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El 13 de octubre de 1131, mientras cabalgaba junto a algunos compañeros por uno de los fauburgos de París, el joven príncipe Felipe, hijo primogénito de Luis VI, tuvo una caída del caballo y murió algunas horas después, con quince años de edad. Acompañado en su agonía por el rey, la reina Adelaida, el abad Suger, algunos prelados y varios barones, todos sintieron un dolor y una inquietud inmensas. En principio, no hay nada de excepcional: las caídas mortales de caballo son frecuentes en la Edad Media, ni tampoco son raros los retoños reales que fallecieron en la adolescencia. Pero un animal fue la causa primera de la caída, un animal poco valorado, y que juega un papel de basurero en las zonas urbanas: un cerdo doméstico, un vulgar porcus, que Suger, el abad de Saint Denis, no duda en calificar de diabolicus, que se entrecruzó entre las piernas del caballo, haciéndole rodar a tierra y precipitando al caballero sobre una piedra. El joven rey de Francia fue muerto por culpa de un cerdo. Rex Philippus a porco interfectus, se escribirá durante varios siglos.

En el siglo XII, la frontera zoológica entre el puerco doméstico y el salvaje es todavía muy vaga, las cerdas algunas veces retozan con los jabalíes en el bosque, y los dos animales son interfecundos. Pero la frontera simbólica es impermeable, el jabalí pasa por ser un animal noble, corajudo, y es un placer cazarlo y enfrentarse a él. El cerdo es una bestia vil e impura, símbolo de suciedad y de glotonería. Morir cazando un jabalí (así le sucedería en 1314 a Felipe IV el Hermoso) es una muerte gloriosa y heroica, pero morir en un fauburgo parisino por culpa de un cerdo es una muerte infame, indigna de un rey, y escandalosa. Todos los autores de los siglos XII al XIV insisten en el carácter infamante de esta muerte, mors turpis, mors ignominiosa, mors miseranda, mors flagitiosa, mors improba. La dinastía queda marcada a partir de entonces, y el largo reinado de Luis VII (1137-1180) estará plagado de desgracias, como el fracaso de la segunda Cruzada, o el divorcio de su esposa, Leonor de Aquitania. No será hasta la Histoire de France escrita entre 1880 y 1900 por Ernest Lavisse cuando el acontecimiento sea silenciado. Para la historiografía positivista el cerdo regicida queda relegado al saco de la anécdotas y a la pequeña historia.

Extractado de Michel Passtoureau, Les animaux célèbres, París, Altéa, 2008, pp. 125-130. Ilustración: Chroniques de Saint Denis, manuscrito del siglo XIV conservado en la British Library.

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