El gato funciona frecuentemente como metáfora del órgano sexual femenino.La identificación de la mujer con este animal particular no empieza en la Edad Media, sin embargo, y remonta en Occidente a Aristóteles y su afirmación en Investigación sobre los animales de que «Las gatas son de naturaleza lasciva, excitan a los machos al coito y chillan durante el acoplamiento». En la lengua gallega gata puede ser eufemismo para prostituta, y jato o gato para el sexo femenino. Ocurre lo mismo con gato en portugués, chat y chatte en francés y con pussy (‘gatita’ y ‘coño’) en inglés. Por consiguiente, este animal conlleva ciertas resonancias sexuales que los poetas del Siglo de Oro no dejan de explotar semánticamente. No extraña pues que sea uno de los animales domésticos más privilegiados durante la temprana época moderna y que su simbolismo y materialidad cobren particular protagonismo en la cultura erótica.
Lope de Vega sentía mucho cariño por los felinos, porque escribe más extensamente acerca de ellos que de cualquier otro animal. Por ejemplo, integra a los gatos en tramas secundarias o complementarias de sus comedias La dama boba, Las almenas de Toro y El castigo sin venganza. En el segundo acto de esta última, el gracioso Batín cuenta la anécdota de una gata transformada en mujer que, al ver pasar un ratón lo ataca, revelando su «verdadera» naturaleza felina. Y finalmente, los felinos son elevados a protagonistas en La Gatomaquia, cuya trama fundamental es un triángulo amoroso felino, basado a su vez en una tríada humana ocurrida décadas antes entre el autor, Elena Osorio y Francisco Perrenot de Granvela. En su argumento, Marramaquiz, gato madrileño, compite con Micifuf, hermoso forastero, por el amor de la bella Zapaquilda. Cuando la dama felina abandona a Marramaquiz y decide casarse con el recién llegado, Marramaquiz sufre un ataque de rabia y celos. Al llegar tarde a su boda, Micifuf descubre que Marramaquiz se ha llevado a su novia y la ha encerrado en una torre. Los machos rivales oponen sus ejércitos en guerra sangrienta y Júpiter debe intervenir para salvar a la especie felina y evitar que los ratones se adueñen del Olimpo. Micifuf sitia la fortaleza de Marramaquiz, quien es obligado a abandonar la torre en busca de alimento. Al final, Marramaquiz es matado accidentalmente por un príncipe cazador, sus seguidores se rinden y se restaura la paz. El poema termina con el matrimonio de Micifuf y Zapaquilda. Es obvio que esta trama parodia varios poemas épicos y mitos clásicos, entre ellos la Batracomiomaquia, La mosquea (1605) de José de Villaviciosa, Orlando innamorato de Boiardo (1495) y Orlando furioso de Ariosto (1516), al igual que algunas obras previas del mismo Lope.
La utilización de felinos también permite a Lope explotar la afinidad simbólica de esa especie con las mujeres. hay que tener en mente que los humanos tienden a concebir a los gatos como femeninos y a los perros como masculinos. De ahí los sorprendentes poemas eróticos sobre las relaciones (mayormente de cunnilingus) entre perros falderos y sus damas que encontramos en la lírica de los siglos de oro. Tan solo dos ejemplos serían el atrevidísimo epitafio gongorino «De un perrillo que se le murió a una dama, estando ausente de su marido»: «Yace aquí Flor, un perrillo / que fue, en un catarro grave / de ausencia, sin ser jarabe, / lamedor de culantrillo», y el romance de Quevedo, «Dama cortesana lamentándose de su pobreza y diciendo la causa», «A la jineta sentada», en que una prostituta está «con un perrillo de falda / que la lame y no la muerde». En la literatura de la época una serie de características felinas se traspasa con facilidad a las mujeres, de manera que comparten rasgos como la independencia, la sensualidad y el hermetismo. Además, gata y mujer son cazadoras nocturnas que provocan a su presa, y exhiben su belleza para atraer a los varones. Por último se consideran traicioneras y su cuerpo y su lenguaje corporal se sexualizan al máximo. Otra característica femenina, de acuerdo con el poema, es la capacidad traicionera de las mujeres, para la cual los gatos son una metáfora conveniente, debido a su reconocida astucia predadora.
Bajo el cristianismo, el gato dejó de ser venerado como el símbolo positivo de la fertilidad y maternidad que había sido para los antiguos egipcios. Las mismas características que lo hicieron animal mágico y sagrado en la antigüedad (su fertilidad, su aguda vista que le permite ver en la oscuridad, su inescrutabilidad), en siglos posteriores se asociaban con lo diabólico, con la herejía y las brujas, de quienes se creía que copulaban con el Diablo en forma de gata. Los gatos llegan entonces a considerarse agentes del Diablo, y a través de la Edad Media y la temprana época moderna son brutalmente perseguidos por toda Europa: son quemados vivos, arrojados de altas torres, azotados, sumergidos en agua hirviendo o masacrados. las gatas de Lope de Vega iluminan cierta inestable zona de contacto entre dos especies, la humana y la animal, una zona fronteriza que se desliza a través de los tiempos y mantiene sus misterios. Su creación de felinos humanizados nos demuestra no solo cómo Lope concibe y caracteriza a un animal estimado tanto en su época como hoy, sino también, en este caso particular, cómo representa —animalizándola— a la mujer a través de ellos.
Extractado de Adrienne L. Martin, "Erotismo felino: las gatas de Lope de Vega", AnMal Electronica, 32, 2012. Ilustración: Hendrik Goltzius, La caída del hombre (1616), National Gallery de Washington.