Los monstruos, lejos de ser asuntos de mera curiosidad, constituyeron un instrumento epistemológico eficaz para comprender lo que la sociedad o la academia científica consideraba erxigible a la hora de establecer hechos probados o crear sistemas de clasificación capoaces de albergar fenómenos desconocidos.Si exceptuamos los milagros y los juicios civiles, los monstruos fueron los primeros fenómenos públicamente atestiguados en sesiones académicas y los primeros materiales con los que se edificaron las llamadas ciencias baconianas. La confianza testimonial, la recepción y difusión de informes científicos, y la realización de ilustraciones en tratados de Anatomía o de Historia Natural se encuentran en la base de este conjunto de transformaciones.
Los monstruos y las singularidades fueron los pobladores naturales de los gabinetes de curiosidades del mundo moderno, lugares que todavía en el siglo XVI basculaban entre el studio como recinto de contemplación extática y el museo como espacio de civilidad. Las singularidades contenidas en ellos marcaban la necesidad de estudiar formaciones irregulares en el marco de una ciencia de lo regular, lo que chocaba con la dificultad de aceptar una ciencia d elo irrepetible. Todo parecía indicar que no podía haber ciencia de los monstruos, pero hubo muchas circunstancias que provocaron que naturalistas, embriólogos o anatomistas se apresurasen a afirmar que debía existir una ciencia de ese tipo, un procedimiento por el que ordenar lo inclasificable o generalizar lo singular.
Se ha intentado explicar con frecuencia la historia y la filosofía natural del Barroco como el primer gran intento de separar el material teratológico de la esfera de la magia o de la adivinación. Ello provocaría la internalización de las causas de la deformidad, reducidas al ámbito de lo natural, y terminóon el reconocimiento del monstruo como un accidente particular de las leyes más generales de desarollo: "la monstruosidad existe, pero no las excepciones a las leyes ordinarias de la naturaleza" (Geoffroy Saint-Hilaire, Traité de tératologie, 1832).
Antes del siglo XVII, un monstruo no era necesariamente una producción anormal, sino más bien un fenómeno insólito. La nueva ciencia teratológica de Fortunio Liceti o Ulises Aldrovandi reclamaba entender la monstruosidad exclusivamente en términos de deformidad física, y al definir a los monstruos como seres naturalese proporcionaba un nuevo camino por el que parecía posible adquirir una clasificación de deformidades potenciales basadas en criterios anatómicos. Ya a finales de la centuria el número de monstruos relacionados en la literatura médica era tan grande que fue inevitable observar la frecuencia de estos acontecimientos en principio únicos e irrepetibles. Los monstruos eran extraños, pero no infrecuentes
En las grandes compilaciones de los siglos XVI y XVII el nacimiento de seres anormales se explicaba como el efecto de cruces contrario a las reglas endogámicas, la deformidad física era el efecto de una deformidad moral, que en una conducta contra natura había incubado el mal. El monstruo no pertenecía a ninguna especie animal, era un híbrido que se encontraba fuera de la naturaleza y del orden social. Todavía en1760 Procope Couteau, médico de Montpellier, se planteaba la posibilidad de que las mujeres pudieran ser seducidas por caballos o asnos, y señalaba el hecho evidente de que los simios tenían predilección por aquéllas.
La discriminación entre la realidad y la ficcion nunca fue un asunto insignificante. Tras la refundación del Journal des Savants en 1687, la descripción de lo fantástico y lo preternatural ya no comenzaba con la narración de los hechos, sino con la cuenta debida a la honestidad de los testigos. No se trataba de una negación en bloque de los hechos heredados, sino una reevaluación del proceso de conocimiento que, descansando en la cualidad racional (estoes, esencialmente moral) de quien aseguraba tener algo como evidente, reconocía la posibilidad del error y del fraude. Este proceso de reevaluación de los testigos del conocimiento no solamente ectó a los antiguos tratadistas, sino que incluyó a partir de la década de 1690 la negación en bloque de los hechos narrados por fuentes etxranjeras. El carácter nacional de las publicaciones científicas no negaba necesariamente estos hechos, sino que simplemente los convirtió en rumores. En 1709 Fontenelle consideraba un cuento la historia de una princesa holandesa que dio a luz a 365 criaturas en un sólo parto, pero incluyó muchos casos problemáticos en las Observaciones anatómicas de la Academia de Ciencias de París, que tenía toda una sección dedicada a los éclats de la nature.
El procedimiento más elemental para atestiguar la existencia de estos seres era el contacto directo, y durante los siglos XVII y XVIII algunos de estos monstruos pasaron a ser celebridades que viajaron de ciudad en ciudad, como el negro albino que recorrió las calles de París, reflejado en el tratado Vénus Physique escrito por Maupertuis en 1744. En los círculos académicos, los testimonios sensoriales dependían siempre de la cualidad o el estatus social de los testigos. Y la producción de imágenes también era un procedimiento adecuado de generar convicción. Los textos se poblaron de imágenes cuya función no era puramente ilustrativa, y en realidad era el texto el que servía para explicar la imagen.
Los monstruos se encontraron inmersos en toda una red de quehaceres y discursos, en condiciones de posibilidad, en estilos de razonamiento que durante el Barroco abarcaron desde lo experimental a lo religioso y lo estético.
Extractado de Javier Moscoso, "Historia y filosofía preternatural en el mundo moderno", en Francisco Jarauta (ed.), El gabinete de las maravillas, Fundación Marcelino Botín, 2004, pp. 93-114. Ilustración extraída de Isidore Geoofroy-Saint-Hilaire,Histoire générale et particulière des anomalies de l'organisation chez l'homme et les animaux (1837).