
Anne Marie Jordan Gschwend, independent scholar residente en Suiza y dedicada a la historia del arte y de la cultura en el siglo XVI, ha trabajado recientemente en la presencia de los animales exóticos en la corte portuguesa del Quinientos, siendo uno de sus trabajos principales el dedicado a las mascotas de la corte habsburguesa que realizara en colaboración con Almudena Pérez de Tudela y del que dimos cuenta en dos entradas publicadas el 31 de diciembre de 2010.
Los monarcas lusos, a lo largo del siglo XVI, habían recibido elefantes en repetidas ocasiones aprovechándose de sus conexiones comerciales y marítimas con la India. Uno de ellos sería Suleyman, un pequeño elefante que desde las selvas de la isla de Ceilán acabaría llegando a Lisboa via Goa, la capital de la India portuguesa, en 1542, continuando su viaje por tierra hasta Valladolid, donde causó las delicias del, por entonces un niño, don Carlos, primogénito del futuro Felipe II, y finalmente a Barcelona, desde donde embarcaría en compañía de su mahout hindú hasta Génova, estando a punto el barco en el que viajaba de ser apresado por los piratas franceses. Una vez desembarcado en la ciudad italiana cruzaría los Alpes austríacos, llegando a Innsbruck y finalmente a Viena, donde entraría triunfalmente en 1552, siendo el primer elefante que se había visto en tierras austríacas. Allí, como es evidente, causó una enorme sensación, siendo la estrella de la menagerie que Maximiliano II, hijo de Fernando I, Rey de Romanos y hermano del emperador Carlos V, mantenía en el palacio de Ebersdorf, a las afueras de Viena. Nuestro elefante, empero, fallecería al año siguiente, y su cuerpo disecado fue entregado al duque Alberto V de Baviera para que formara parte de su Kunstkammer en Munich, donde permanecería durante muchos siglos. Y su legado se reflejaría además en los sucesivos elefantes que acabaron llegando a Centroeuropa, como el que arribaría en 1563 y sobreviviera al menos hasta 1577, un año después del fallecimiento de Maximiliano II.
Esta historia, aparentemente sin trascendencia, nos revela muchas cosas: expansión colonial europea, relaciones comerciales, regalos principescos como medio de fortalecer alianzas diplomáticas, vida cortesana, el amor por los mirabilia y los exotica tan propio de la cultura renacentista, y la utilización de los animales como un símbolo de poder, lo que se remonta al mundo antiguo. Y, también, algo que se suele olvidar con demasiada frecuencia: el papel que tuvieron los imperios ibéricos, sobre todo el portugués, en la primera globalización de la historia, acaecida en el siglo XVI, globalización que, obviamente, se extendería también al mundo animal.
Referencia completa: Annemarie Jordan Gschwend, The story of Suleyman. Celebrity elephants and other exotica in Renaissance Portugal, diseño de Deborah Larkin, Zurich, 2010.
Los monarcas lusos, a lo largo del siglo XVI, habían recibido elefantes en repetidas ocasiones aprovechándose de sus conexiones comerciales y marítimas con la India. Uno de ellos sería Suleyman, un pequeño elefante que desde las selvas de la isla de Ceilán acabaría llegando a Lisboa via Goa, la capital de la India portuguesa, en 1542, continuando su viaje por tierra hasta Valladolid, donde causó las delicias del, por entonces un niño, don Carlos, primogénito del futuro Felipe II, y finalmente a Barcelona, desde donde embarcaría en compañía de su mahout hindú hasta Génova, estando a punto el barco en el que viajaba de ser apresado por los piratas franceses. Una vez desembarcado en la ciudad italiana cruzaría los Alpes austríacos, llegando a Innsbruck y finalmente a Viena, donde entraría triunfalmente en 1552, siendo el primer elefante que se había visto en tierras austríacas. Allí, como es evidente, causó una enorme sensación, siendo la estrella de la menagerie que Maximiliano II, hijo de Fernando I, Rey de Romanos y hermano del emperador Carlos V, mantenía en el palacio de Ebersdorf, a las afueras de Viena. Nuestro elefante, empero, fallecería al año siguiente, y su cuerpo disecado fue entregado al duque Alberto V de Baviera para que formara parte de su Kunstkammer en Munich, donde permanecería durante muchos siglos. Y su legado se reflejaría además en los sucesivos elefantes que acabaron llegando a Centroeuropa, como el que arribaría en 1563 y sobreviviera al menos hasta 1577, un año después del fallecimiento de Maximiliano II.
Esta historia, aparentemente sin trascendencia, nos revela muchas cosas: expansión colonial europea, relaciones comerciales, regalos principescos como medio de fortalecer alianzas diplomáticas, vida cortesana, el amor por los mirabilia y los exotica tan propio de la cultura renacentista, y la utilización de los animales como un símbolo de poder, lo que se remonta al mundo antiguo. Y, también, algo que se suele olvidar con demasiada frecuencia: el papel que tuvieron los imperios ibéricos, sobre todo el portugués, en la primera globalización de la historia, acaecida en el siglo XVI, globalización que, obviamente, se extendería también al mundo animal.
Referencia completa: Annemarie Jordan Gschwend, The story of Suleyman. Celebrity elephants and other exotica in Renaissance Portugal, diseño de Deborah Larkin, Zurich, 2010.