Uno de los experimentos científicos más repetidos en los años centrales del siglo XVII fue la creación del vacío por medio de una bomba expresamente concebida para ello, aprovechando de paso la ocasión para comprobar si las criaturas podían sobrevivir en ese medio (un ejemplo de ello lo tenemos en Some Experiments Touching Animals, Made in the Air-Pump by the Persons Formerly Mentioned, viz. Monsieur Hugens and M. Papin, publicado en las Philosophical Transactions de 1675). Inventada en torno a 1650 por el alemán Otto von Guericke, que realizaría su célebre experimento en Magdeburgo (ya se sabe, el de los caballos que no pudieron separar los dos hemisferios de una esfera metálica en la que se había hecho el vacío) en 1654, y fue dado a conocer por Kaspar Schott en un apéndice de su obra Mechanica hydraulica pneumatica (Wurzburgo, 1657) .
Grandes talentos de la época como Christian Huygens y Robert Boyle (que en 1660 publicaba sus primeros trabajos al respecto) contribuirían a su desarrollo posterior, aunque son especialmente conocidas las aportaciones de este último quizás porque la historia de la ciencia siempre ha sido escrita en renglones anglocéntricos. Sea como fuere, las investigaciones de Boyle tuvieron como consecuencia la creación de un nuevo lenguaje que pretendía responder a preguntas que siempre han sido de difícil contestación: ¿Por qué consideramos que las cosas son ciertas? ¿Cuales son los criterios que nos inducen a ello? Reflexionando sobre ello, hace muchos años que Steven Shapin y Simon Schaffer publicaron su famoso ensayo, Leviathan and the air pump (1985, reed. 2011), y Shapin, particularmente, siguió trabajando en los criterios de verificación a través de obras como A Social History of Truth (1994), The Scientific Life (2009) y Never Pure (2011).
La tesis central de Shapin y Schaffer es que el problema de la verdad epistémica es el problema del orden social, de construir una red de solidaridad en torno a unas reglas de práctica y discurso, y viceversa. Esto no implica que los grupos humanos vivan encapsulados en una suerte de solipsismo colectivo para el que la realidad sea irrelevante, sino que, cualquiera que sea la información ordenada de que disponga ese grupo sobre ella, sus posibilidades interpretativas para generar creencias o convicciones son siempre abiertas e indefinidas y, por lo tanto, se necesitan procedimientos de «cierre» basados en la limitación de sus usos heurísticos e interpretativos. El cierre se logra merced a acuerdos pragmáticos sobre las prácticas técnicas, la evidencia empírica legítima y, sobre todo, sobre los procedimientos para alcanzar el consenso. Boyle logra ese cierre —transforma creencias experienciales individuales en conocimiento público compartido—mediante tres tecnologías disciplinares: material, social y literaria.
1) Tecnología material. La disciplina material radica en producir bombas que produzcan regularmente hechos estables. La tarea de lograr un alto nivel de vacío es inicialmente muy difícil: Boyle hace construir modelos sucesivos y sus diferencias complican la interpretación de sus distintos resultados. Huygens construye una bomba a partir de descripciones publicadas y no logra reproducir los resultados de Boyle. No lo consigue hasta que viaja a Londres y trabaja con él y, sobre todo, con el responsable de experimentos de la Royal Society, Robert Hooke—en ese encuentro se transfiere o re-genera el conocimiento tácito necesario para que la bomba funcione, y sobre cómo evaluar cuándo funciona y cuando no, y qué produce: al final, las bombas se definen como mutuamente calibradas. Pero acto seguido construye un modelo «mejorado» con el que cuestiona la explicación teórica de Boyle, que no aclara anomalías que él registra; sin negarlas, Boylele opone el mismo argumento que él sufriera de Hobbes: su bomba no debe ser suficientemente estanca. Pero es la bomba de Huygens la que se difunde en París —hasta llegar a estandarizarse y producirse comercialmente más tarde—y allí se formaliza la que acabará llamándose Ley de BoyleMariotte(el «hecho» último). Los aparatos de vacío de von Gericke y de los florentinos, aislados de los movimientos prácticos de esta red, quedan al margen de estos desarrollos.
2) Tecnología social. El siguiente paso es disciplinar a los testigos visuales. Boyle, hijo del conde de Cork, recurre a los virtuosi, los aristócratas patrocinadores de la Royal Society, que asisten a sus reuniones, conversan con fluidez y comprensión sobre filosofía natural, aunque no la practiquen, y cuya honorabilidad está fuera de toda duda. Estos testigos dan fe sincera y libremente de la elasticidad del aire. Esta es la tecnología social.
3) Tecnología literaria. El mecanismo literario es esencial para convertir en testigos, e incluso reclutar como futuros participantes y corresponsales, a quienes no están presentes en los experimentos. Boyle despliega para ello un aparato retórico, oportunamente moralizado, basado en la claridad, la minuciosidad y la modestia. Boyle escribe «tentativos» ensayos donde describe con detalle sus experimentos, incluidos los fallidos y los que producen anomalías —como muestra de honradez y manteniendo una escrupulosa corrección en los debates con sus críticos—, refiriéndose siempre al asunto en litigio, nunca a las características personales o ideológicas de su adversario y sin emplear expresiones burlonas o despectivas.
Hobbes no hace nada de esto: en diálogos dogmáticos que escribe en solitario se limita a aplicar a los experimentos de Boyle sus viejos argumentos «sintéticos a priori» («geométricos»), que cree incontestables para cualquier ser de razón porque se basan en definiciones convenidas (convencionales) cuya negación conduciría necesariamente a absurdos empíricos obvios. El éxito del enfoque analítico-matemático de Newton y el desarrollo de la ingeniería mecánica e hidráulica (canales, norias, molinos, husos y telares mecánicos, etc.) en Europa, que compilan las páginas de la Encyclopédie, empujan al Hobbes filósofo natural al olvido, mientras su Leviatán se convierte en un clásico del pensamiento social. La escisión de lo sintético y lo analítico, de la ciencia y la política, es tajante. Boyle triunfa.
Steven Shapin y Simon Schaffer, Leviathan and the air pump. Hobbes, Boyle and the experimental life, Princeton U.P. 1985, reed. 2011, trad. castellana Universidad Nacional de Quilmes (Argentina), 2005. Se extracta la reseña publicada por Juan Manuel Iranzo en la Revista Española de Sociología, 28, 2012. Ilustraciones: portada del Leviatán (1651), imagen del experimento de Magdeburgo reproducida en la Mechanica hydraulica pneumatica (1657) de Schott, retrato de Robert Boyle (1627-1691) realizado por Johann Kerseboom en torno a 1689.