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LA HISTORIA CULTURAL DE LA CIENCIA. Arturo Morgado García

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Frente a la visión tradicional  y heroica, que presentaba la historia de la ciencia como un progreso continuo en busca de la Verdad, los estudios recientes han puesto de manifiesto los fuertes condicionantes sociales, culturales, económicos y religiosos que están presentes en el trabajo científico, que nunca es obra de espíritus puros ni de seres angelicales. Incluso el mismo concepto de objetividad comenzó a quebrar con la noción de paradigma forjada por Thomas Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas), saltando en pedazos a raíz de la publicación de Objectivity de Lorraine Daston y Peter Galison (2007). Ofrecemos a continuación una serie de reflexiones al respecto, reflexiones, que, por supuesto, no son propias.

 Incluso en medios académicos son numerosos quienes todavía presuponen que ciencia y cultura ocupan hemisferios opuestos del conocimiento: uno habitado por la racionalidad, la objetividad, el método y el conocimiento de la naturaleza; el otro por aspectos vinculados a lo subjetivo, lo afectivo y lo creativo, a las artes y las letras....Fijémonos en aquella historia de la ciencia moderna elaborada entre 1920 y 1970, la llamada gran tradición que hunde sus raíces en figuras como Herbert Butterfield, que conecta precisamente con la historia de las ideas de la Johns Hopkins (Lovejoy, Marjorie Hope Nicholson) y que se despliega con propiedad con el gran fresco de la Revolución Científica trazado por Westfall, Bernard Cohen, A.R. Hall o Koyré. Era un formato historiográfico característico de una grannarrativa, centrado en ciertos héroes del pensamiento y en sus textos, una historia hecha de descubrimientos, teorías, ideas y palabras. Su inconfundible aliento neoilustrado convertía los hechos del pasado en un relato ascendente y progresivo de carácter emancipador. Reproducía el irremediable ascenso y la difusión de las luces...

Frente a dicho formato surgieron nuevas propuestas de entender y practicar la disciplina desde mediados de la década de 1980, algunas de las cuales han terminado por ser calificadas como historia cultural de la ciencia, un hecho que sin duda obedece al doble influjo de la historia cultural y los estudios culturales –dos campos muy diferentes– y que sin embargo tiende a esconder o a maquillar un dato fundamental: que el énfasis sobre la dimensión cultural en los estudios históricos de la ciencia se debió en un primer momento y fundamentalmente al impacto de los SSK (estudios sociológicos del conocimiento científico), al doble giro antropológico, pero también sociológico que experimentó la historia de la ciencia como disciplina...

Quizás sean los dos términos más repetidos en los últimos años: prácticas y representaciones. La historia cultural de la ciencia los emplea por razones fáciles de explicar. La noción de práctica viene a recordar algo tan elemental como que los científicos no sólo hablan, no sólo dicen que hacen cosas, sino que también las hacen. Las “prácticas experimentales” o las “prácticas médicas”, las “prácticas de la historia natural” o las “prácticas de observación astronómicas”, cualquier escenario se ha transformado en un campo idóneo para estudiar el comportamiento de los científicos y las formas de producir conocimiento. El libro de Shapin y Schaffer, El Leviatán y la bomba de vacío (1985), sigue ocupando un lugar destacado en este capítulo. El
extrañamiento de la mirada antropológica sobre lo que hacían Boyle y el resto de los honorables caballeros en el laboratorio, así como el desplazamiento del interés desde las palabras y los textos hacia las reglas sociales que rigen las relaciones en las comunidades y el manejo de los instrumentos, convirtieron la vida experimental en un espacio abonado para indagar cuánto de artificial hay en la elaboración del conocimiento natural....

 La ciencia moderna, en cierto sentido, abandonaba aquel aire estilizado, abstracto, evanescente, para transformarse en una actividad sometida a una serie de contingencias sociales y materiales. Y también dejaba de estar fijada a la palabra escrita y la teoría. Dejaba de ser exclusivamente una historia textual o libresca para convertirse también en la historia de cómo se realizó tal o cual experimento y cómo se replicó en otro espacio o en otro momento, bajo otras circunstancias. Las comunidades científicas, sus reuniones y actividades,podían ser tratadas con la mirada etnográfica de quien trataba de descifrar la conducta significativa –pongamos por caso– de una tribu en la Polinesia. Frente a la manera wigh (presentista) de abordar la tradición científica occidental, esa manera convencional de rescatar y proyectarse sobre los antecedentes de nuestras formas actuales de conocimiento, la historia cultural de la ciencia ha tratado de acogerse a un lema antropológico que Shapin y Schaffer ejercieron como poco...El caso de los viajes también es un buen ejemplo. Siempre se ha sabido que buena parte de la geografía, la cartografía, la historia natural e incluso la astronomía moderna se habían nutrido de las observaciones y noticias recopiladas por los viajeros y los exploradores. Sin embargo, la antigua historia de la ciencia, centrada en los resultados y no en cómo se habían generado, tendía a silenciarlos o al menos no los situaba en el centro del relato. Hoy día, la proliferación de estudios sobre viajes y prácticas viajeras en el seno de la nueva historia cultural de la ciencia no sólo es proverbial, sino también sintomática (Elsner y Rubies, Voyages and Visions: Towards a Cultural History of Travel, 1999). Unos agentes y una actividad antes considerados menores resultan ahora de gran interés. En realidad, toda la actividad científica tiende a ser vista hoy como una actividad que se comunica y se desplaza: la circulación del conocimiento ha devenido en uno de los grandes tópicos de la historia de la ciencia actual (Secord, "Knowledge in Transit", Isis, 2004)...

Otro tanto podría decirse de las prácticas sociales de los científicos o de la propia actividad científica como práctica social, cuyo nacimiento en la temprana Edad Moderna ha sido dibujado en el contexto de las relaciones de corte y las de mecenazgo, como es el caso del libro de Mario Biagioli, Galileo Courtier. The practice of science in the culture of Absolutism (1994). Así que el acento se ha ido desplazando desde el qué al cómo, siendo éste uno de los rasgos más distintivos de una nueva historia de la ciencia que, como vemos, tiene tanto de cultural como de social. Hoy día los historiadores ya no se preocupan tanto de los contenidos de la ciencia como de las formas con que los obtuvieron quienes los crearon, constatando por otra parte la estrecha relación–por no decir la fuerte dependencia– que hay entre lo uno y lo otro.

Ligado en cierta manera a esta preocupación por las formas de producción de conocimiento, aunque también motivado por el giro lingüístico y la influencia de la semiótica y del llamado literary criticism, tenemos el segundo término, representaciones, un término verdaderamente polisémico y polifónico. La historia de la ciencia también se ha visto anegada por este concepto tan cargado desde la epistemología y la filosofía del lenguaje. Su sola mención pone sobre la mesa un hecho notable, la cercanía entre la actividad científica, la pintura, la poesía, la narrativa de ficción, el teatro y en general cualquier actividad humana impregnada por la poética y la retórica. Se han multiplicado los estudios que subrayan cómo el lenguaje y el discurso científico, lejos de mimetizar los fenómenos naturales estudiados, lejos de copiarlos asépticamente, los fabrican o si se prefiere los reconstruyen con el ánimo de persuadir o convencer a una comunidad (de expertos o legos, según el caso). Es decir, el lenguaje científico hace cosas (interviene sobre la realidad) y está dotado de los mismos aspectos comunicativos que cualquier otro lenguaje...esto explica que se hayan estudiado las técnicas literarias de comunicación científica, la retórica de la objetividad, la prosa o la estructura narrativa de los escritos científicos. Palabras como argumentación o metáfora son hoy día comunes en los estudios culturales de la ciencia...

El énfasis en las formas de producción y comunicación de conocimiento, en sus medios de representación, así como la fuerte conciencia de que la ciencia no sólo se dice –se enuncia– sino que fundamentalmente se hace, ha motivado  una apreciable deriva hacia las dimensiones visuales y materiales de la ciencia. En realidad, la deriva podría ampliarse hacia sus aspectos físicos, tangibles o visibles. Forma parte de la reacción comentada arriba contra la ciencia entendida como una abstracción, un producto inmaterial
procedente del intelecto...Tenemos la propia importancia que los partidarios de la filosofía natural moderna concedieron a los hechos sensibles sobre la autoridad de la palabra escrita. El contacto directo con los fenómenos naturales frente al saber textual –el triunfo del libro de la naturaleza frente al Libro– condujo
a exaltar la cultura visual. Se inventaron y perfeccionaron nuevos instrumentos y métodos de observación. No casualmente, una de las primeras academias científicas se llamó los Lincei, una elección que nos recuerda el papel de la agudeza visual en los tiempos fundacionales de la nueva ciencia. Se generalizó la idea de que las imágenes representaban las cosas de manera más fidedigna que el lenguaje y el discurso. Recordemos la cruzada de los modernos contra la retórica escolástica y el “ruido del mundo”. A falta de la presencia real de un objeto o un fenómeno, se llegó al acuerdo de que las imágenes los sustituían mejor que las palabras... la alianza entre iconografía y verdad se convirtió en un artículo de fe compartido por los partidarios de la ciencia moderna.

La relación entre ciencia y arte es mucho más acusada de lo que nuestra economía binaria está dispuesta a admitir. Si pensamos en lo que supuso la revolución de la pintura en el Renacimiento, la alianza entre el dibujo y los tratados de medicina, botánica e historia natural, no tardamos en apreciar la importancia de lo artesanal y lo artificial en la confección del conocimiento, ese dios otrora incorpóreo que sólo desde
tiempos recientes estamos aprendiendo a dotar de forma, color, peso y medida, en una palabra, a materializarlo...¿Y qué decir de la estampa y el grabado? El mecanismo de reproducción de la imagen ideado a finales del siglo XV fue tan decisivo en su día para la implantación y la expansión de la ciencia moderna, como luego ha sido ocultado por la historiografía tradicional de la Revolución científica, centrada
en la imprenta de tipos móviles, en la reproducción de la palabra escrita y en su producto más característico,
el libro...


Respecto al trabajo de los historiadores culturales de la ciencia, viene definido por su visión integradora del campo de visión y actuación de un historiador. Un historiador cultural de la ciencia, por ejemplo, no se contenta con saber cuándo fue traducido el tratado de Óptica de Newton o cuando llegó a tal biblioteca o a cual ciudad. Tampoco induce de sendos hechos la arribada del newtonismo. Un historiador cultural de la ciencia se pregunta cómo, cuándo, de qué forma y con qué resultados se replicaron sus experimentos; se interroga sobre el significado cultural del newtonismo; rastrea si al ser trasladado fuera de Inglaterra

mantuvo las implicaciones antitrinitarias y latitudinarias que había tenido en el contexto de los debates religiosos y políticos en la Inglaterra de la Restauración o si por el contrario adoptó otras nuevas; permanece atento a las manifestaciones artísticas o poéticas que originó; se pregunta si su adopción llevó aparejada la de otras formas de newtonismo filosófico o social (Locke, el lenguaje de la economía política, etc.). Su batería de preguntas es amplia... También son variadas las fuentes con las que trabaja: documentos, materiales, imágenes, espacios urbanos, etc. Lorraine Daston habla del tratamiento ecuménico de las fuentes como el rasgo distintivo de la historia cultural de la ciencia ("Knowledge and Scicence", Las ciencias sociales y la modernización, 2002)....La antigua visión textual, ideal y universal del conocimiento científico ha devenido en un conjunto de miradas más fragmentarias sobre las prácticas, los significados, la cultura visual y material de la actividad científica.

Extractado de Juan Pimentel, "¿Qué es la historia cultural de la ciencia?", Arbor, 743, 2010, pp. 417-424.




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