Aunque ya hemos hablado de Daniela Bleichmar en la entrada correspondiente al 26 de octubre de 2013, quisiéramos referirnos a la obra que en su momento presentó como tesis doctoral, donde aborda in extenso los planteamientos reflejados en el articulo que comentamos en aquella ocasión.
La autora parte de la base de que las expediciones naturalistas españolas del siglo XVIII actuaron como un proyecto visual, y que uno de los objetivos era hacer visible la naturaleza a través de las distancias por medio de imágenes y de colecciones. La visibilidad convertiría al imperio en movible, cognoscible y gobernable. Esto no era una particularidad española, ya que casi sin excepción las expediciones europeas del momento emplearon artistas y produjeron numerosas ilustraciones. En la metrópoli o sobre el terreno, los naturalistas europeos utilizaron imágenes en su trabajo cotidiano y escribieron con profusión sobre ellas en sus diarios y correspondencia. Las pinturas jugaban un importante papel en los inventarios de las colecciones retornadas a Europa y recibieron la mayor atención cuando se analizaban los materiales recogidos. En una época en la que los poderes europeos entendieron las exploraciones como una llave de poder económico, político y científico, la producción de imágenes representó una práctica central para la investigación de la naturaleza imperial y su incorporación a la ciencia europea.
El concepto central es lo que la autora denomina epistemología visual, una forma de conocimiento basada en lo visual y acompañada de la observación y la representación. La historia natural europea del siglo XVIII fue una disciplina fuertemente visual, con una metodología basada en la observación experta. Los naturalistas desarrollaron formas especializadas de observación a través de un entrenamiento que comprendía plantas, textos e imágenes. El trabajo de la historia natural requería estas prácticas de observación y representación, desarrollándose convenciones pictóricas para que guiaran las mismas.Para los naturalistas, las imágenes eran mucho más que simples ilustraciones, ya que proporcionaban un punto de partida para la exploración de la naturaleza, y funcionaban como un instrumento clave para la producción de conocimiento, constituyendo el resultado culminante de sus investigaciones. El trabajo de los botánicos consistía en la recolección de plantas, la observación de su estructura floral y plasmar esa evidencia visual en textos e imágenes donde se clasificaban los nuevos especímenes o se rectificaban los errores cometidos anteriormente. Las imágenes actuaban en cada paso de una trayectoria que iba de la recolección de los datos naturales a la comparación e incorporación en un inventario global de la naturaleza a través de descripciones textuales y representaciones visuales. La epistemología visual era una forma específica de conocimiento con sus propias técnicas, materiales, preguntas y respuestas, y los naturalistas del XVIII pensaron visualmente, trabajaron visualmente se plantearon cuestiones visuales en la que ofrecían respuestas visuales. Este lenguaje visual responde a lo que Daston y Galison (Objectivity) han denominado empirismo colectivo. La historia natural era una práctica de grupo, y los naturalistas utilizaban especímenes, cartas e imágenes para corroborar o intercambiarse observaciones realizadas a larga distancia. Era una práctica común en toda Europa. las imágenes permitía abstraer la información, visualizaban las observaciones de los expertos y movilizaban a larga distancia plantas que permanecían poco vistas o desconocidas. Los naturalistas se movían continuamente entre el mundo de los objetos "out there" sobre el terreno, y los objetos "in here" presentes en las colecciones.
En el Imperio español, las imágenes actuaban no solamente como parte de la historia natural, sino también como parte de un aparato imperial que tenía una larga tradición de utilizar imágenes en los documentos y de proporcionar evidencias visuales para propósitos administrativos. Ayudaban a descubrir, documentar, persuadir y fabricar argumentos, tenían un status privilegiado para la autentificación y la comunicación a nivel local y como parte de un proyecto imperial de gobierno a distancia. Desde los primeros días de la exploración y asentamiento, la administración imperial española requería imágenes de los nuevos territorios, mapas, representaciones de los pobladores, plantas y animales, y este apetito visual fue una característica del modo español de conocimiento del imperio. Las expediciones del XVIII formaron parte de un proyecto mucho mayor de convertir al imperio visible para conocerlo y explotarlo. Tanto la ciencia como el imperio aspiraban a la universidad, y ambos encontraron en la imagen un medio de extender su poder. Si España requería imágenes de sus territorios, los virreinatos producían materiales visuales para sus propios propósitos. Hacer visible el imperio conllevaba no solamente el acto final de la visualización de la imagen, sino el acto de la observación y de la representación que precedía a la ilustración, lo que tenía dimensiones simbólicas, ya que formaba parte de un procedo de producir conocimiento.
La obra se inserta en la historia visual en varias formas. Primero, por medio de un detallado análisis visual por cuanto las imágenes en sí mismas nos dicen mucho de la forma en que fueron utilizadas y de las aproximaciones y las expectativas de quienes las hicieron y de quienes las vieron. Mirar fuera de la imagen conlleva examinar el proceso de la fabricación y la utilización de los materiales visuales, por cuanto estas prácticas emergen en un contexto histórico y no se pueden deducir de la imagen misma. Estas imágenes hay además que conectarlas con los textos y con los especímenes recogidos. Asimismo, las imágenes pertenecen a varios tipos, en diferentes contextos y para diferentes observadores. Y este análisis es posible gracias al magnífico archivo creado por las expediciones españolas de miles de imágenes, así como una rica colección textual de diarios manuscritos, cartas, tratados científicos, informes administrativos, fuentes impresas, y colecciones materiales formadas por los especímenes recolectados.
En el capítulo 1 se introduce la historia de las expediciones españolas y su modo de trabajar, considerándolas como parte de un ambicioso proyecto de ciencia imperial que tuvo lugar durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, proyecto que perseguía numerosos objetivos, incluyendo la taxonomía, la economía botánica y la colección, involucrando no sólo a las expediciones y a las instituciones españolas y coloniales, sino también el reclutamiento de miembros de la administración colonial como informantes científicos. Este esfuerzo hizo que naturalistas, artistas y administradores europeos y coloniales trabajaran juntos, y que los habitantes locales colaboraran para hacer visible la naturaleza imperial. La historia natural, sobre todo la botánica, prometía satisfacer los deseos españoles de utilidad, provecho y busca de la renovación política y económica en la península y en el imperio. En el mundo hispánico la Ilustración fue considerada no como un nuevo desarrollo, sino como una manera de restaurar el imperio a su prosperidad pasada, apoyándose en una larga tradición de información imperial.
El capítulo 2 examina la importancia la epistemología visual en la historia natural del siglo XVIII. Los libros fueron importantes en el aprendizaje de la observación, y el proceso por medio del cual se entrenaba la vista como un medio de diagnóstico. Los libros fueron indispensables para observar como un naturalista, y para el trabajo cotidiano del naturalista en sus viajes. Esto era así particularmente en el caso de los investigadores que viajaban fuera de Europa, que llevaban con ellos muchos libros ilustrados y posiblemente los utilizaban sobre el terreno. Su trabajo consistía en crear un inventario de la flora que exploraban para luego clasificarla en orden a compilar un catálogo global de la naturaleza, corrigiendo los errores pasados o añadiendo nuevas especies. Por este motivo, era fundamental distinguir las plantas que ya habían sido descritas y las que no, confrontando lo que decían los textos con lo que decían las imágenes y con lo que observaban. Los naturalistas utilizaban imágenes impresas para interpretar lo que encontraban sobre el terreno, y los naturalistas de gabinete en Europa dependían de las ilustraciones y los especímenes que les eran remitidos. Este empirismo colectivo podía ser competitivo, siendo muy ilustrativo el debate entre Cavanilles e Hipólito Ruiz, que nos revela que los naturalistas de gabinete y de campo podían debatir sobre el derecho de autoridad en la observación, y que fundamentaban la controversia en términos visuales.
El capítulo 3 ofrece una panorámica de las expediciones botánicas, discutiendo qué miraron, porqué se hicieron y cómo se utilizaron en numerosos contextos, notablemente en la identificación taxonómica y en el patronazgo científico y cortesano dado la importancia de los materiales visuales, los naturalistas realizaron grandes esfuerzos para llevar artistas con ellos, acudiendo a las academias de arte de Madrid y México, o a artistas locales que entrenaban al respecto. Los botánicos trabajaron en estrecha unión con los artistas, especificando qué se debía incluir y que se debía ignorar en las imágenes. Mutis fue especialmente devoto a la idea de la imagen en las expediciones botámicas, supervisando a sus artistas de un modo especialmente fastidioso para ellos. Se concede una especial atención a la expedición de Nueva Granada, que produjo más de seis mil ilustraciones, ya que hay diferencias entre las ilustraciones que siguen modelos europeos y las que se basan en modelos no europeos, respondiendo las mismas no a una pretendida falta de habilidad de estos últimos, sino al esfuerzo consciente de crear un estilo distintivo que Mutis y sus artistas consideraban más adaptado para las ilustraciones botánicas.
En el capítulo cuarto se analizan los esfuerzos metropolitanos y locales para analizar y explotar productos como la pimienta, el te y la quina en las Indias españolas, ya que ello permitiría competir comercialmente con ingleses, franceses y holandeses. Los esfuerzos de transportar plantas exóticas a España fracasaron, y las expediciones funcionaron mejor en el campo de la taxonomía que en el de la economía, produciendo un impresionante archivo que no tuvo repercusiones económicas. Se utilizan los experimentos botánicos para examinar la geopolítica de las investigaciones de la historia natural, explorando las relaciones entre Madrid y los virreinatos considerados éstos como imperios locales. El imperio español funcionaba como una red en la que múltiples nodos tenían intereses específicos. Las expediciones no solamente actuaron en el campo extractivo, ya que también crearon instuciones, entrenaron estudiantes y permitieron el establecimiento de lazos entre las instituciones españolas y las americanas. Aunque España siempre era el punto de referencia de la que emanaban órdenes, prestigio y valor, las expediciones dejaron profundas raíces en América.
En el capítulo final se pone de relieve que el trabajo de las expediciones no sólo hizo el imperio visible, sino que lo hicieron invisible. La imágenes muestran especímenes aislados, descontextualizados de su entorno. Pero ésta no era la única forma posible de visualizar el imperio, ya que durante la misma época los artistas locales desarrollaron nuevas formas de representación en la que se daba una importancia desconocida hasta el momento a la flora, la fauna, y los tipos humanos de las regiones americanas, insistiendo en su interconexión.
Indice.
Introduction. Natural History and Visual Culture in the Spanish Empire
1. A Botanical Reconquista.
2. Natural History and Visual Epistemology.
3. Painting as Exploration.
4. Economic Botany and the Limits of the Visual.
5. Visions of Imperial Nature: Global White Space, Local Color.
Datos de la obra: Daniela Bleichmar, Visible Empire. Botanical Expeditions and Visual Culture in the Hispanic Enlightenment, University of Chicago Press, 2012.