Como fuerza cultural, el Romanticismo suele considerarse virulentamente hostil a la ciencia, con su ideal de subjetividad siempre enfrentado al de la objetividad científica, pero en realidad ambos términos no son excluyentes. Fue Coleridge quien en 1819 se refirió a una segunda revolución científica en sus Philosophical Lectures. El movimiento, animado por una serie de avances repentinos en la astronomía y la química, surgió del racionalismo ilustrado del siglo XVIII, pero se contaminó del entusiasmo y de la nueva intensidad imaginativa con respecto al trabajo científico. Lo impulsaba un ideal común de entrega personal al descubrimiento que incluso llegaba a la imprudencia. También fue un movimiento de transición, floreciendo durante relativamente poco tiempo, entre la primera expedición de Cook en 1768, y el viaje de Darwin a las Galápagos en 1831.
La ciencia del Romanticismo creó una serie de concepciones que siguen vigentes. El primer lugar, la idea del genio científico solitario, imprudente en su búsqueda del conocimiento por sí mismo y probablemente a cualquier precio. Esta idea, que inspiró a Goethe y Mary Shelley, es quizás una de las concepciones más ambiguas que hemos heredado de la ciencia romántica. Estrechamente relacionada con ella está la idea del "momento eureka", ese instante de inspiración en que se inventa o se descubre algo que nada puede prever. La ciencia del Romanticismo trató de ubicar esos momentos de visión singular, siendo uno de ellos la historia de Newton y la manzana, que aparece por primera vez en la Memoria de Newton de Sukeley (escrita en 1727), aunque no se entregaría a la Royal Society hasta 1752, siendo impresa por primera vez en las Cartas filosóficas de Voltaire (1734), estribando parte de su fuerza en que sustituye el relato bíblico de la Caída con una parabóla laica sobre el ascenso del saber.
Existía la creencia generalizada en una naturaleza misteriosa, infinita, que esperaba a ser descubierta para revelar todos sus secretos. Los instrumentos científicos desempeñaban un papel importante en ello, pues permitían al hombre no solo amplificar sus sentidos usando el telescopio, el microscopio o el barómetro, sino intervenía de manera activa por medio de la batería, el generador eléctrico o la bomba de aire. Surgió cierta oposición a la idea de un universo meramente mecanicista, el mundo matemático de la física de Newton, el mundo material de los objetos, favoreciendo una ciencia más flexible, sobre todo en Alemania, que se ocupaba de las fuerzas invisibles y las energías misteriosas, y por ello el estudio de la electricidad, la química y la astronomía fueron las estrellas.
Comenzó a surgir lentamente el ideal de una ciencia pura y desinteresada, independiente de las ideologías políticas y religiosas, enfatizándose la necesidad de un corpus de conocimiento laico y humanista, dedicado al beneficio de la humanidad, lo que fue muy intenso en la Francia revolucionaria. La ciencia del Romanticismo se vio envuelta en nuevas controversias, como si se convertiría en un instrumento del Estado por sus aplicaciones bélicas. O al de la Iglesia,apoyando la visión de una teología natural mediante la revelación científica de indicios de una creación divina.
Se pretendía una ciencia accesible, una ciencia del pueblo, que explicara y educara al público. Fue la primera gran época de las conferencias científicas públicas, de las demostraciones del trabajo en los laboratorios y de los libros divulgativos, a menudo escritos por mujeres,comenzó a enseñarse ciencia a los niños y el método experimental se convirtió en la base de una nueva filosofía de la vida de carácter laico, de acuerdo con la cual los prodigios de la naturaleza se apreciaban cada vez más. Era una ciencia que por primera vez suscitaba grandes debates públicos, como la cuestión del vitalismo, es decir, si existía algún principio vital, o si hombres y animales tenían alma. Y se puso en cuestión el monopolio elitista de la Royal Society y se fundaron nuevas instituciones científicas, institutos de mecánica y sociedades filosóficas.
La transición de la ciencia ilustrada a la romántica se aprecia muy bien en los cuadros de Derby, amigo de Erasmus Darwin y de Joseph Priestley. Se convirtió en un pintor de escenas de laboratorio, y de sus cuadros surge la pregunta de si en la ciencia romántica se entremezclan terror y prodigio, de si el descubrimiento y la invención trajeron consigo nuevos temores a la vez que nuevas esperanzas. Sería sustituida por el modelo de ciencia victoriana, de carácter marcadamente profesional.
Extractado de Richard Holmes, La edad de los prodigios. Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo (2008), Madrid, Turner Noema, 2012, pp. 12-17. Ilustraciones: Joseph Wright of Derby, Experimento con un pájaro y una bomba de aire (1768), Filósofo dando una conferencia (1766).